Argentina: Conspiración, mala suerte y desilusión
Por Claudio A. Jacquelin
La Nación
Ya no pueden ocultarlo, pero no saben cómo admitirlo. En público niegan las evidencias y deben sobreactuar para afirmar lo que no es, lo que no creen, lo que están obligados a decir. La realidad ya no es lo que ellos dicen en público y lo que ellos dicen hace tiempo que dejó de ser lo que la mayoría de la gente y hasta ellos mismos creen, viven y comprueban.
Ese es el dilema que cada día enfrentan los miembros del Gobierno frente a una realidad que quieren atrapar, pero se les escurre entre los dedos, que no logran transformar favorablemente y que sólo les deja en sus manos una sucesión interminable de problemas.
El balance de los primeros 10 meses de la administración de Cristina Kirchner arroja una suma interminable de tropiezos, problemas, inconvenientes y fatalidades que no sólo no ha logrado resolver sino que, negados, engendraron nuevos escollos o no tan nuevos que sólo desaparecieron de la agenda pública cotidiana opacados por otros más graves. Y siempre todos vuelven más fuertes y más amenazantes. Así a nadie le extraña que la valija de Antonini cada día se torne más pesada para el Gobierno.
La teoría de la conspiración suele ser un argumento del que cualquier gobierno en problemas echa mano para tratar de explicarlos, para no asumir el costo de sus desaciertos. Pero la eficacia de la herramienta depende siempre de la verosimilitud con la que se la esgrima, de la convicción con la que se la presente y, sobre todo, de la excepcionalidad con la que se la utilice.
Todos saben que todo gobierno tiene enemigos. El problema es cuando un gobierno debe recurrir con demasiada frecuencia a los enemigos para explicar sus problemas o sus errores. O cuando debe crear enemigos, que pocos ven como tales. O, peor aún, cuando debe explicar sus problemas por la vía de lo inexplicable o del infortunio y quedar a un paso de lo sobrenatural, para satisfacción de los supersticiosos, de los que creen en la mufa, la yeta o la mala estrella, de las que nunca se vuelve, como del ridículo.
Entonces, de la conspiración a la mala suerte hay sólo un paso. Igual que el que media entre la negación de la realidad y la construcción de la ficción.
Así, en un remixado siglo XXI cambalache, se mezclan, para no darle ni un respiro al Gobierno, la aparición de valijas llenas de dólares y vacías de dueños con la reacción popular del campo, la retracción de la economía con la sequía pluvial, el chaparrón de muertes de aportantes a la campaña presidencial con los números insólitos de la inflación, las supuestas campañas mediáticas opositoras con la desgracia de los militantes muertos por accidente en actos oficialistas, la independencia de un vicepresidente con la caída de los precios internacionales de la soja, las acusaciones públicas y estentóreas contra el imperialismo con la diplomacia reservada para que no se tomen en serio lo que se dice oficialmente, la estatización de Aerolíneas con el tren bala, los pasajeros descontrolados y desahuciados de los trenes suburbanos con el recrudecimiento de la inseguridad y hasta el aumento del desempleo con el recurrente fracaso del seleccionado de fútbol.
Demasiadas malas combinaciones para el menú oficial.
Insistir en ellas pueden ser muy riesgoso si, como dicen, el éxito de un político consiste en encarnar la ilusión popular y recrearla periódicamente. Si su ocaso llega cuando hace de la ilusión su realidad y la realidad se convierte en una desilusión cotidiana.
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