Vidas paralelas, sin Plutarco: de Muammer Gaddafi a Hugo Chávez, lecciones desaprovechadas
Por Emilio J. Cárdenas
Fundación Futuro Argentino
Muammer Gaddafi y Hugo Chávez tienen cosas en común. Pocos las han advertido, hasta ahora. Ambos son líderes patológicos, por autoritarios y ególatras, que, con perfiles revolucionarios, creen ser predestinados. Sus formaciones personales -en lo que a calidad se refiere- han sido sin embargo deficitarias. Ambos transitaron por el ejército pero, por ambición, nunca se enamoraron de él y “fueron por más”, apoderándose del poder efectivo. Los dos han sido iconoclastas e irresponsables, habiendo apoyado en algún momento hasta al terrorismo. Ambos aman poder anunciar al mundo, pomposamente, sus decisiones grandilocuentes, rodeados de aplausos poco espontáneos y de toda suerte de candilejas previamente fabricadas, por encargo.
Aunque son absolutamente impredecibles y han contado con los inmensos recursos que les ha provisto el petróleo, que usan como suyos. Lo que les ha permitido dilapidarlos irresponsablemente y disimular así gruesos errores y fracasos.
En sus distintos caminos, ambos repudiaron el “imperialismo” y abrazaron, en cambio, la vía alternativa del “socialismo” que, en el caso de Libia fracasó estrepitosamente, como ocurre siempre. Venezuela, no obstante, aún debe pasar el mal trago (inevitable) de terminar con una economía paralizada y despertarse con un pueblo postergado, como ya le ocurriera al libio y, entre nosotros, también al de Cuba.
Ambos líderes hacen, además, el ridículo con sus respectivos “aspectos y atuendos” personales, no ortodoxos, aunque sin que les tiemble un músculo de la cara. Increíble. Pero lo que buscan es “identidad”, o sea llamar la atención.
Cambio de rumbo.
Gaddafi, no obstante, ha sido capaz de salir del vértigo populista y modificar drásticamente el rumbo de su “liderazgo”. Dicen que por influjo de uno de sus hijos, en este caso de Seif, que así procuraría librarse del “entorno” de allegados y chupamedias de su padre, tan petrificado en sus posiciones como en sus intereses creados. Como suele suceder en todas partes. También aquí.
Reencarnado ahora, de pronto, como persona “responsable”, Gaddafi abandonó su apoyo al terrorismo, indemnizando a sus víctimas y deudos y, por esto, la comunidad internacional, reconocida, parece haberlo “rehabilitado”. Debo admitir que le tengo aún desconfianza. Pero lo cierto es que, tanto Silvio Berlusconi como Condoleezza Rice, acaban de visitar a Gaddafi, en su opulencia, en la vieja Trípoli, rindiéndole pleitesía.
Gaddafi acaba de celebrar los 39 años desde el “golpe” de estado que encabezara como joven militar y lo llevara al poder, en el que se ha enquistado. Lo hizo ratificando algunos anuncios llamativos ya realizados en marzo pasado.
Según dice, desarmará la burocracia estatal que asfixia el desarrollo de su país. Además repartirá, como otros países árabes, los ingresos del petróleo entre sus ciudadanos, dejándolos que los inviertan como crean mejor, de manera de dinamizar su economía. Se anticipa que el “reparto” será, al comienzo, de unos cuatro billones de dólares anuales que se distribuirán entre los 5,8 millones de ciudadanos libios, que ya sueñan con el “cash” que les llegará desde el subsuelo. Cual bíblico “maná” en el desierto.
En el nuevo esquema, el Estado libio retendrá para sí tan solo unas pocas funciones: seguridad, relaciones exteriores, defensa y energía (esto último es “la caja”, a estar al peculiar “evangelio político” que predican con el ejemplo los Kirchner).
Todo el resto, incluyendo lo relativo a la salud y a la educación pasará a ser “responsabilidad exclusiva del pueblo”. Porque, dice Gaddafi, mientras las cosas estén en manos del Estado “no se podrá desterrar a la corrupción”. La fea “era de los Kirchner” nos enseña que esto es efectivamente así. Las valijas de Antonini Wilson demuestran, además, que Chávez es un cómplice privilegiado de la corrupción que, desde sus manos, se extiende rápidamente -cual hidra- sobre la región toda. Gaddafi, en esto, tiene razón.
La admisión de un fracaso inocultable.
