Argentina: Recuperar la dignidad, la confianza y el prestigio perdidos
En un mundo convulsionado por la crisis económica y financiera podría caerse en el error de pensar que el desprestigio ha alcanzado a los principales países y que en el embrollo ya no se puede diferenciar a las naciones por su seriedad o por su incorrección. |
Tal vez ésta sea la errónea percepción de quienes quieren ver en esta crisis el fin del capitalismo y pretenden disimular su propia responsabilidad en las políticas que han causado la decadencia de nuestro país. Más allá de la actual crisis, el mundo sigue diferenciando y valorando todos aquellos atributos que hacen al prestigio de los países y que determinan comportamientos perfectamente medibles de la gente y de las instituciones frente a ellos. El sentido de las corrientes migratorias indica claramente cuáles son los países receptores y cuáles los expulsores. Los flujos de inversiones directas suelen seguir caminos parecidos, lo mismo que los ahorros y las colocaciones financieras. La institucionalidad, el prestigio y la seguridad se construyen lentamente, y cuanto más tiempo perduren, tanto más difícil es que se pierdan por desvíos o acontecimientos coyunturales. Véase sino hoy los Estados Unidos, país en el que se produjeron las mayores pérdidas financieras y quebrantos, pero hacia donde concurren los fondos que buscan seguridad, comprando su moneda y los títulos emitidos por su gobierno. Los ahorristas que fugan de los países menos seguros invierten en los bonos del Tesoro norteamericano como refugio, aunque su rendimiento en intereses sea prácticamente nulo.
La crisis internacional será superada tarde o temprano, con más o menos heterodoxia, pero la capacidad de emerger exitosamente luego de ella dependerá de la confianza que cada país sepa construir en sus instituciones permanentes. La economía de los países y del mundo atraviesa por ciclos, pero las tendencias seculares responden a los llamados “fundamentals”, como la formación de recursos humanos, la inversión de largo plazo y el desarrollo de tecnología. Detrás del afianzamiento de todos ellos está la seguridad jurídica y el respeto por la propiedad y por la ley.
Ahora vamos a la Argentina. Asistimos a los finales de un modelo económico que fue favorecido por una inmejorable situación internacional, que aprovechó inversiones anteriores y que se dedicó a promover la demanda de consumo. Pero demolió la seguridad jurídica y destruyó el prestigio del país, aislándolo del crédito y de la inversión. Hoy, cuando el marco externo se ha vuelto negativo y la insuficiencia de inversiones se hace notar, cuando la inflación golpea y la situación fiscal cambia de signo, el aislamiento internacional se vuelve crítico. Nada se resolverá cambiando a Chávez por Rusia. Podrá vendernos gas oil pero no nos prestará a un interés concesional, como tampoco ya lo hacía Chávez.
Se acabó la holgura fiscal. El pago de los vencimientos de la deuda pública no se podrá resolver sólo con los fondos confiscados a los jubilados, que pronto se esfumarán dilapidados en préstamos subsidiados para comprar automóviles o viajes turísticos, y para obras públicas de dudoso retorno y proyectos privados vestidos con la santidad de lo productivo, pequeño y nacional. La sombra de un nuevo default se cierne sobre nuestro gobierno y así lo atestiguan el nivel alcanzado por el índice de riesgo-país y por la cotización de los seguros contra default (Credit Default Swaps). Los mercados aprecian que la Argentina está entre los tres países de mayor riesgo de default en la región, junto a Ecuador que ya lo hizo y Venezuela que completa el club.
Esta triste calificación financiera se correlaciona con las cada vez más frecuentes opiniones negativas de líderes políticos y referentes internacionales. La palabra Argentina está pasando a ser un genérico cuando alguien quiere referirse a un país desquiciado por la ineptitud y el populismo de sus gobernantes y por la enormidad de sus errores. El matrimonio Kirchner no es consciente del daño que nos causa a todos cada vez que usa el atril con sus discursos plagados de acusaciones, falsedades y populismos perimidos. Tampoco ha sabido medir el perjuicio de sus reiterados agravios a otros países, incluyendo los buenos vecinos. Ni se da cuenta del efecto internacional del incumplimiento y la violación de contratos, o de los procesos aparentemente deliberados de destrucción de valor para después expropiar empresas privadas o facilitar su compra por personas supuestamente relacionadas al poder. Nuestro gobierno también parece ignorar que el mundo no pasa por alto los actos de corrupción, ni el autoritarismo expuesto en la presión sobre la justicia y el poder legislativo, ni los abusos a través de personeros como Guillermo Moreno.
Para recuperar el prestigio perdido como nación se requiere un cambio copernicano en los métodos y en las políticas de gobierno. La Argentina no podrá enfrentar una nueva etapa signada por la crisis, si no recupera rápidamente su dignidad, la confianza y el crédito. Es un gran desafío moral.
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