“Es el fracaso, estúpidos”
Hace 50 años, el mundo celebraba la caída de uno de los últimos dictadores caribeños: Fulgencio Batista huía ante el avance de los jóvenes guerrilleros de Sierra Maestra, encabezados por Fidel Castro, el Che Guevara, Camilo Cienfuegos, Eloy Gutiérrez Menoyo y otros jóvenes soldados de la causa.
Cincuenta años después, Fidel, viejo y enfermo, es una especie de prisionero de su propio hermano en un exilio involuntario que sólo puede quebrar Hugo Chávez con su ahora exhausta chequera, que era infinita antes de la caída del petróleo.
Camilo Cienfuegos está muerto con el final misterioso que tuvieron todos los líderes revolucionarios. El Che Guevara terminó en Bolivia con el tiro de gracia de un agente de la CIA y el desprecio de los bolivianos que nunca entendieron la revolución que quería hacer el Che y que ellos nunca quisieron.
Eloy Gutiérrez Menoyo, que dirigía otra columna victoriosa junto a Fidel, se reconvirtió en un contra revolucionario que sueña con reemplazarlo en las primeras elecciones libres que haya en Cuba cuando eso ocurra.
Como todas las revoluciones, la cubana no fue la excepción: se fagocitó a sus propios artífices y Cuba quedó como muestra de otro fracaso de las utopías marxistas de América Latina.
Sería injusto no señalar que Fidel educó a los analfabetos, que creó un sistema de salud solidario de relativa eficacia y que desde la pequeña isla alimentó las fantasías revolucionarias de muchos jóvenes idealistas de América Latina. Pero eso es todo.
Pese a que muchos nostálgicos argentinos creen que Cuba es el símbolo de la resistencia al capitalismo salvaje, los cubanos siguen debatiendo la utilidad de la olla a presión y siguen fantaseando con el sueño balsero de llegar a Miami.
La revolución cubana fue un fracaso. Como fue un fracaso el “zarismo marxista” de Stalin que sembró el fondo del Volga con millones de cadáveres.
Cuba hoy no es ejemplo de nada: sin libertades mínimas, sin posibilidades de expresiones democráticas elementales, Cuba es el esqueleto de un proyecto que alucinó y llevó a la muerte a “ERPianos”, Tupamaros, Montoneros, Sandinistas, Senderistas, “FARCqueños” colombianos y otros movimientos que intentaron repetir la “romántica” revolución y que culminaron en estrepitosos y sangrientos fracasos.
A diferencia del proceso chino, que le cambia todos los días a su pueblo democracia por prosperidad, Cuba no da ni lo uno ni lo otro. La calidad de vida de los cubanos mejora sólo proporcionalmente al grado de sumisión y genuflexión que tienen con el régimen.
Sucedido por su hermano Raúl, como si fuera una monarquía revolucionaria, Cuba es hoy en la mente de muchos militantes argentinos un símbolo de la “resistencia”. Por eso se entiende que la izquierda argentina sea como lo fue la revolución cubana, un fracaso que sólo lleva banderas para mezclarse en manifestaciones piqueteras en las que son despreciados. A la hora de los votos son cero. Y a la hora de edificarse, cada uno es su propio partido.
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