Latinoamericanización de Washington
En 2008-2009 el mundo parece haber dado un cambio de 180 grados. Hoy, Washington encaja perfectamente en el estereotipo del país latinoamericano: (1) gasta más de lo que tiene y (2) aquellos en el poder pueden redistribuir riquezas a sus amigotes –en una fiel imitación de la tradición mercantilista latinoamericana–.
A lo primero, William Niskanen del Cato Institute lo ha denominado como “abuso fiscal de niños”, puesto que lo que se está haciendo es dejarles como herencia un trillón más de deuda a los hijos y nietos de los actuales contribuyentes estadounidenses. Personas que ni siquiera han nacido tendrán que aguantar la resaca de la fiesta de gasto que se está dando hoy en Washington.
Lo segundo es verdaderamente preocupante. La Tesorería de Estados Unidos recibió el año pasado un poder sin precedentes en ese país: gastar, a libre discreción, un fondo de aproximadamente 700.000 millones de dólares para librar de activos en problemas a instituciones privadas “en problemas” por haber comprado esos activos (esto es algo similar, aunque no tan brutal, como lo que se hizo en nuestro país cuando se le endosaron todas las pérdidas de la banca privada a todos los contribuyentes ecuatorianos). Como ese paquete no resolvió nada, ahora está prácticamente aprobado un nuevo paquete “de estímulo” de 800.000 millones de dólares. Decía Albert Einstein que esperar resultados distintos mientras que uno hace lo mismo es un síntoma de locura…
Pero dice el presidente Obama que hay un consenso de que hay que incrementar considerablemente el gasto público para salir de la crisis. Tal consenso es una ficción puesto que hace un par de semanas más de 200 economistas, incluyendo varios premios Nobel, firmaron un anuncio que apareció en el The New York Times y el Washington Post, entre otros periódicos, declarando que “El aumento en el gasto público por parte de los gobiernos de Hoover y Roosevelt no sacó a la economía estadounidense de la Gran Depresión en la década de 1930. Más gasto público no resolvió la ‘década perdida’ de Japón en los noventa”.
Detrás del apoyo político a un rol más activo por parte del gobierno yace la ansiedad de “¡hacer algo!” o ser vistos haciendo algo. Esta ansiedad une a políticos tan variopintas como Chávez, Correa, Bush y Obama. Los keynesianos sostenían que había una relación negativa entre la inflación y el desempleo: a mayor inflación, menor desempleo y viceversa. Se pensaba que los políticos y funcionarios hábiles podían inyectar dinero, generando inflación y de esa manera reducir periódicamente los salarios reales de los trabajadores sin que estos se den cuenta.
Era (y es) la teoría ideal para aquellos políticos ansiosos de ser vistos haciendo algo (y de conseguir más poder para hacerlo). Pero el dominio de esta teoría se acabó en los setenta cuando un creciente gasto público derivó en altos déficits y una política monetaria expansionista derivó en una alta tasa de inflación. Ese intervencionismo estatal resultó en una alta tasa de desempleo. Pensar que la misma política de aumentar el gasto público ahora tendrá resultados distintos es un ejercicio de fe. Muy parecido a los repetidos ejercicios de fe en nuestra empobrecida región
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