Libertad, anonimato, impunidad
Por Óscar Collazos
El Tiempo, Bogotá
Quienes frecuentamos revistas y periódicos colombianos hemos aprendido dos o tres cosas sobre la participación de los lectores y usuarios de sus ediciones digitales. Uno, que Internet democratizó hasta límites imprevisibles la libertad individual; dos, que la retroalimentación de los usuarios puede alcanzar altísimos techos de confusión; y tres, que la improvisación instantánea de comentarios consigue que las vísceras actúen más rápidamente que la cabeza. A esta etapa la llamaría eyaculación precoz del pensamiento.
Muchos de los lectores de ediciones digitales de medios escritos no leen lo que dice el texto. Si trata de política -inevitable en un país donde la política se nos mete en la cama- lo “interpretan” de acuerdo con la idea que tienen de la persona que escribe. Los aparatos de propaganda del Gobierno han conseguido que el país se divida entre quienes lo critican y quienes lo apoyan incondicionalmente.
En la web, las reacciones del gobiernismo exacerbado parecen reflejos condicionados. Basta la percepción de una crítica desfavorable para que la guardia pretoriana del régimen empiece a expulsar epítetos. Una monótona y limitada lista de improperios sale de las glándulas inflamadas de este gobiernismo pasional. Son tan rotundos los prejuicios, que obstruyen la posibilidad de leer lo que verdaderamente dice el texto. Se “lee” entonces lo que se “cree” que está diciendo la persona. A esos lectores les importa más el mensajero que el mensaje.
Pongo un ejemplo. Si mañana me diera por aceptar -como acepto- que el Gobierno ha conseguido que los colombianos podamos viajar por las carreteras sin los miedos de antes, pasarían dos cosas: una, me darían la bienvenida a la “sensatez”, porque “sensato” es todo aquel que apoya al Presidente; dos, volverían a insultarme y a amenazarme de muerte sin haber leído lo que escribí.
Si añadiera que esa seguridad se ha construido con fabulosas inversiones de guerra, cuotas de impunidad, descomposición de valores ciudadanos (responsabilidad versus recompensa) y atroces injusticias derivadas de las políticas de delación, otro gallo me cantaría. Hasta rala me caería cuando dijera que esta seguridad no está institucionalizada, que dura en la medida en que dure en el Gobierno el mago que la concibió. En razón de lo anterior, hay que reelegir indefinidamente a quien garantiza esta seguridad rigurosamente vigilada.
Los escenarios de la participación parecen, con excepciones que ahogan la lucidez de unos pocos, un campo de batalla dirigido desde misteriosas oficinas de propaganda de dos fuerzas extremas, enemigas del pensamiento crítico. Los “polvos de gallo” del insulto son actos propagandísticos de fuerzas extremas en discordia. En la extrema izquierda de las guerrillas y en la extrema derecha del gobiernismo no se tienen lectores sino devotos o detractores. Mejor dicho: exaltados agentes de la propaganda.
Óscar Collazos
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