El silencio de Mandela
Por Javier Farje
BBC Mundo
Todos parecen tener algo que decir sobre Zimbabue. El lunes, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas se pronunció sobre la crisis política creada por el gobierno de Robert Mugabe.
Mientras que los líderes regionales del sur de África discrepan sobre que hacer con Mugabe, hay un silencio que está creando un eco más poderoso que el discurso más inflamatorio. El de Nelson Mandela.
Hasta el momento, el icónico ex presidente sudafricano no ha dicho una sola palabra sobre la crisis en Zimbabue, y muchos se preguntan por qué.
Hace un par de semanas, el periodista británico Christopher Hitchens, un fogoso columnista de Vanity Fair , le preguntó a una persona muy cercana a Mandela, George Bizos, por qué su líder había decidido callar.
Vejez
Bizos parecía la persona ideal para develar el misterio.
Después de todo, este legendario abogado defendió a Mandela en los duros días de la represión segregacionista, y recientemente representó al propio Morgan Tsvangirai, el líder de la oposición en Zimbabue.
La respuesta a la pregunta, aunque trivial, no dejó de sorprender a Hitchens: Mandela es un anciano a quien sus médicos le han aconsejado que no se meta en embrollos que le pueden causar estrés.
Hitchens no dudó en hacer al líder de la lucha contra la segregación racial “cómplice del pillaje” en Zimbabue.
“Es el silencio de Mandela, mucho más que otra cosa, lo que golpea al alma” apuntó Hitchens en Slate, una publicación estadounidense de Internet.
Aunque no todos los que se preguntan sobre el silencio de Mandela usan un lenguaje tan incendiario como el de Hitchens, si hay una mezcla de decepción y extrañeza ante la falta de una condena.
Este silencio puede tener varias explicaciones.
Lealtad
Nelson Mandela se ha retirado de la política.
A su edad, -90 años que celebrará el próximo viernes con un concierto aquí en Londres- resulta perfectamente razonable que la respuesta del abogado Bizos al periodista Hitchens sea la razón real del silencio del líder.
Durante los últimos años, su relación con su partido, el Congreso Nacional Africano, el ANC, se ha limitado a una presidencia honoraria y simbólica.
Hace mucho que no comenta sobre la política interna de su país, la misma que ha experimentado suficientes turbulencias como para producir más de una opinión.
Los últimos años de su vida los está dedicando este guerrero agotado al combate de la pandemia de VIH-SIDA que está asolando a Sudáfrica y otros países del continente.
Pero al mismo tiempo, Mandela siempre ha mostrado una lealtad a prueba de balas con aquellos que apoyaron la lucha contra el sistema del “apartheid”, aunque esta lo haya metido en aguas de borrasca.
Mandela nunca condenó el gobierno militar de Suharto en Indonesia o las actividades extracurriculares del líder libio, el coronel Muhamar Ghadafi, debido a que ambos países apoyaron la lucha contra la segregación racial en su país.
Esto, como no podía ser de otra manera, ha dado lugar a críticas incluso por parte de quienes lo admiran.
Este puede ser el caso de Zimbabue.
Refugio
Desde que la antigua Rodesia se convirtió en Zimbaue en 1980, Robert Mugabe, uno de los líderes independentistas más admirados de Africa, convirtió a su joven república en un refugio seguro de activistas del ANC.
Es más, miembros de Umkhonto we Sizwe (La Lanza de la Nación), el brazo armado del ANC del que Mandela fue su máximo dirigente, usaron el país como campo de entrenamiento.
Nelson Mandela y Robert Mugabe pertenecen a la misma generación de líderes anticolonialistas que en su momento quisieron forjar, junto al ghanés Kwame Nkrumah y el congoleño Patrice Lumumba, un gran movimiento pan-africanista que nunca cuajó.
Es más, luego de que Mandela dejara la presidencia en 1999, se embarcó en una campaña para ayudar a resolver los innumerables conflictos internos que asolan a varios países africanos.
Este es el caso de la guerra civil en la República Democrática del Congo, en cuya solución Mandela se comprometió de cuerpo y alma.
Zimbabue envió un contingente de mantenimiento de la paz de más de once mil soldados, un aporte militar al que se sumó la presión política para el logro de un acuerdo viable entre los bandos en conflicto.
Todo esto podría explicar el silencio agradecido de Mandela.
Más allá de la retórica incendiaria de quienes lo acusan de complicidad, está la realidad inevitable de su edad, la pesada carga de 27 años de prisión y la percepción equivocada de que un gigante como Mandela puede solucionar todos los problemas de Africa.
Es posible de que la lealtad le haya impuesto una mordaza voluntaria, pero no resulta alocado pensar que, en efecto, después de tantos años de lucha, Nelson Mandela quiere ejercer el sagrado derecho a la jubilación.
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