Una defensa liberal
Por Luis Chamochumbi
Acrata
Algunos autores critican al liberalismo sin conocerlo. E, ingenuamente, proclaman su fracaso. Desconocen que es la libertad y el libre comercio lo que permite la prosperidad de las naciones, no las tramposas prácticas mercantilistas de los Estados. Esconden, pues, su ignorancia, en lo que llaman “filosofía del neoliberalismo”.
Para empezar, no existe tal “filosofía”. Sencillamente no hay liberal que sostenga o se adscriba a lo que sus detractores le imputan. El prefijo –utilizado como despectivo contra un espurio proyecto de acción política— podría ser más gráfico si se lo cambiara por “seudoliberalismo”. Es decir, parece liberalismo, pero no lo es. Adrede se confunde lo uno con lo otro.
El liberalismo es una tradición de pensamiento. Busca restringir el poder político para evitar que este invada las autonomías individuales. No es ninguna cosmovisión. Cada quien concibe el mundo y la vida según su propia capacidad y experiencia. Si no fuera así, no habría libertad de pensar ni elegir.
No hay, pues, “pensamiento único” ni catecismo alguno. Es el desarrollo coherente y consecuente de los principios de la libertad, la propiedad privada y el respeto a la palabra empeñada lo que permite a unos ser más honestos que otros en su actuar y elucubrar.
No existe, en ello, ningún idealismo en sentido platónico. La libertad se da frente a los hechos. Nadie se abstrae para saber qué es esta estando frente a un fusil. Como decía Lord Halifax, si tuviesen libertad sólo quienes saben qué es habría muy pocos hombres libres.
Ni J. Bentham ni Stuart Mill son ejemplos consecuentes de filósofos liberales. Revela ignorancia incluir al primero (como a Hobbes o a Rousseau). Y, en cuento al segundo, salvo por On Liberty, su obra no hizo sino arrastrar a generaciones de pensadores hacia un mal que no llegó a los cien años: el socialismo.
Al liberalismo, pues, no lo personifican los autores. Douglass North (Nobel de Economía 1993), por ejemplo, demostró en nuestra capital cómo sus más recientes hipótesis sobre el cerebro humano lo tornan determinista, en estricto sentido filosófico. Ahora especula en una senda contraria a la que le significara el Nobel.
Pero no es lo mismo aseverar que el liberalismo es, contradictoriamente, determinista… porque todo lo “determina” el mercado (!). El mercado es un proceso ingobernable de millones y millones de intercambios y decisiones; y sobre todo, de información. Lo hacemos todos al buscar la satisfacción de nuestras propias necesidades, al transar y discriminar. Nada es más indeterminado: el conocimiento futuro, lógicamente, no puede disponerse antes.
No es cuestión de creencias: la realidad demuestra que mientras mejor se salvaguardan los derechos y libertades, más prósperas son las sociedades. La pobreza endémica no es, entonces, sino consecuencia de la falta de protección a los derechos de propiedad, principalmente por causa del Estado.
Es desde el Estado desde donde se cosifica al individuo. Se anula su esencia. Se persiste en mediocrizarlo. He aquí lo verdaderamente inmoral. En general, la moral consagra lo bueno y proscribe lo malo; la ética, a su vez, hurga en lo correcto, según este patrón. Carecer de ética o de moral es lo mismo que se inmoral o anético. Nada más ajeno a la filosofía liberal, que es el respeto por la individualidad y lo ajeno.
Que haya gente que no respete ni su propia palabra o no honre sus deudas, no convierte ello en una máxima o “filosofía” a seguir. Se llenan de descrédito y de desprestigio quienes así proceden.
Hace algunos años Federico Salazar llamó “el juego de la piñata” (Ortodoxia Liberal/3) al armar monigotes con lo que se piensa es el liberalismo para darle a “eso” de palos. Hoy, su recomendación sigue vigente: “Nadie tiene la obligación de conocer la obra de los liberales, pero, para criticarlos, hay que saber qué dicen estos realmente.”
El autor es abogado y se desempeña en el Instituto de Defensa de la Propiedad.
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