Los políticos no se miran al espejo

El Mercurio

Alguien me contó que, tiempo atrás, Ricardo Lagos le preguntó a Felipe González por qué pensaba él que los socialistas habían perdido el poder en España. Y la respuesta del líder del PSOE fue: "la gente se cansó de ver las mismas caras".

Categórica, la acotación no aludió a factores como el desempleo o los escándalos de corrupción que azotaron los últimos años de su gobierno. Simplemente apuntó a que, después de casi 14 años, los electores querían un cambio.

Ignoro si la experiencia española, avalada por quien tras ser electo cuatro veces perdió estrechamente en su último intento, pudo influir o no en la renuncia de Lagos a una posible candidatura presidencial. Y quien contó la anécdota tampoco lo sabía, aunque en su relato la puso como ejemplo de la similitud con el fenómeno que enfrenta la Concertación, que casualmente también va tras un quinto período.

Lo que sorprende es que la renuncia de Lagos no fue porque su alejamiento le cediera el espacio a un rostro nuevo. Lejos de eso, la única opción real que quedó fue la de otro ex presidente, como el senador Eduardo Frei, luego de que desistiera José Miguel Insulza, ministro durante casi todo el período de ambos.

Con la Presidenta Bachelet pareció que asomaban aires nuevos. Pero nadie desconoce que su candidatura no obedeció a la voluntad de renovar liderazgos, sino a que por su carisma personal era la única que podía retener el poder para la coalición.

En boga entre los políticos chilenos ha estado destacar como un ideal casi inalcanzable el fenómeno de Obama, aunque impacta constatar que no se hagan cargo de que quienes lo impiden son ellos mismos.

Si se toma como referencia el cansancio de la gente al que alude Felipe González, es cierto que la falta de renovación afecta principalmente a la Concertación, pero ello no significa que la oposición no esté aquejada por un síntoma similar.

Es verdad que la novedad la encarna mejor el candidato presidencial de la Alianza, por el hecho de que nunca ha estado en el gobierno, pero no debe olvidarse que Sebastián Piñera lleva el mismo tiempo que Frei como figura política. Con los rostros menos cansados, ambos fueron exitosos contrincantes en la primera lucha senatorial por Santiago Oriente hace 20 años.

Y si la falta de renovación aqueja a las candidaturas presidenciales de las dos principales coaliciones, en gran parte se debe a que ni las cúpulas de los partidos, ni tampoco el Congreso dan cabida a que emerjan nuevos liderazgos.

Casi ni vale la pena detenerse en tediosas estadísticas, pero no por conocida la situación deja de impactar. Basta mencionar algunas cifras, como que en la última elección del año 2005, de los 120 diputados, sólo 12 se retiraron, de los cuales cinco lo hicieron porque habían sido desaforados y otros dos porque no tuvieron el respaldo de su partido. El resto optó por quedarse o bien tratar de ascender al Senado.

Un fenómeno que no sólo se repetirá en términos similares este año, en que incluso algunos senadores que están postulando a la reelección cumplirían 28 años ocupando el mismo escaño.

Lo que más sorprende es que son los mismos que reclaman por el desinterés en la política, por la falta de participación o por el creciente deterioro de su imagen.

Por momentos da la impresión de que la clase dirigente no sabe mirarse al espejo.

O que no quiere. Y no se trata de que lo haga para asumir los efectos naturales del paso de los años, sino para reconocer que el problema que menoscaba a la política radica en ellos mismos.

Quizás nadie desconozca el valor que aporta la experiencia, pero no cuando sobre ésta se percibe la tentación de no desprenderse del poder.