El anticastrismo como diversión
La pancarta era sencilla: la figura de un Fidel Castro fumando un tabaco al que estaba amarrado, como si fuera un nuevo indio Hatuey, un joven cubano, y un lema: Por la libertad de Cuba.
''Bajo una intensa nevada que no consiguió enfriar los ánimos, los afiliados y simpatizantes del Frente Nacional de Madrid acudieron a la concentración convocada en la Puerta del Sol por la Asociación Iberoamericana por la Libertad y por la Asociación Española Cuba en Transición'', se lee en internet, en el sitio del Frente Nacional español.
''Como se puede apreciar en las fotos (que aparecen junto al texto), el Frente Nacional fue el único partido político adherido oficialmente a la concentración que portó una gran pancarta diseñada exclusivamente para este acto de justo apoyo a nuestros hermanos de Cuba que llevan 50 años bajo el asfixiante yugo de la tiranía comunista. También las pancartas individuales y nuestras banderas de España, Cuba y del Frente Nacional llamaron la atención de los exiliados cubanos que rodearon a nuestros afiliados con muestras de simpatía y afecto que agradecemos y nunca olvidaremos'', agrega la información en la red.
No me explico cómo pudo producirse este añorado encuentro. Porque lo menos que desea un miembro del Frente Nacional español es ver a un inmigrante a cien millas de distancia. Se trata de un grupo de ultraderecha, de ideología falangista, que aboga por la ''preferencia nacional'' para los españoles ante un puesto de trabajo. También se opone a lo que considera una ''inmigración masiva e ilegal'', a la que considera fuente de una delincuencia que hay que tratar con mano dura.
Es decir, para una buena cantidad de refugiados cubanos que viven en España –y especialmente para todos aquellos que se mantenían en una situación migratoria de ilegalidad antes de la amnistía realizada por el actual gobierno socialista hace algunos años–, el mejor destino que les reservan los miembros del Frente Nacional es mandarlos de vuelta a Cuba.
Para el Frente Nacional, el nacionalismo viene primero, por encima de las autonomías regionales, a las que quieren limitarles los poderes; los musulmanes, a los cuales detestan, y los judíos, a los que rechazan. Algo así como los supremacistas blancos en Estados Unidos.
En España, el falangismo es un monstruo con varias cabezas –La Falange, Falange Auténtica y FE JONS– donde los partidos se disputan los nombres y todos tratan de resaltar lo que ellos consideran bueno y ocultar lo que cualquier español, con un mínimo conocimiento de historia o tres o cuatro recuerdos familiares, sabe que es malo. Pero hay una corriente política que los vincula con el Frente Nacional español y con el Frente Nacional Europeo (del que La Falange forma parte), que es la defensa de la ''Europa de las patrias'', una expresión moderada –debido a que existen en una nación democrática– de un mal común: el fascismo. Hay falangistas anticastristas y falangistas procastristas, aunque todos son malos.
También resulta mala la mezcla entre el anticastrismo y la política nacional, en cualquier país. Y siempre, somos los exiliados quienes cargamos con lo feo. Desde hace décadas viene ocurriendo en este país y ahora la tendencia se ha agudizado en España.
No son sólo las imágenes de la participación ''oficial'' del Frente Nacional, en la demostración contra el régimen de La Habana celebrada en la Puerta del Sol. Basta una mirada a las fotografías del acto, y ver a la escritora Zoé Valdés junto a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, y resulta amargo que el reclamo de democracia venga de la mano de una figura pública española supuestamente comprometida en un caso de espionaje al mejor estilo Watergate (hasta cierto punto peor, porque aquí eran miembros de un mismo partido espiándose).
Porque si Aguirre está libre de culpa, su manejo del caso no puede ser más soez. Primero la emprendió contra el mensajero (el diario español El País), en vez de enfrentar el problema, y cuando finalmente aceptó crear una comisión parlamentaria para investigar el espionaje a altos cargos del ayuntamiento madrileño –como había pedido la oposición–, utiliza ese recurso para eludir las explicaciones que debe a la ciudadanía.
A esto se suma la bravuconería de su asesor, Juan José Güemes, que sin poseer datos para refutar lo publicado, ha llegado a exigir que El País rectifique y pida perdón. El propio Mariano Rajoy, líder del Partido Popular, ha avalado las informaciones y contradicho a Aguirre, quien persiste en que todo es «una gran mentira''.
Difícil el admitir que alguien así pretenda dar clases de democracia a otros. Peor aún, que por un afán de autopromoción y exhibicionismo una conocida escritora exiliada le haga pareja.
Mal anda este anticastrismo, que apela a Valdés para hacerse escuchar. Frivolidad de escritora en disfraz de ''conciencia social'': denuncia pervertida en las voces, malabares de apariencia, feria de tribuna, pose ante las cámaras.
La diversión realza su doble sentido. Apela al simulacro intelectual de una actuación de farsa y al sentido militar de la palabra: distraer, desviar la atención y las fuerzas del enemigo. Un recurso oportuno desplegado por la presidenta madrileña en problemas. Un montaje publicitario de la novelista que lee la declaración, para entretener momentáneamente a quienes soportan el frío y aliviarles el espíritu con un cocimiento anticastrista. Desvirtúa con su protagonismo a los manifestantes sinceros.
Lo que al parecer serían asuntos que no tienen nada que ver con los cubanos, se convierten en ejemplos de la banalización que ha sufrido su causa, en manos de quienes se preocupan más por el gesto que por los principios. Si no es que resulta peor, y tras el afán de una proclama por la libertad en Cuba no hay más que una actitud cómplice ante otros atropellos.
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