Cómo perdió el brillo el oro
Nuestro dinero está hecho de papel, lo cual es bueno, o al menos esa es la conclusión que esta historia de un colapso económico anterior pretende transmitirles a sus lectores. En su intento por revitalizar la economía y rescatar el sistema financiero, un banco central puede limitarse a simplemente imprimir dinero. De hecho, eso es exactamente lo que lleva haciendo la Reserva Federal de Estados Unidos a un ritmo frenético desde que se desatara el pánico en 2008. Entonces, comparemos la facilidad de duplicar el dólar con la pesadez de excavar en minas su antecesor dorado.
Lords of Finance (algo así como "Los señores de las finanzas") es un repaso modernista a los errores que desembocaron en la Gran Depresión. También supone, necesariamente, una provocación para debatir sobre esta, nuestra Gran Recesión. Liaquat Ahamed es el modernista en cuestión, y escribe con toda la autoridad que le provee su historial como inversionista profesional, ex miembro del Banco Mundial y fideicomisario de Brookings Institution.
Ahamed provee detallados perfiles de los principales banqueros centrales de los años 20 y 30 y el mundo que sin querer destruyeron: Benjamin Strong, el Ben S. Bernanke de entonces pero sin educación universitaria; el mejor amigo de Strong, Montagu Norman, el emocionalmente débil presidente del Banco de Inglaterra; y Horace Greeley Hjalmar Schacht, el banquero central de Alemania, que "logró parecerse a una mezcla de un oficial de la reserva de Prusia y un juez prusiano en ciernes tratando de copiar al oficial".
En la obra de Ahamed, ninguna de estas personalidades es presentada como un héroe, pero el villano de la película es el patrón oro. O, más bien, lo que Ahamed describe de forma inexacta e inútil como "el patrón oro". Su batalla de hecho es con el estándar del intercambio del oro, una versión de espectáculo itinerante del artículo genuino.
El patrón oro constituyó el sistema monetario de forma más o menos constante desde Waterloo hasta la Primera Guerra Mundial. Era la simplicidad misma. Los billetes podían intercambiarse por oro, y el oro a su vez en billetes, a una tasa fija e inviolable. La tarea diaria de un banco central consistía en facilitar este intercambio. En lo que conocemos hoy en día como "política monetaria" (como sinónimo de manipular tasas de interés o la provisión de dinero para impulsar el mercado laboral o sacar a la economía de un bache) el concienzudo banquero central no tendría nada que ver.
El patrón oro desapareció en la Primera Guerra Mundial. En su lugar, los gobiernos del mundo de la posguerra establecieron un sistema que se parecía al estándar de oro. Se decía que las monedas estaban "respaldadas" por lingotes. Pero, de hecho, los banqueros centrales hicieron caso omiso de las normas de estándar de oro. Manipulaban las tasas de interés y de intercambio y acabaron con las funciones del exquisito patrón oro. Lo que se parecía al patrón oro en realidad no tenía ninguna relación con éste. La gente incluso sospechaba que, en la mayoría de los países, las monedas de oro desaparecían en arcas privadas en vez de circular de mano en mano tal como lo habían hecho durante generaciones antes de la Gran Guerra.
El patrón oro sigue en vigor, con sus características esenciales. Lo que respalda a muchas monedas de referencia, por supuesto, no es otra cosa que la buena voluntad de los bancos centrales que las emiten. Pero el hecho de respaldar con oro no es, en esencia, el atributo primordial de un patrón oro que funcione adecuadamente. Lo que hizo que el sistema autorregulatorio perdurara fue la simple norma de que un dólar o un franco o una libra no podían estar en dos lugares al mismo tiempo. Los movimientos de oro entre deudores y acreedores se aseguraban de eso.
Uno podría deducir que una característica tan básica del mundo físico se trasladaría con toda naturalidad al financiero. Pero el equipo de demolición de la posguerra descubrió que se podía crear una cierta clase privilegiada de dinero que cumplía una doble función. Se trataba de la "divisa de reserva". La libra esterlina fue la divisa de reserva original, la marca monetaria más importante de aquel momento. El dólar estadounidense es su sucesor. Tanto Gran Bretaña como luego EE.UU. pudieron hacerlo de las dos formas: consumir mucho más de lo que producían pero sin tener que pagar a sus acreedores extranjeros en otra cosa que no fuera el papel moneda que sólo ellos podían imprimir legalmente. Y si eso no fuera suficiente, los acreedores reinvertían responsablemente las libras o los dólares en valores del gobierno deudor. Mientras duró, parecía el cielo en la tierra.
Pero por supuesto que no duró mucho. Nunca dura. La inflación (de los precios o del crédito) siempre actúa como verdugo. El flaco servicio que Ahamed le hace a la historia es no distinguir entre las fallas de patrón oro clásico, por un lado, y las imperfecciones mucho más profundas del estándar de intercambio de oro (tan similar a los males del estándar actual de dólar"), por el otro.
Había algo en el auténtico patrón que fastidiaba a los intelectuales. H.G. Wells, citado en esta obra, habla de la "magnífica y estúpida honestidad" del patrón oro original. Para John Maynard Keynes el mero capricho de excavar oro de la tierra sólo para volver a enterrarlo en las cajas fuertes del Banco de Inglaterra era indefendible. Ahamed insiste en que por consiguiente, Keynes tenía razón: "No hay mejor testamento de su legado… que el hecho de que en los 60 y tantos años desde que pronunció sus palabras… armado de sus reflexiones, el mundo ha evitado una catástrofe económica como la que arrasó con todo entre 1929 y 1933".
Pero, un minuto. ¿Acaso Ahamed habló demasiado pronto? Uno puede tener la esperanza de que no sea así, pero sus magníficas descripciones del acontecer del principio de los años 30 recuerdan de una forma espeluznante a la crisis actual. Un lector de Lords of Finance se verá poco preparado, apartando la vista del texto para absorber los espantosos titulares de la TV. ¿Será que la humanidad no ha aprendido la lección? ¿Acaso la sustitución de ilustres economistas por lingotes inertes de oro nos ha librado del colapso de créditos y corridas contra la banca internacional? El autor parece sugerirlo. "La Fed", escribe acerca del estilo intervencionista de la política monetaria por el que el estándar de intercambio de oro alentó en los años 20, "había asumido una responsabilidad totalmente nueva: la de promocionar la estabilidad económica interna". Gracias, Ben Strong. Gracias, Ben Bernanke.
Si Ahamed estaba en busca de un auténtico héroe de finanzas de entreguerras, pasó por alto a su hombre. Jacques Rueff, un gran economista francés, sonó la alarma una y otra vez. El clásico patrón oro era un instrumento de equilibrio económico, escribió, mientras que su sucesor es un motor de excesos. "Durante 10 años, hicimos todo lo que estaba en nuestro poder para minar ese equilibrio".
Al criticar el "patrón oro", Ahamed me recuerda a aquel que condena "la pintura" por no encontrarle ningún uso a Andy Warhol.
Grant, el editor de Grant's Interest Rate Observer, es el autor de Mr. Market Miscalculates (algo así como Sr. Mercado se equivoca en sus cálculos). (Axios, 2008)
- 31 de octubre, 2006
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