La paja en el ojo ajeno
Lima - El cierre de la Universidad Ricardo Palma por el Municipio de Surco, aduciendo que no cumplía normas de seguridad indispensables para el desarrollo de las actividades académicas, a pesar de que el propio Instituto de Defensa Civil ha manifestado que las observaciones que planteó eran de solamente “riesgo medio” y que en ningún momento recomendaron el cierre de las instalaciones, es un atropello de la peor estirpe.
El Municipio de Surco no encontró mejor manera de hacerse notar que clausurando el campus a una universidad privada. De nada ha servido que el Rector de la URP haya manifestado que las observaciones fueron subsanadas. El prepotente cierre dejó en suspensión las actividades académicas y los alumnos fueron los principales perjudicados. ¿Qué puede explicar este apresuramiento temerario? ¿Acaso un celo especial por la seguridad de parte de una entidad estatal? ¿Un celo cuyo germen fue la tragedia de la discoteca Utopía, que en el pasado, el mismo municipio dejó pasar?
Sin duda, la desmedida como abusiva intromisión del Estado en una entidad privada como la URP, no tiene absolutamente nada que ver con un presunto énfasis en los aspectos de seguridad. Baste constatar que en Surco se han vuelto “moneda corriente” los secuestros y los asaltos a casas, conductores y transeúntes, a toda hora del día, lo que viene provocando una verdadera mortificación en los habitantes de ese distrito. Por no mencionar las peleas de bandas que suelen producirse en la avenida Tomás Marsano, la proliferación de adolescentes drogadictos que pululan en las esquinas de “barrios bien” o el pillaje y el hurto común.
Seguramente los ciudadanos de Surco no ven en la URP, con más de cuarenta años en el distrito, a una fuente de inseguridad y de pérdida de calidad de vida. En contraste, los tremendos fallos de seguridad ciudadana por la inoperancia del Municipio de Surco, ya lo hace parte del problema. A lo que habría que añadir, por ejemplo, el caos vehicular, cuyo icono principal es el tramo de la avenida Benavides a partir del Óvalo Higuereta, donde ya es casi imposible transitar a velocidades razonables para una arteria principal. O para citar otros ejemplos, la pésima calidad de las pistas, la proliferación de negocios sin criterios de armonía con el medio ambiente arquitectónico o la precariedad de ciertas viviendas en la zona menos moderna del distrito.
Conviene mirar la viga en el propio ojo antes que la paja en el ojo ajeno. Sería muy bueno que el alcalde de Surco sea informado de que su distrito no consiste solamente en las avenidas Benavides, Velasco Astete y Caminos del Inca, sino que hay otras zonas menos pudientes, que también son Surco y que son tierra de nadie, donde parece que no hay autoridad. Que tome conciencia que su trabajo de funcionario público no incluye hostigar a entidades privadas reconocidas que apuestan por la inversión en educación y que ya son parte de la tradición de un distrito como Santiago de Surco. Tradición que hace honor a la figura inspiradora de la universidad que es hoy objeto de esa otra nefasta tradición peruana: el ataque desigual de la intromisión estatal cuando excede sus propios límites.
El autor es Director Ejecutivo del Centro de Estudios Públicos del Perú.
- 3 de julio, 2025
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