¡Las FARC están acabadas! ¿O lo están?
Por Jorge G. Castañeda
Diario Las Americas
El audaz rescate por parte del ejército colombiano de 15 rehenes a principios de julio, incluyendo a la política franco-colombiana Ingrid Betancourt y tres contratistas estadounidenses, es el material mismo de las novelas de suspenso y de los filmes de acción. Sin duda alguna, alguien ya está comprando los derechos para filmar la cinta e investigando para escribir el libro. Es un gran relato.
Fue, también, un final adecuado para lo que pudo ser una tragedia y para la pesadilla de los rehenes y sus seres amados. Pero el engaño en el que cayeron los captores encierra un significado más profundo: Hace evidente, después de mucho tiempo, el probable desplome del grupo de combatientes guerrilleros más antiguo y el último sobreviviente en América Latina, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, o FARC.
Muchos observadores bien enterados habían llegado a esa conclusión antes de la debacle de los rehenes. “Las FARC están acabadas, sin importar cuántos hombres y armas puedan tener”, fue la lapidaria y profética conclusión de Joaquín Villalobos, ex líder de la guerrilla salvadoreña, refiriéndose a la desaparición del movimiento de la narcoguerrilla. Y ése es sólo un ejemplo.
La estrategia de seguridad democrática del Presidente Alvaro Uribe ya parece haber rendido frutos, gracias al controvertido Plan Colombia financiado por Estados Unidos, y gracias también a una gran dosis de buena suerte, como la de haber encontrado, hace varios meses, miles de archivos computarizados altamente incriminadores de las FARC, después de un ataque contra un campamento guerrillero en Ecuador.
Las FARC fueron engañadas para que entregaran sus prisioneros secuestrados (como parte de lo que ellos pensaron era un intercambio por cientos de sus camaradas encarcelados) porque ya habían sido debilitados severamente por la muerte de su líder, Manuel “Tirofijo” Marulanda, y de dos de sus más importantes comandantes, y también porque sus filas habían sido infiltradas por los militares colombianos y sus comunicaciones vía teléfono satelital habían sido interceptadas.
La liberación de Betancourt fue tanto un producto de la creciente debilidad de las FARC como un factor que contribuyó a ello. Es por esto que la hipótesis de que están al borde de la derrota quizá sea válida.
De ser cierto, ya era hora.
En diciembre de 1956, Fidel y Raúl Castro, junto con un argentino graduado de una facultad de Medicina, posteriormente conocido como (Ernesto) “Che” Guevara, zarparon del puerto mexicano de Tuxpan rumbo a Cuba y a su cita con la historia. Desde entonces, América Latina ha sido el escenario de innumerables intentos de apoderarse del poder por grupos pequeños de revolucionarios izquierdistas que llevan a cabo levantamientos armados en áreas rurales y urbanas, además de desde el extranjero.
Todos ellos han invocado precedentes heroicos del siglo 19 y principios del 20. También han soportado la imposibilidad de continuar bajo dictaduras derechistas brutales, como las de Fulgencio Batista en Cuba, Anastasio Somoza en Nicaragua, y los complejos militares-oligárquicos en, entre otros países, Guatemala, El Salvador, Bolivia, Argentina, Perú, Uruguay y — Colombia.
En muchos de estos casos, estaban en lo correcto: Sin recurrir a armas y balas, nada en sus países cambiaría alguna vez. Lograron sólo dos y medio éxitos: Cuba, en 1959; Nicaragua en 1979; y, parcialmente, El Salvador, en 1992, donde combatieron contra los ejércitos estadounidense y salvadoreño hasta llegar al estancamiento, el cual desembocó en paz y una prosperidad creciente a su país.
En todas las demás partes la derrota, la represión y la futilidad fueron la norma — por diversas razones: estrategias equivocadas, errores tácticos, teorías erróneas, intervención desviada de Estados Unidos, entre otras.
Para los primeros años de los ‘90 resultó cada vez más evidente que la lucha armada por el poder en América Latina estaba en declive. Sólo persistían algunos grupos aislados: Sendero Luminoso en Perú, el Frente Patriótico Manuel Rodríguez en Chile, durante algunos días los Zapatistas en Chiapas, México, y las FARC en Colombia.