Lo más importante de los nuevos anuncios de Gaddafi es que acaba de admitir -públicamente- el fracaso de su propia versión del “socialismo del siglo XXI”; esto es de la llamada “Jamahiriya”, o el “gobierno de las masas” (un mecanismo similar al de los “movimientos sociales”, en la jerga chavista) a través de organizaciones que aseguran “representar a la gente” pero que, al final, son solo dóciles instrumentos -más o menos disimulados- del poder de turno y poco y nada tienen realmente que ver con la democracia directa.
En rigor, toda la estructura institucional libia (como ocurre también con su similar cubana) estuvo “armada” de manera de que las elecciones solo sean “humo”, esto es engañosos procesos formales, y que el temido pluralismo político desapareciera en los hechos, permitiendo la operación del clásico “partido único” que anestesia indefinidamente a la democracia sin que ésta pueda despertarse.
Para Gaddafi (como para Perón o Chávez) esta fue una variante de la “tercera posición”. Pero, a diferencia de los demás, Gaddafi admitió el fracaso del sueño lírico propuesto. Quizás influenciado por el éxito de China, alcanzado de la mano del mercado como mecanismo de coordinación de su economía y el Estado como actor anticíclico.
Los cambios anunciados por Gaddafi son tan repentinos y profundos y su forma de ejecución está tan poco clara, que muchos auguran una inevitable “transición”, en medio del caos. Lo cierto es que Gaddafi históricamente se ha equivocado mucho. Como cuando apoyó al terrorismo. También en lo económico, como cuando pretendió desterrar al comercio minorista y reemplazarlo con una monopólica cadena de tiendas, en manos del Estado.
Como Chávez, o los Kirchner, o Evo Morales, o Rafael Correa, o Daniel Ortega, Gadaffi ama atacar y castigar a los empresarios. No hace mucho, encarceló -por una semana- a un grupo de ellos para demostrar así su “autoridad”. Si cree que, en una economía de mercado, esto seguirá siendo una “opción sin costo”, se equivoca.
Para Gaddafi el mercado es algo así como “la voluntad del pueblo” y pretende demostrar ahora que el éxito ocurre cuando sus fuerzas se liberan. Lo que es todo un riesgo, porque supone ignorar algo central en el capitalismo, esto es el rol anti-cíclico y regulador que corresponde al Estado. Chávez -por su parte- está girando en otra órbita y, por ello, todavía no ha pensado siquiera en esto ni, mucho menos, admitido lo que ya luce como un fracaso, hasta en el plano de la producción de hidrocarburos, que está en descenso sin intentos serios por revertir esta circunstancia.
De cara al futuro.
Hasta ahora, Gaddafi ha anunciado que pretende diversificar -todo lo posible- la economía de su país en la que los hidrocarburos aún proveen el 70% de los ingresos totales. Apunta a hacer crecer especialmente a los sectores del turismo, la agricultura y la construcción, en los que apuesta al futuro.
Veremos si lo logra. Por ahora el esfuerzo luce engorroso y lento. Pese a que los recursos que provienen del petróleo están volcándose a la diversificación. Y a que ha Gaddafi ha comenzado a privatizar empresas, particularmente en el sector financiero, alejando de él al Estado.
Mientras cambia de rumbo, Gaddafi está simultáneamente tratando de ampliar significativamente su producción de crudo, que hoy es del orden de los 1,8 millones de barriles diarios, para llevarla -lo más rápidamente posible- hasta los 3 millones de barriles; esto es lo que pretende hacer de la mano de la inversión extranjera a la que está convocando entusiasmado, después de haberla expulsado. Veremos si tiene éxito y cual es la próxima encrucijada que deberá enfrentar y cómo la supera.
Para terminar señalaremos otra de las muchas “coincidencias” que hay entre Gaddafi y Chávez, una que Ud. lector seguramente ya habrá anticipado: ambos creen que el plexo social es una suerte de probeta, con la que se pueden hacer toda suerte de experimentos, sin mayor costo. No es así. Los errores se pagan. Y a veces son caros. Pero tanto para Gaddafi, como para Chávez, el que paga es otro: el pueblo.
Lo grave en todo esto es que, mientras Chávez -desbocado- embate contra el mercado, o contra los “molinos de viento”, Gaddafi en cambio viene “zumbando” de regreso en busca de sus beneficios. Increíble, por supuesto. Pero esto es así, aunque luzca contradictorio.
El autor es ex Embajador de la Argentina ante las Naciones Unidas.
- 15 de agosto, 2022
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