El color de la reelección
Lima – En América Latina la reelección, se discutió bajo el concepto de la no-reelección. En esta tradición confluyeron dos elementos de sustento: el fuerte presidencialismo, que acentuó la necesidad de perpetuarse en el poder y los procesos electorales fraudulentos. En muchos países, particularmente con experiencias reeleccionistas o dictatoriales, el principio de la no-reelección se implantó como una norma constitucional fundamental de la democracia. Desde , en República Dominicana, la reelección presidencial fue el mecanismo de perpetuación en el poder.
Sin embargo, en América Latina se desarrolló un proceso nuevo que mostraba como el reeleccionismo podía lograrse, no a través de gobiernos militares, sino modificando normas constitucionales para beneficio del presidente reeleccionista. El requisito fue, conseguir un gobierno, con apoyo popular, con independencia del fortalecimiento institucional y democrático de los países. Se pasaba del Mesías que nacía de las armas, a otro que nacía de los votos.
De esta manera, Alberto Fujimori cambió la Constitución (1993), se reeligió, primero en 1995 y luego intentó un ilegal tercer mandato. Su ejemplo fue seguido con entusiasmo, por varios presidentes en ejercicio. Así, en 1994, Carlos Menen, hace lo propio y se reelige luego de cambiar la Constitución argentina. En Panamá, en 1997, Ernesto Pérez Balladares, aspiró a la reelección, modificando la Constitución, pero perdió en el referéndum.
Si bien hicieron lo propio Fernando Henrique Cardoso (1998) y Hugo Chávez (1998), en Brasil y Venezuela, respectivamente, a la caída de Fujimori, en el 2000, le sobrevino la eliminación de la reelección presidencial, constituyéndose en una medida de reivindicación democrática. Si la reelección de Fujimori fue un ejemplo, su eliminación, pasó casi inadvertida.
Es así que, con el inicio del siglo, se produce la ola de triunfos de gobiernos llamados de izquierda, que no eliminaron la reelección (Lula, en Brasil) sino, por el contrario, la postularon como bandera de sus modificaciones constitucionales, tal como ocurrió con Rafael Correa, en Ecuador y Evo Morales, en Bolivia o con los movimientos pro reeleccionistas que no han dejado de seducir a Tabaré Vázquez, en Uruguay y Fernando Lugo en Paraguay, siendo uno de los pocos presidentes, de signo político distinto, con un propósito reeleccionista, el de Álvaro Uribe, en Colombia.
Lo que no ha cambiado, es la casi imposibilidad de derrotar a un candidato-presidente, que utiliza el aparato del Estado para su campaña, luego de modificar la constitución para permitir la reelección, debilitando las instituciones y perpetuando el mesianismo. El presidencialismo latinoamericano, no ha producido aun los mecanismos para defendernos de un gobernante reeleccionista.
Si la izquierda, que antes luchó contra la reelección y hoy aplaude o se queda en silencio y la derecha, que la apoyó y se benefició con ella, se quiere convertir ahora en el adalid de la libertad antireeleccionista; con ello no sólo muestran daltonismo político, cuando no pragmatismo oportunista. Por eso, hay que oponerse a la reelección presidencial, en América Latina, por ser nociva, con independencia de quién se beneficie.
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