Las transiciones democráticas a lo largo del hemisferio habían hecho que los movimientos guerrilleros carecieran de justificación. Como pronosticó el Che en su libro, “La guerra de guerrillas” (1960), en tanto prevalezca el gobierno democrático, el recurso de tomar las armas carece de sentido. En país tras país, las guerrillas fueron derrotadas, pacificadas, incorporadas al proceso democrático, o bien se tornaron irrelevantes. Para finales del siglo 20, sólo perseveraban las FARC, junto con cierto número en México de grupúsculos separados de otras organizaciones.
En consecuencia, si estos pronósticos resultan correctos, el colapso inminente de las FARC en Colombia, y el fin del apoyo claro para ellas del presidente venezolano, Hugo Chávez, podría significar el canto del cisne para uno de los más distintivos (y contraproducentes) movimientos del siglo pasado.
Esto sería un verdadero momento decisivo para la región y la vindicación de la estrategia contrainsurgente, una estrategia de la que desconfiaban muchos, que había sido criticada — correctamente, al menos en parte — por sus violaciones a los derechos humanos, pero que parece haber resultado exitosa. Esto dista mucho de ser un asunto de escasa importancia para el hemisferio.
No obstante, persisten desafíos importantes antes de que se pueda cerrar el capítulo de las guerrillas en Colombia. Uno de ellos es que, pese a todos sus reveses, incluyendo la decisión de su amigo Hugo Chávez de abandonarlas, al menos por ahora, las FARC ha demostrado una gran resistencia y flexibilidad a lo largo de los últimos 40 años, y descontarlos por completo quizá fuera un acto arriesgado.
Sin duda están divididos, fragmentados, son impopulares y carecen de representación internacional, pero los buenos y los malos tiempos de la guerra de guerrillas son sumamente bien conocidos: el único combatiente guerrillero realmente muerto es el que está sepultado bajo tres metros de tierra.
Para empezar, la pérdida del apoyo de Venezuela, si es de larga duración, puede ser crucial o, por otra parte, quizá no lo sea: Estos guerrilleros tienen sus propios mecanismos basados en las drogas para la compra de armas, financiamiento y reclutación, que les han permitido sobrevivir sin ayuda exterior durante decenios.
Además, el final ideal de la existencia de las FARC, o sea un acuerdo de pacificación entre el gobierno de Colombia y los sucesores de Marulanda en las FARC sin la compartición del poder, es algo que se dice más fácilmente de lo que se hace.
Los Acuerdos de Paz de Chapultepec en 1992, que pusieron fin a la guerra civil salvadoreña, fueron firmados tres años después de que resultó perfectamente claro que ninguno de los dos bandos podía ganar. Los acuerdos involucraron la mediación de la Organización de las Naciones Unidas, actitudes de estadistas por parte de los negociadores y sus líderes y un cierto grado de sofisticación por parte de los guerrilleros del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), algo que ha estado notablemente ausente en las FARC hasta ahora.
Así que, quizá pase un poco de tiempo antes de que Colombia pueda dejar atrás en forma definitiva sus problemas guerrilleros, y quizá sea más que un poco. ©2008 Jorge G. Castañeda Distribuido por The New York Times Syndicate.
Jorge G. Castañeda fue secretario de Relaciones Exteriores de México durante los años 2000 al 2003. Actualmente es profesor de estudios latinoamericanos en la Universidad de New York. Es autor o coautor de ocho libros, incluyendo la biografía del lider guerrillero Ernesto Che Guevara, “La Vida en Rojo: Una Biografía del Che Guevara” (Alfred Knopf, 1997), “Perpetuando el Poder” (2000), “Somos Muchos: Ideas para el Mañana” (2004), y lo más reciente “Ex Mex: de migrantes a inmigrantes” (2007) (“Ex Mex: From Migrants to Immigrants”, publicado en inglés por The New Press en 2008).
Sus ensayos y comentarios han sido publicado en Foreign Affairs, The New York Times, The Atlantic Monthly e Inter-American Dialogue.)
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