El presidente Obama y la cuestión cubana: Las propuestas del exilio
Si la naturaleza humana funciona en los políticos de la misma manera que en otros miembros de la especie, Barack Obama debe estar preguntándose a si mismo, a estas tempranas alturas de su mandato, qué delirio, qué locura, o qué trampa de sus enemigos lo llevó a querer ser presidente de los Estados Unidos y habrá de estar recordando aquello de “cuidado con lo que pides a Dios, que puede que te lo conceda”. Quienquiera que haga el inventario de los problemas que el nuevo mandatario tiene por delante, todos ellos esperando impacientemente que él los resuelva, se dará cuenta de que no es la suya una envidiable posición, ya que ninguno de esos problemas es de fácil solución y las posibilidades de fracaso superan en mucho a las de éxito.
En esa larga lista de conflictos, medio borrado por el tiempo, relegado por otros de mayor prioridad, pero presente aún, están las relaciones entre Washington y La Habana y la situación en Cuba, esto último por las posibilidades de enmarañarse que siempre tiene y por las posibles repercusiones que tal enmarañamiento pudiera tener en el continente, en el sur de la Florida y aún en el mapa político a nivel nacional.
De ahí que, a pesar de no ser actualmente un “peso pesado” en la política exterior de Washington, el tema cubano haya salido a relucir en un par de ocasiones durante la reciente campaña electoral, haya sido específicamente mencionado en las audiencias senatoriales de confirmación de Hillary Clinton como Secretaria de Estado, y mantenga cierta innegable presencia en la prensa y en los mentideros políticos.
Claro que el orden de prioridades en la agenda presidencial no tiene mucho que ver con nuestro propio orden de prioridades, el de los exiliados cubanos, los cubanoamericanos y sus descendientes en los Estados Unidos. Para nosotros, hablando en términos generales y sin que estemos exentos de preocupaciones que compartimos con el resto de la población, como la economía, el cuidado de la salud, etc., el destino de Cuba sigue siendo una prioridad que se impone y con la cual nos sentimos comprometidos.
De ahí que no son escasas las voces que se han alzado ya, todas ellas cargadas de sugerencias sobre Cuba para el nuevo presidente, Barack Obama, algo en lo que, valga subrayarlo, nos han acompañado periodistas, analistas, politólogos y latinoamericanistas no cubanos, de toda laya y con los más variados intereses, y no siempre los mejores.
De más está decir que, gracias a Dios, vivimos en una democracia y cada quien es libre, pues, de sugerir lo que le parezca sobre cualquier tema. Nadie puede impedir que esas sugerencias vayan desde la genialidad hasta el disparate y sólo Dios conoce las intenciones detrás de cada propuesta. Lo que sí debiéramos procurar los exiliados cubanos, los que queremos en Cuba un estado de derecho insertado en la democracia, una economía próspera y un vivir en paz para todos, es que nuestras propuestas vayan animadas hacia ese fin, de una manera realista y sensata que les dé, al menos, la oportunidad de hacerse escuchar. Si no, ¿para qué?
En lo que he visto hasta ahora, abundan las referencias a las sanciones del 2004, al embargo comercial y la “necesidad” de que Estados Unidos cambie su política hacia Cuba, pero escasea la consideración de aspectos fundamentales de la realidad cubana, así como los condicionamientos imprescindibles en toda formulación o replanteo de política. El embargo y las sanciones tal vez sean el nudo gordiano de las relaciones Washington-La Habana, pero no lo son de la situación cubana como tal. Ignorar la totalidad de esa situación es el camino más seguro para el fracaso de todo “reaproachment” que busque promover un cambio en Cuba.
Los cubanos exiliados no podemos desentendernos de la importancia que tiene la política estadounidense hacia la isla en el contexto de las posibilidades de un cambio positivo, un cambio verdadero allí. No podemos tampoco pasar por alto que, por una cuestión de tiempo, desenvolvimiento biológico y circunstancias, los próximos cuatro u ocho años serán de vital importancia para el destino de la nación cubana.
Washington está siendo inundado ya por propuestas sobre Cuba, algunas de ellas bien distantes del objetivo fundamental de lograr una república cuyo destino lo decidan libremente los cubanos. Muchas de esas propuestas, cabe suponer, son contradictorias entre sí, muchas van teñidas de sectarismos políticos que nada tienen que ver con Cuba, muchas estarán marcadas inevitablemente por discrepancias y ambiciones entre grupos y personas. El desconcierto será el resultado y del desconcierto pueden salir las peores soluciones solamente.
¿Por qué no buscar las coincidencias, que son muchas, entre organizaciones, grupos de pensamiento, y cubanos de sólidas credenciales, para articular una propuesta que rompa los límites del sectarismo, una propuesta realista y sensata, orientada hacia el fin irrenunciable de estimular el cambio verdadero en Cuba, y presentarla de tal forma que, por su representatividad, tenga oportunidades ciertas de ser atendida?
Esto, desde luego, sin una actitud plantista, ni un talante confrontacional. Con el aval de una comunidad que ha contribuido notablemente al bien de esta nación, que da muestras constantes de su amor por la misma, pero que no puede ni quiere olvidar sus deberes para con la tierra donde están sus raíces. Una comunidad que, por otra parte, sabe, aunque no lo diga y se resista a aceptarlo, que el tiempo está en su contra. Que lo que hay que hacer, hay que hacerlo ahora.
Esto, digo, si nos interesa más la eficacia que el “figurao”. Esto, digo, si queremos ser tomados en serio en Washington, que vale mucho, y en el corazón de nuestro pueblo, que es donde vale más.
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