El candidato milagroso
Por Mark Steyn
Diario de América
La versión resumida de la campaña de primarias del Partido Demócrata es que los medios se enamoraron de Barack Obama, pero el electorado Demócrata rehusó hacerlo.
«Siento este hormigueo de entusiasmo en mi cuerpo,» decía Chris Matthews, de la MSNBC, tras uno de los discursos del senador. «Quiero decir, no se dice eso con demasiada frecuencia.» Au contraire, Chris y el resto de la pandilla parecen estar poniéndose cachondos a cada día que pasa. Si Obama es el Viagra político, los medios se encuentran en esa parte del anuncio en la que el anunciante advierte que, si el hormigueo persiste durante más de seis meses, consulte a su médico.
Ahí fuera en las cabinas de votación, sin embargo, el hormigueo de los Demócratas permaneció admirablemente tranquilo. Contra más decían los medios a Hillary que estaba acabada y que debía hacerse a un lado de una vez y dejar que Obama alcanzase la victoria con facilidad, más Demócratas insistieron en votarla a ella. Contra más insistían los medios en que Barack era inevitable, menos inclinados fueron los votantes a hacerse a la idea. Acerca de la fuerza de los temblores de entusiasmo de Chris Matthews, el Senador Obama recaudaba un montón de dinero — más de 300.000.000 dólares — y superaba masivamente a la Senadora Clinton, pero realmente tampoco le sacó mucho rendimiento. Al final, llegó jadeando a la línea de meta. El Obama Express llegó resoplando por el andén a dos millas a la hora.
¿Pero qué le importa? El Senador Obama ha aprendido un viejo truco de Bill Clinton. Si te comportas como una estrella, vas a ser tratado como una estrella. De manera que, incluso si sus cifras se debilitaban, su retórica se desgañitaba. Para cuando daba a conocer su discurso «de victoria» la semana pasada, el gran delirio gracioso envolvía sus párrafos finales de delirantes alucinaciones por la Vía Láctea:
«Me enfrento a este desafío con profunda humildad, y conocimiento de mis limitaciones. Pero también me enfrento con fe sin límites en la capacidad del pueblo americano… estoy absolutamente seguro que las próximas generaciones, seremos capaces de mirar atrás y decir a nuestros hijos que éste fue el momento en el que empezamos a proporcionar cuidados a los enfermos y buenos puestos de trabajo a los desempleados, éste fue el momento en el que el ascenso del nivel de los océanos empezó a ralentizarse y nuestro planeta empezó a curarse… este fue el momento — este fue el momento — en que cerramos filas para remodelar esta gran nación.»
Es algo bueno que se esté enfrentando a ello con «profunda humildad,» ¿no? Porque de lo contrario quién sabe lo que estaría diciendo. Pero márquenlo en sus calendarios: el 3 de junio de 2008 — el tan esperado día, después de 232 años, en que Estados Unidos empezó a proporcionar cuidado al enfermo. Solamente una pequeña prueba: 47 asistentes al discurso de Obama fueron trasladados al hospital y atendidos por vómitos. Todo el resto del mundo se fue encantado con que Obama fuera a curar el planeta e invertir el nivel del agua de los océanos. Cuando Barack quiera caminar sobre las aguas, no quiere tener que utilizar una escalera para subirse a ellas.
Hay en general dos reacciones a este tipo de propuesta política. La primera quedaba ejemplificada por Marc Ambinder, del Atlantic Monthly:
«qué registro emocional tan diferente al de John McCain; Obama parece estar al borde de las lágrimas; la gigantesca multitud en el Xcel Center parece dispuesta a subir a Obama a sus hombros, la audiencia mucho más pequeña del discurso de McCain interrumpía sus comentarios con jaleos altisonantes».
La segunda reacción se reduce a: «¿Curar el planeta? ¿Ha perdido un tornillo éste tío?» Siendo honesto, prefiero una república cuya ciudadanía no tenga que mostrar mayor entusiasmo por su candidato que «jaleos altisonantes» en lugar de una en la que la multitud quiere subir al candidato a sus hombros por prometer reducir el nivel del agua de los océanos en su primer mandato. En cuanto a cerrar filas «para remodelar esta gran nación,» si es tan grande, ¿por qué tenemos que remodelarla? Hace unos cuantos meses, justo después de las primarias de New Hampshire, un lector canadiense mío — John Gross, de Quebec — me enviaba un discurso multiuso de cierre de la campaña de 2008:
«Amigos míos, vivimos en la nación más grande de la historia del mundo. Espero que os unáis a mi mientras intentamos cambiarla.»
Pensé que era tan encantadora que la puse en la página web de National Review. Momento en el cual sucedió uno de esos milagros de Internet, y tres vínculos y una búsqueda de Google más tarde, la frase no era atribuida a mi lector, sino al Senador Obama, y unas cuantas semanas más tarde empecé a recibir correos electrónicos procedentes de Florida a Oregón, preguntando si podía recordar en qué escala de la campaña pronunció realmente el senador estas palabras. Y yo pacientemente respondía y explicaba que son palabras de John Gross, y que ni siquiera Barack sería lo bastante estúpido para decir algo así en público. Pero aún así la última semana, su discurso de victoria de «cerrar filas para la remodelar esta gran nación» se acercó desagradablemente.
Hablando a título personal, no quiero remodelar Norteamérica. Soy un inmigrante, y un motivo de que viniera aquí es que la mayor parte del resto del mundo occidental se remodeló a lo largo de las directrices que el Senador Obama tiene en mente. Esto es en gran medida la sentencia definitiva para mí. Si rehace América, no me queda ningún sitio a donde ir — aunque presumiblemente, una vez que haya rebajado los niveles del mar en todo el planeta, quedarán unos cuantos atolones apareciendo aquí y allí.
Marc Ambinder está en lo cierto. La retórica de Obama es «un registro emocional» diferente al de John McCain. Es un «registro emocional» diferente a los de cada Presidente de los Estados Unidos — no solamente los Coolidge, sino también los Kennedy. Nada en el historial de Obama sugiere que sea el hombre adecuado para remodelar Norteamérica o curar el planeta. Apenas la semana pasada, otro de sus colegas caía miserablemente, procesado por un jurado de Chicago bajo 16 cargos de esto y aquello. «Éste no es el Tony Rezko que yo conocí,» decía el senador, en lo que ya se está convirtiendo en su formulación estándar. De igual manera, éste no era el Jeremiah Wright que conocía. Y ambos son los tíos que conocía desde hacía 20 años.
Pero al mismo tiempo que se está viendo manchado por la corrupción y el antiamericanismo de aquellos más próximos a él, Obama está convencido de que simplemente viajando a Teherán y Pyongyang, puede llegar a conocer a los enemigos de América y persuadirles de limar asperezas. No hay duda de que si todo se va al cuerno, e Irán acaba lanzando la bomba sobre Tel Aviv, el Presidente Obama pondrá su mejor cara compungida de póker y anunciará solemnemente que «este no es el Mahmoud Ahmadinejad que conocí.»
Cada vez que escucho un discurso de Obama, me entra la risa. Pero a millones de votantes no. Y, si Chris Matthews está en lo cierto y el hormigueo mediático se sale con la suya y lleva a Obama a la línea de meta este noviembre, la carcajada será de aquellos de nosotros que pensamos que los momentos importantes exigen una retórica de adulto.
© 2008, Mark Steyn
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