Historia de la Navidad en Cuba
En 1998, como una concesión, el gobierno castrista permitió que los cubanos celebraran la Navidad el 25 de diciembre.
Por desquiciante que parezca, en 1970 fue trasladada la Navidad para el mes de julio. Fue el año del repiqueteo agobiante de los diez millones de toneladas de azúcar, y el propio Fidel Castro dijo que, de esa manera, los trabajadores de la caña podrían laborar el día 25 de diciembre, y colaborar así a cumplir la meta.
Desde luego, hay cosas que no puede resolver un régimen comunista ni con su puño de acero, y nunca hubo Navidad en el mes de julio, ni tampoco diez millones de toneladas de azúcar, cifra que quedó muy por debajo de las aspiraciones oficiales.
Aquello fue una lección. El marxismo todopoderoso cambió por decreto la fecha en la que se celebra el nacimiento de Jesucristo, pero en 1998 volvió a poner en orden su enloquecido almanaque. Sin embargo, lo que más me dolió fue que el portavoz de la Santa Sede en aquel entonces, Joaquín Navarro Vals, dijo que aquel era un gesto de Castro, al permitir la celebración de la fecha navideña, y dijo más, textualmente: “Creo que la comunidad internacional debe tenerlo en cuenta…”
Es decir: no le vamos a reprochar al mayoral que haya eliminado la Navidad durante 27 años, sino agradecerle que permitiera la fiesta cristiana en 1998. Por suerte el cardenal italiano Vicenzo Fagiolo, colaborador del Papa en la curia romana, manifestó que el gobierno de Cuba debía tomar otras decisiones y devolverle la Navidad al pueblo.
El periódico gubernamental Granma –borro el redundante adjetivo, en Cuba todo es gubernamental-, anunció el martes primero de diciembre de 1998, que ese año se podría celebrar la Navidad, y hubo una lógica alegría en la Iglesia cubana. El secretario adjunto de la Conferencia de Obispos Católicos, José Félix Pérez Riera, dijo que aquella decisión era “gratificante”. Aunque no sé, tuve la sospecha de que se le agradecía al ladrón que devolviera algo de lo robado sin reprocharle tantas navidades que fueron secuestradas de la vida nacional.
Para los comunistas, la Navidad es una “celebración burguesa”. Así lo reiteró el propio gobierno cubano en el Granma. El aniversario del nacimiento del Señor hace dos mil años, en un pesebre humildísimo es una “fiesta de ricos”.
Hay que tener un cinismo elevado a la máxima potencia para hacer una afirmación tan estúpida sin sonrojarse. Desde luego, el rubor es patrimonio de quienes tienen vergüenza, y no puede tener ninguna quien rechaza que el Niño Dios, en su cunita de paja, es la lección de humildad por excelencia, adorada por creyentes de todos los estratos sociales.
Tal vez lo más interesante de aquella Navidad que retornó a Cuba en 1998 es que, como todo en la isla gobernada por la arbitrariedad, debían celebrarla hasta quienes no eran cristianos. El Partido Comunista ordena que se celebre la Navidad, y punto. Allí todo se maneja por el dictado de la fuerza, por la ley de la imposición.
Sin embargo, para los cristianos, nunca dejó de haber Navidad en Cuba. Jamás habían brotado con tanto esplendor las flores de Pascua en el país como en 1970. Esa era la señal divina de que la fecha se acercaba. Y bajo el yugo del trabajo esclavo, los cristianos recordaban la imagen del Niño Jesús, de la Virgen María, de San José, y un poco extemporáneamente de las tres figuras de los Reyes Magos de Oriente.
“La religión es el opio de los pueblos”, dijo Lenin, pero la lección histórica es que la Iglesia ya entró en su tercer milenio, y el comunismo, como sistema de vida, no cumplirá un solo siglo en ningún país del mundo.
Precisamente, no por casualidad –la casualidad no existe- el 25 de diciembre de 1991, la bandera de la hoz y el martillo fue arriada de su pedestal en el Kremlin. Conjuntamente con el anuncio de la fecha del nacimiento de Cristo, el símbolo marxista mordía la tierra de su derrota.
El corazón de los cristianos es una selva de amor impenetrable aun para la grosera, irreverente y brutal arrogancia de los comunistas.
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