¿Va a estallar Bolivia?
Por Fernando Molina
Infolatam
La Paz – Hugo Chávez anima una campaña internacional de apoyo al gobierno boliviano, supuestamente enfrentado a un riesgo mortal que podría concretarse el 4 de mayo. “Bolivia va a estallar”, dijo el presidente venezolano. Esa fecha, como se sabe, el departamento de Santa Cruz realizará un referendo para aprobar un régimen de autonomía sumamente avanzado, acto que fue convocado unilateralmente y que varias instancias nacionales del Estado declararon ilegal. Pese a ello no implica, per se, un acto de separatismo, aunque podría dar inicio a un proceso que, a la larga, creara los embriones de un nuevo Estado.
La autonomía es el desafío planteado por Santa Cruz, y en breve por otros departamentos del oriente y el sur del país, los cuales no sólo no se adhieren al oficialista MAS, sino que se sienten combatidos por él. Nadie ignora que se trata de una forma de impedir que el proceso populista desatado por Evo Morales -con más megalomanía que seriedad- los afecte. Sin embargo, no debe olvidarse que al menos la mitad de la fuerza regionalista proviene de los graves errores cometido por el gobierno, que desde el principio actuó bajo el signo del “andino-centrismo”.
Frente a este desafío, Morales ha reaccionado como de costumbre, es decir, erráticamente. Primero quiso desactivar el referendo cruceño, tratando de realizar otra consulta nacional el mismo día, pero diversas dificultades legales se lo impidieron. Luego quiso impedirlo quitándole el apoyo de las instituciones públicas, como la Policía. Al mismo tiempo, amenazó con la acción violenta de grupos organizados de campesinos y vecinos pobres. También aprobó una serie de medidas hostiles contra los empresarios y terratenientes cruceños. Pero pasaron las semanas y esta estrategia “de choque” tampoco funcionó. Santa Cruz se mantuvo en sus trece.
Rápidamente el gobierno tuvo que retroceder. Aseguró entonces que evitaría los enfrentamientos y calificó la acción cruceña como una simple “encuesta” carente de respaldo legal, a fin de desvalorarla. Una “encuesta”, claro, no puede dar lugar a una modificación del ordenamiento del país. Pese a su retórica agresiva, esta última posición del gobierno bajó significativamente la tensión del país, que hasta ese momento crecía y crecía. La gente comprendió que el 4 de mayo no iríamos más allá de la exhibición, quizá algo estruendosa, como suele gustarnos, de nuestras “utopías en andrajos”, es decir, de las banderas más o menos mitológicas de ambos bandos. Por un lado, los cruceños aprobarían con una mayoría abrumadora un estatuto autonómico impracticable y, por el otro, el MAS haría demostraciones de la aun impactante fuerza que posee en las capitales del occidente, fuerza que sin embargo le sirve de bien poco. Y al día siguiente, el 5 de mayo, los bolivianos seguiríamos tan entrampados como siempre, pero al menos sanos y salvos.
En eso estábamos cuando entró Chávez en escena, con la clara intensión de fortalecer a la línea dura del gobierno boliviano, a aquellos que desean seguir el ejemplo venezolano (es decir, la obtención de la hegemonía política sobre la oposición) sin ponerse a pensar en las muchas diferencias entre una y otra realidad. El “Bolivia va a estallar” de Chávez es un deseo que adquiere la forma de un pronóstico, porque si el país estallara -piensan los venezolanos a diferencia de los cubanos, que reclaman moderación- se abriría la posibilidad de una resolución definitiva de la lucha interna del país y, de paso, la oportunidad de que el chavismo continental actuara, distrayendo la atención de propios y extraños respecto del inexplicable fracaso económico -y, últimamente, político- del gobierno de Chávez.
Pero es difícil que esta profecía de Casandra se cumpla finalmente, porque no toma en cuenta la ya comprobada incapacidad política, económica y militar de Evo Morales, el gobierno y el MAS, para precipitar controladamente los acontecimientos. Incapacidad que todavía es más pronunciada del lado cruceño, por lo que el derrocamiento de Morales, que por demagogia éste denunció internacionalmente, es un deseo igual de ilusorio que el aplastamiento de Santa Cruz.
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