La mentalidad en el desarrollo y sus consecuencias
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En el anterior artículo comentamos críticamente algunos sofismas que existen en el tema del desarrollo económico, y cuál es el enfoque teórico predominante (perspectiva de la función de producción). Lo contrapusimos con un enfoque que creemos es más adecuado: poniendo al ser humano y su innata creatividad empresarial en el centro del estudio (función empresarial), y analizar las interrelaciones que se producen entre éstos (instituciones), tanto en el ámbito pacífico del mercado en forma de transacciones voluntarias, como en el ámbito coercitivo del estado, en forma de regulaciones, leyes, etc.
Cabe preguntarse qué hay detrás de esta perspectiva teórica, si hay alguna base filosófica que de alguna manera sustente estos sofismas y los fracasos con los que se han topado los superorganismos de ayuda internacionales desde la Segunda Guerra Mundial.
Detrás de este tipo de planteamientos económicos parece haber una mentalidad determinada que podríamos describir de diversas formas, todas complementarias: la pretensión del conocimiento o la fatal arrogancia (ambas expresiones de Hayek), o una especie de rebelión contra la humildad y modestia que el economista debería mostrar, especialmente en temas como el desarrollo (donde el desconocimiento sobre los órdenes que conforman las sociedades e instituciones objeto de estudio es mayor si cabe), aderezada con la creencia de que la sociedad es algo maleable que puede modificarse al gusto del planificador de turno (ingenieros sociales utópicos), donde los líderes y expertos (e.g. economistas) están en el centro de la historia pretendiendo llevarla por sus derroteros.
Estas descripciones implican el sesgo planificador de los teóricos que siguen este cliché: dado que el economista posee un conocimiento amplio sobre las circunstancias de la economía X, y la sociedad es algo maleable, éste tiene la necesidad (quizá moral) de aconsejar o exigir a los gobiernos de turno que apliquen las medidas intervencionistas que él crea convenientes para impulsar la ‘eficiencia’ del sistema y mejorar la sociedad desde arriba. Como se ve, la cuestión clave no está en las intenciones del economista: las leyes y teorías económicas no se invalidan con las buenas intenciones.
Esta mentalidad, no obstante, ha sido combatida por varios autores, entre los que figuran los economistas austriacos, y otros muy destacados como Peter Bauer, que tuvo que lidiar con los teóricos del desarrollo en una época en la que predominaba la idea de la planificación como vía de escape de la pobreza. Particularmente tuvo que enfrentarse con las ideas monstruosas de Gunnar Myrdal (Premio Nobel…), que proponía una fuerte y poderosa acción gubernamental para transformar radicalmente al hombre y a la sociedad con el fin de que estas sociedades avanzaran económicamente. Un autor más reciente es William Easterly, en concreto en sus discusiones con Jeffrey Sachs. El primero ofrece la alternativa al enfoque de los ‘expertos omniscientes’: una perspectiva evolutiva y del orden espontáneo, la que quiere y busca que el cambio se produzca gradualmente y desde abajo, cambiando primero las bases, no al revés; confiando en los "buscadores" de oportunidades (searchers) y no en los planificadores (planners).
Encontrando paralelismos quizá algo rebuscados, ésta es también la perspectiva de la intrahistoria de la que habló Miguel de Unamuno:
Los periódicos nada dicen de la vida silenciosa de los millones de hombres sin historia que a todas horas del día y en todos los países del globo se levantan a una orden del sol y van a sus campos a proseguir la oscura y silenciosa labor cotidiana y eterna, esa labor que… echa las bases sobre la que se alzan los islotes de la historia… Sobre la inmensa humanidad silenciosa se levantan los que meten bulla en la historia… Esa vida intrahistórica, silenciosa y continua… es la sustancia del progreso.
Y ejemplifica su preciosa narrativa: "No fue la Restauración de 1875 la que reanudó la historia de España; fueron los millones de hombres que siguieron haciendo lo mismo que antes".
Este enfoque, ya sea expuesto y defendido por los economistas austriacos, por Bauer, Easterly o Unamuno, es el que considero más adecuado no sólo para estudiar los fenómenos del desarrollo económico, sino también para ayudar eficazmente a los países más pobres, para que millones de personas puedan salir de la miseria más absoluta. Y fruto de esta mentalidad han surgido proyectos muy interesantes para ayudar a salir adelante a emprendedores de países en los que ejercer la función empresarial es harto dificultoso, así como tratar de ayudar a familias a nivel muy local. Unos ejemplos: GlobalGiving, KIVA, KickStart o The Ember Kenya Grandparents Empowerment Project, amén de proyectos de cooperación que existen al margen de la corrupción y el bombo de organismos burocráticos y ONG’s: proyectos de individuos anónimos de países prósperos que deciden dar un giro copernicano a sus vidas y dedicarse a trabajar para gentes de los países más pobres.
Desde el mundo rico se puede hacer bastante para ayudar a los más desfavorecidos en el mundo, aunque los determinantes del desarrollo deban nacer desde dentro y sin los cambios internos éste sea algo improbable. El camino a seguir, sin embargo, no parece consistir en continuar la senda anterior y aumentar la ayuda externa, sino en apoyar el espíritu empresarial de los más pobres a nivel local para que éste pueda florecer, ayudando a los propios emprendedores y tratando de conseguir que los gobiernos de sus países les dejen libres y garanticen cierta seguridad, y los gobiernos de los nuestros abandonen políticas que no hacen más que perjudicar a los más pobres del mundo, aquellos a los que dicen ayudar (con nuestro dinero).
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