Obamanomics y el ansia de creer
El título de esta columna es, en parte, tomado de un ensayo del Dr. Thomas Sowell, uno de los más preclaros pensadores del país y, en mi opinión, nuestro más avanzado científico social. Como en otras ocasiones, coincido con el Dr. Sowell y me honro en compartir sus ideas.
Esta vez el tema es el ''rescate económico'', ''paquete de estímulo'' o como se le quiera llamar a la abominación que, desde el martes pasado, se convirtió en ley por obra y gracia de Nancy Pelosi, Harry Reid y el presidente Obama.
El último capítulo de esta tragedia comenzó el jueves 12 cuando se envió al Congreso, cerca de la medianoche, un proyecto de ley de 1,073 páginas para ser aprobado de inmediato so pena que el país se hundiera si hubiera demora. En aproximadamente 12 horas, el abultado documento que autoriza cerca de un trillón de dólares en gastos, fue aprobado por la mayoría demócrata en ambas cámaras. Es de notar que los congresistas republicanos votaron unánimemente en contra y sólo tres senadores reppublicanos se unieron a la mayoría.
La legislación aprobada fue enviada de inmediato al Presidente para su firma donde, a pesar del apuro congresional, el documento descansó tres días mientras el Presidente y su familia disfrutaban de unas breves vacaciones.
Esta demora, inconsistente con la prédica del presidente Obama, refleja la inconsistencia de la ley. A pesar de la urgencia en la retórica presidencial y en la acción de ambas cámaras por aprobar la legislación que nadie se leyó, la mayor parte de los gastos que, supuestamente estimularán la economía, tendrán lugar a partir de 2010 y en años posteriores.
Los demócratas en el Congreso y el público que piensa como ellos constituyen la prueba de lo que algunos pensadores llaman ''el ansia de creer''. Esta ''ansia de creer'' tuvo su momento cumbre en la elección de Barack Obama a la presidencia del país. Una elección basada no en logros probados, sino en esperanzas y simbolismos. Aquellos que apoyan al Presidente, en el público y en la prensa nacional, no van a dejar de creer ahora. Se requerirá mas que inconsistencia flagrante para que los creyentes pierdan la fe. Pudiera requerir una catástrofe. Y no dudemos que pudiera ocurrir una catástrofe.
Para algunos, la catástrofe pudiera achacársele a George W. Bush. No olvidemos que Franklin Delano Roosevelt fue electo a un tercer período en 1940 a pesar que la tasa de desempleo se mantuvo por encima del 10 por ciento durante sus dos primeros períodos incluyendo 21 meses consecutivos por encima del 20 por ciento.
Pero Roosevelt inspiraba el ''ansia de creer''. Y también tenía a Herbert Hoover para echarle la culpa todavía. Quién sabe, quizás veamos una repetición de la historia. Un segmento del público con ''ansia de creer'' y una prensa nacional tan deshonesta que no se detendría por consideraciones éticas que han echado por la borda desde que adquirieron su fascinación por el nuevo mesías.
Hasta ahora, la nueva administración ha actuado con la incompetencia característica de quien viene a ''aprender sobre la marcha''. No ha dado muestra alguna de saber manejar la ''mecánica de gobernar'' y mucho menos las complejidades de los grandes problemas domésticos e internacionales. Los varios nominados al gabinete que tuvieron que renunciar antes de llegar a votación son un ejemplo de ''gobierno de aficionados''. Otro ejemplo fue el secretario del Tesoro, que no pagó sus impuestos, presentando un ''plan de recuperación'' y dando un ejemplo embarazoso para él y la administración, cuando su presentación lo que puso en claro es que no había tal plan, sino solamente dedos cruzados y ''ansia de creer''. Ese mismo día, la caída del mercado reflejó la ''confianza'' que Tim Gaithner había inspirado.
Hay mucho más que temer de esta administración que la incompetencia demostrada hasta ahora. La urgencia con que se ha forzado esta legislación monumental de gastos sin siquiera dar tiempo al Congreso a leerse las 1,073 páginas y mucho menos de entenderlas. La explicación cínica de Rahm Emmanuel, jefe de despacho y consejero presidencial: ''Una crisis no debe desperdiciarse'', debiera echar al vuelo las campanas de alarma.
La urgencia es real y el cinismo de Rahm Emmanuel esconde otro propósito preocupante: no desperdiciemos la crisis donde podemos lograr cosas que no podríamos lograr normalmente. Con el público en pánico podemos salirnos con la nuestra.
Y, sobre todo, no correr el riesgo de que la economía se recupere por su cuenta. El mensaje principal del partido es que el mercado ha fallado desastrosamente y solamente el gobierno nos puede salvar. Este mensaje es proclamado en Washington y repetido por la prensa nacional.
Esta administración no puede correr el riesgo de que el mercado se comience a recuperar por sí solo. Eso destruiría una oportunidad de oro para reestructurar la economía de forma que los políticos puedan micromanejar otros sectores de la economía en la misma forma que micromanejaron el mercado de la vivienda al desastre.
- 23 de julio, 2015
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