El extravío de Europa
Por Juan Gabriel Tokatlian 
La Nación
A pesar de que fue Estados Unidos el que hace tiempo se proclamó “faro de la libertad”, para buena parte de América latina, y en particular para el Cono Sur, la fuente de inspiración democrática y de equilibrio entre pluralismo, bienestar y justicia provino históricamente de Europa. Sin embargo, el Viejo Continente parece hoy desorientado e incapaz de brindar una opción sugerente en los asuntos mundiales, así como tampoco parece ser una referencia promisoria en términos simbólicos. Sin duda, la Unión Europea (UE) está inmersa en un laberinto cuyos efectos podrían ser sombríos para América latina.
El proceso mismo de unidad en Europa se ha hibernado. Ante la opción de profundizarse o ampliarse, la UE optó hace unos años por su ampliación. Con todo, esto no la ha fortalecido, sino que ha revelado las dificultades y contradicciones de la construcción de una identidad europea. La aspiración de una Europa dotada de una única Constitución está distante.
En realidad, los diversos intentos por tener una carta común, tanto los fracasados de 2004, como los actuales que están en entredicho, expresaron más la configuración de híbridos tratados intergubernamentales que incrementarían los niveles de institucionalización de la unión, que la posibilidad real de tener una Constitución única para toda la UE. El reciente voto contrario al Tratado de Lisboa de 2007 en Irlanda confirma que un referéndum en pos de una integración mayor en momentos de incertidumbre política, fragilidad social y vulnerabilidad económica puede ser inoportuno e inapropiado. También refuerza la sensación de que la estructura de la UE se está transformando en un aparato excesivamente burocrático e inercial manejado por técnicos y avalado por políticos, pero distante de los urgencias y reclamos ciudadanos.
La brecha entre elite y opinión pública se acentúa en varios países y, con ello, la percepción de disfuncionalidad: para unos, los electores no entienden que el camino de mayor unión exige sacrificios y sofisticación en el marco de una nueva visión estratégica; para otros, los dirigentes procuran satisfacer sus intereses creados y llevar a las sociedades a ajustes socioeconómicos costosos, que tienen poca posibilidad de revertirse en un futuro que, a su vez, no muestra signos de bonanza.
Paralelamente, y en el plano interno de los países, se patentiza el desvanecimiento de las nuevas “terceras vías” y el agotamiento de las clásicas perspectivas socialdemócratas: la centroizquierda está en retroceso y a la deriva. Europa se mueve en la dirección de las derechas; en algunos casos, con matices centristas; en otros, con coaliciones extremistas, en ciertos casos con formas de neopopulismo, en determinadas ocasiones con liderazgos francamente fascistas, y en varios ejemplos mediante grupos que reafirman una agenda sociopolítica retrógrada.
Los límites a la unidad europea y el eclipse del progresismo afectan negativamente las relaciones entre la UE y América latina. La combinación de varias de las actuales políticas europeas podría ser muy perjudicial para nuestra región, al operar en contravía de una mayor democratización e integración en un mundo globalizado. Una consecuencia no planeada ni deseada del empobrecimiento de lo vínculos europeo latinoamericanos podría alentar a un mayor ensimismamiento de nuestros países y a más fragmentación en la región.
Asimismo, el rol europeo frente a muchos asuntos globales clave oscila entre la irrelevancia y la ineficiencia. La UE carece, en la práctica, de una política exterior y de defensa común y, por lo tanto, en temas cruciales, sus miembros optan por estrategias individuales. Esto ha significado que Europa no hubiera logrado limitar de modo visible la ambición de primacía de Estados Unidos.
En efecto, la influencia europea no se ha incrementado ni en Medio Oriente ni en Asia central, y en esos casos Europa sólo aporta gestos paliativos ante las prácticas punitivas de Washington. Tampoco ha podido establecer una relación equilibrada y productiva con Rusia. La Europa de los negocios se acerca a China e India, pero sin una proyección diplomática asertiva que contribuya a un escenario multipolar y estable. Europa se ha autoimpuesto un enanismo militar al no contar con un sistema autónomo y depender del paraguas de la OTAN, que ha dejado de ser un acuerdo defensivo y se ha transformado en una mecanismo ofensivo que gira preferentemente en torno a las metas y misiones indicadas por Estados Unidos.
Respecto de América latina y el Caribe, la reciente cumbre birregional llevada a cabo en Lima fue un nuevo motivo de mutua frustración: el desacople político entre las dos áreas es ya demasiado elocuente como para ocultarlo. Además, el paternalismo de Europa en el tratamiento de ciertos temas; por ejemplo, en lo que debería hacer la región con Chávez o con algunas experiencias populistas, o cómo debería evitar manejos heterodoxos en términos económicos se ha vuelto excesivo. Salvo por el caso de Cuba (la UE acaba de levantar sanciones contra la isla) las señales que emiten Washington y Bruselas no son muy distintas. Muchas de las posturas europeas parecen responder más a su dinámica electoral interna y al intento de tender puentes con Washington que a robustecer una política de principios y a proyectar externamente una estrategia coherente.
Por otra parte, la agenda bilateral concreta de la UE y América latina constituye en la actualidad una cuestión delicada. Europa enuncia su interés por incrementar los lazos comerciales, pero no hace concesiones significativas, por ejemplo, para arribar a un acuerdo UE-Mercosur. Europa expresa su disponibilidad a elevar las inversiones en el área, pero lo hace en el marco de prácticas que debilitan la de por sí frágil institucionalidad regional. Los recientes casos de corrupción de Alstom y Siemens en América latina evidencian, una vez más, que algunos actores privados europeos sólo procuran mejorar posiciones de mercado a costa de horadar las instituciones cuyo fortalecimiento, según la UE oficial, constituye un objetivo central en el área.
Europa se pronuncia por una política alternativa en materia de lucha contra las drogas, pero muestra con sus actos que está a favor de un prohibicionismo soft , ligeramente diferente del férreo modelo prohibicionista estadounidense. Europa dice estar preocupada por los llamados “Estados fallidos”; sin embargo, no es evidente que sus acciones y recursos en el área muestren un enfoque novedoso. Europa asevera que los derechos humanos son un pilar esencial y permanente de su política exterior, pero aprobó en días recientes una legislación sobre inmigración deplorable en materia de derechos fundamentales y su protección en territorio europeo. Europa asevera que tiene una perspectiva integral y sustentable en materia energética y ambiental, pero ésta es inexistente en las relaciones birregionales.
En breve, los hechos, tan lejanos de la retórica, muestran una Europa de doble estándar. Una Europa extraviada que no es una buena noticia para el mundo y es una mala noticia para América latina. Aquello que algunos han llamado el “poder moral” de Europa es, por ahora, una quimera. 
El autor es profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de San Andrés. 
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