Retenciones al agro: una historia de tangos
Por Alejandro Alle
El Salvador
Existen ocasiones en las cuales los países latinoamericanos resuelven sus asuntos institucionales de formas ciertamente insospechadas, tal como ocurrió la semana pasada en Argentina al ser rechazado por el Congreso un proyecto de ley sobre “retenciones” a las exportaciones de productos agrícolas.
En efecto, en la madrugada del 17 de julio la ciudad de Buenos Aires fue testigo de la puesta en escena de un cuento borgiano, con malevos de mirada torva desafiando a un valiente que estaba osando desobedecer el antojo de una dama. Todo muy acorde, por cierto, con el espíritu arrabalero que caracteriza a la urbe.
Lo lamentable es que lejos de haber sido un espectáculo de tangos, con canciones de Gardel, cortes, quebradas y música de bandoneón, quienes representaban el papel de malevos eran senadores nacionales. Incondicionales a la presidente.
El papel de valiente le correspondió al vicepresidente de la nación, Julio Cobos. Y la dama de marras, deshonrando una vez más su alta investidura con sus poses de tilinga caprichosa, fue la presidente Fernández de Kirchner.
El cuadro, indudablemente patético, es una muestra de la forma errónea en que se toman las decisiones económicas en nuestra región, porque como usted bien sabe estas cosas no sólo ocurren en Argentina. Es cierto, en los demás países el relato carecería del glamour tanguero.
Pero las consecuencias, en todo caso, siempre son las mismas: un persistente y crónico subdesarrollo económico originado en la baja importancia que los países de la región le han otorgado al Estado de Derecho y al marco institucional.
Prueba de ello es un Congreso que, en vez de servir para el debate serio de la legislación aplicable, deviene en un teatro de opereta que desconoce los más elementales principios económicos.
Pero, ¿qué fue lo que ocurrió? La historia dirá que luego de un empate en 36 votos por bando, al vicepresidente de la nación le correspondió definir la contienda, en su carácter de presidente del Senado.
Dirá también la historia que su decisivo voto fue, para desesperación de los malevos incondicionales, en contra de la aprobación de un proyecto conflictivo, obcecadamente impulsado por la presidente de la nación.
¿En qué consistía el proyecto? En aumentar progresivamente, con alícuotas crecientes según los precios internacionales de los productos agrícolas, los impuestos a las exportaciones de tales mercaderías. Denominados “retenciones” cuando en realidad son confiscaciones.
Es decir, el impuesto rechazado no sólo hubiera gravado con alícuotas superiores al 50% los ingresos, sino que además tales alícuotas hubieran sido crecientes según el precio de venta de las exportaciones.
Como agravante, y de manera irresponsable, su aprobación había sido promovida con un falso mensaje de resentimiento y división social. Una vergüenza.
El proyecto fue un despropósito por el cual, en nombre de una supuesta redistribución de la riqueza que no era sino voracidad fiscal, se hubiera perjudicado a los más pobres al desalentar las inversiones y limitar la creación de fuentes de trabajo.
¿Por qué ocurren estas cosas? Sería torpemente ingenuo olvidar que son legión los políticos que pretenden mantener a la población dependiente de sus dádivas. Eso es clientelismo, y viene en diversos colores. No sólo en uno, si eso usted pensaba.
También ocurren por el histórico e histérico, desencuentro entre Economía y Derecho, nacido de la ignorancia, y la arrogancia, de algunos que ejercen tales ciencias: son demasiados los abogados que desconocen los efectos económicos de la legislación que promueven.
Y son demasiados los economistas que, enfrascados en complejas fórmulas ingenieriles, subestiman la enorme importancia que tiene el marco legal, concluyendo, erróneamente y con cara de sorpresa, que “los principios económicos que funcionan en Suiza o en Hong Kong no aplican en la región”. Falso.
Finalmente, y aun cuando el desempate porteño inclinó esta vez la balanza para el lado correcto, es siempre oportuno recordar una sabia definición dada justamente por Jorge Luis Borges: “La ética no es una rama de la estadística”. Afortunadamente.
Hasta la próxima.
El autor es Ingeniero. Máster en Economía (ESEADE, Buenos Aires). Columnista de El Diario de Hoy.
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