Argentina: El Gobierno pierde, pero sus rivales no ganan
Por Mariano Grondona
La Nación
El protagonista del mes de julio fue el vicepresidente Cobos, con su memorable desempate en el Senado. Pero ésta no fue la primera ocasión en que el Senado ocupó el centro del escenario nacional. Hubo otras. Por ejemplo, en julio de 1890, cuando la Revolución del Noventa había arrinconado al presidente Miguel Juárez Celman sin, todavía, derrocarlo, hasta que el senador por Córdoba Manuel Pizarro pronunció en el recinto una encendida alocución que, en su pasaje culminante, contenía estas palabras: “La revolución, señor presidente, está vencida, pero el Gobierno está muerto”. Acto seguido se produjeron dos renuncias: la de Pizarro a su banca y la de Juárez Celman a la presidencia. Así se abrió paso al vicepresidente, el formidable Carlos Pellegrini, quien prontamente conjuró la crisis. Tanto la renuncia de Juárez Celman como la de Pizarro fueron indeclinables. Juárez Celman no hablaría nunca más de las circunstancias que lo alejaron del poder, hasta su muerte. Juárez Celman, Pizarro, Pellegrini éste era el porte de los hombres de antaño.
¿Es posible trazar aquí un paralelo entre el presente y el pasado? El pecado original de Juárez Celman había sido la pretensión de monopolizar el poder a contrapelo de Julio Roca, su antecesor y su padrino político. Pese a que en la etapa ascendente de su gobierno Juárez Celman concentró el poder hasta el punto en que su régimen fue llamado el “Unicato”, al final, cuando se había quedado sin espacio, apeló a la doble dignidad de la renuncia y el silencio.
El pecado original de Kirchner ha sido similar al de Juárez Celman porque ni él ni nadie puede reducir la magnitud de la nación a la soledad de un único mando. Pero lo que ha seguido a la primera derrota sufrida por Kirchner en el Senado no fue la reiteración de 1890, sino la decisión del ex presidente de insistir en lo que percibe como una batalla inconclusa contra el campo a través de una serie de revanchas, algunas de ellas pueriles y otras, inquietantes.
El escarmiento
Dentro de la sucesión de las revanchas pueriles estuvo, por ejemplo, boicotear la Exposición Rural mediante el retiro de los stands oficiales y el repliegue de los granaderos, e intentar por enésima vez dividir al campo mediante la notificación del nuevo secretario de Agricultura de que no recibiría en conjunto a las entidades rurales, además de la programación casi simultánea de una conferencia de prensa a cargo de la Presidenta para el día de ayer, presuntamente con objeto de “tapar” en los medios la inauguración de la Exposición Rural.
Pero otras reacciones del Gobierno ya no fueron pueriles sino alarmantes. Uno de los líderes justicialistas que se habían inclinado por el campo, el gobernador de Córdoba, Juan Schiaretti, vio cegarse de golpe los recursos que le enviaba la Nación. Ante la consiguiente crisis financiera, Schiaretti apeló con urgencia a un plan de austeridad que produjo no sólo una previsible agitación gremial en su provincia, sino también el envío desde Buenos Aires de piqueteros oficialistas armados de palos y capuchas hasta que, después de graves refriegas, decenas de policías y de manifestantes quedaron heridos.
Esta cadena de agresiones, ¿estaba destinada a que aquellos otros gobernadores dispuestos a seguir el ejemplo de Schiaretti escarmentaran en cabeza ajena? Que esto podía ser así pareció comprobarse cuando el Gobierno intentó pedirle al gobernador de Santa Fe, Hermes Binner, que no concurriera a la inauguración de la Exposición Rural, so pena quizá de sufrir similares sanciones.
Aun después de haber perdido en el Senado, en la calle y en las encuestas, Kirchner todavía pretende por lo visto vengarse del campo, borrando de paso todo signo de disenso. Por un tiempo, la buena voluntad de muchos argentinos, que ya no quieren a Kirchner pero que también aborrecen el recuerdo de 2001, los hizo concebir la ilusión de que Cristina demostraría ser, al fin, distinta de él. Cuando su esposa anunció la conferencia de prensa de ayer en directa competencia con la Exposición Rural, obturó esta imaginaria salida. Quien quiere vengarse del campo a todo trance ya no es entonces sólo el ex presidente Kirchner, sino la pareja de los Kirchner.
En los medios políticos hasta no se descontaba así que, al día siguiente de la Exposición Rural, el Poder Ejecutivo podría tratar de subir de nuevo las retenciones. Pero en el Congreso ya hay algunos legisladores que proponen no sólo limitar las retenciones mediante una ley, sino también retirarle al Gobierno los “superpoderes” mediante los cuales ha tenido hasta ahora el manejo arbitrario de la caja pública, suponiendo que, una vez que perdió apenas en el Congreso por las retenciones, el kirchnerismo podría sufrir de aquí en más nuevas y más amplias derrotas.
¿Una o dos derrotas?
Si el Gobierno, en lugar de aprender de la derrota que ha sufrido en la calle y en el Congreso frente al campo para rectificar el rumbo en dirección del consenso y el bien común, si en lugar de gobernar para todos, amigos y adversarios por igual, se empecina en la venganza, a su primera derrota seguirán otras cada día más rotundas. Llegará entonces el día en que el Gobierno se anule completamente a sí mismo.
Si gozáramos de un sistema bipartidario como el que tienen las democracias exitosas de nuestro tiempo, el drama no sería tan grave. Mientras el nuevo primer ministro inglés, Gordon Brown, se hunde al parecer en la impopularidad, no es tan dramático que la oposición conservadora se apreste a reemplazarlo, así como los laboristas de Tony Blair reemplazaron en su momento a los conservadores que venían de Margaret Thatcher.
Este es, después de todo, el ritmo natural de las democracias bipartidarias. El problema es que nuestra democracia no es todavía bipartidaria porque en lugar de los Kirchner, que han iniciado su descenso, lo que aquí tenemos no es una sola oposición sino varias. Para hacer una breve lista: en la resistencia al frustrado unicato de los Kirchner se suman ahora el peronismo no kirchnerista de los Rodríguez Saá, De la Sota, Romero, Reutemann, Das Neves, De Narváez y Duhalde; la Coalición Cívica de Carrió; el socialismo de Binner, el Pro de Macri y el propio radicalismo de Morales y de Cobos, que bien podrían reconciliarse. Solo, cada uno de estos referentes perdería contra los Kirchner. Todos ellos o un buen grupo de ellos, sumados, los derrotarían fácilmente ya sea en las urnas o en el Congreso. Pero una pregunta oscila al lado de esta enumeración. Todos ellos o al menos muchos de ellos, ¿se sumarán?
Esta pregunta es crucial porque indica que el futuro de la república ya no depende sólo del ocaso político de los Kirchner, sino también de la energía y sobre todo de la humildad que exhiban sus rivales. A ellos también y no sólo a los Kirchner les corresponde por lo tanto una responsabilidad importante para el futuro de la República porque, si el derrumbe eventual de los Kirchner siguiera afectando a la República como ya la está afectando, la ausencia de una convergencia opositora para reemplazarlos la pondría en emergencia. No vaya a ser que de aquí a un tiempo algún orador venga a decirnos a la manera de Pizarro: el Gobierno está vencido, pero la oposición está muerta.
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