Irene Villa González: después del dolor
Por Laura Di Marco
Enfoques – La Nación
A los 12 años, una bomba de ETA le arrancó las piernas y tres dedos de sus manos. Pero lejos de dejarse derrotar, superó la desgracia, aprendió a perdonar y transformó la adversidad en una oportunidad para ayudar a víctimas del terrorismo en todo el mundo
La mañana de 1991, Irene Villa González tenía 12 años y se preparaba para ir a la escuela mientras desayunaba con su hermana y su madre, que entonces era funcionaria en una comisaría madrileña. Esa mañana, ETA había colocado tres bombas en un radio cercano. Irene escuchó la primera. ¿Y eso?, preguntó. Es la ETA, le explicó la madre, gente que busca la independencia. ¿Y no nos irán a poner una bomba a nosotros? Vamos, niña, súbete al auto, que ni tú ni yo somos tan importantes, le respondió la madre, que media hora más tarde perdía el brazo y la pierna derecha en la misma explosión que mutiló a Irene.
A lo largo de estos años, Irene colaboró con las ONG españolas dedicadas a asistir a víctimas del terrorismo; ofició de psicóloga voluntaria durante el atentado del 11-M en Madrid, les llevó su libro Saber que se puede , donde, cuenta Irene, la gente se identifica rápidamente porque, “cuando quedas mutilado, lo único que te alivia es la experiencia de otro ser humano que haya pasado por lo mismo que tú”.
Hoy, la madrileña Irene Villa González parece una modelo, sentada frente a la PC del Hotel Naval, de Buenos Aires, revisando las decenas de mails que recibe por día de víctimas del terrorismo que le piden ayuda, o simplemente de personas que sufrieron accidentes viales en los que perdieron un brazo o una pierna, y buscan inspiración en su historia de resiliencia, ese término que puso de moda el psiquiatra Boris Cyruliac para describir la capacidad, no sólo de resistencia, sino de transformación humana frente a la adversidad.
Maquillada, alta, glamorosa, lindísima, nada hace suponer, a priori, que esta mujer de 29 años, que se mueve por la vida y por el mundo sin pasaporte de víctima, se desplaza con dos prótesis de titanio en reemplazo de sus piernas, destrozadas al igual que tres dedos de sus manos, por una bomba de ETA.
La bomba que explotó dentro del auto en el que viajaba con su madre conmocionó a España, a principios de los 90, porque se trataba de los primeros ataques de la organización terrorista vasca contra la población civil. “Hasta entonces, la gente creía que ETA sólo mataba policías o guardias civiles, y entonces miraba para el costado -cuenta Irene-, pero después de nuestro atentado mataron al concejal Miguel Angel Blanco, y ese fue un punto de inflexión en la repulsa. Entonces, la gente reaccionó”, apunta esta joven, que además de viajar a distintos países asistiendo a otras víctimas del terrorismo, con sus libros y su experiencia, hoy compite en esquí adaptado en su país -monoski para personas con discapacidad- y está en pareja con un inmigrante que vive en Madrid. “Me gustó porque, como no es español, ni sabía quién era yo, porque la gente en España me conoce desde que soy pequeñita. Yo tenía ese rollo: ¿este por qué se me acerca? ¿Porque me ve como un símbolo o porque le intereso yo?”
Viajó a Buenos Aires para participar, junto a dos víctimas argentinas (que sufrieron atentados de ERP y Montoneros, en los setenta), en la jornada realizada por el Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Victimas (Celtyv), que dirige Victoria Villaruel, a quien Irene conoció en España, en enero pasado, durante el tercer congreso internacional de víctimas del terrorismo al que asistió, también, la colombiana Clara Rojas, apenas liberada por las FARC. “Fue impresionante su discurso de superioridad moral frente al terrorismo; conocí también a su madre, que es pura bondad. La madre hablaba de enviar amor a los secuestradores porque cree, como yo, que sólo con amor puede disolverse el odio. Y el terrorismo está lleno de odio, y ellos quieren que tú también lo sientas. Yo también creo en el poder del perdón, pero con justicia, memoria y dignidad”.
* * *
-Si te pidieran perdón públicamente, como hizo el secuestrador de Ingrid Betancourt, ¿perdonarías plenamente?
-Pues, claro, pero además eso ya sucedió.
-¿Sucedió?
-Si; fue hace algunos años, un ex etarra me pidió disculpas en un programa de televisión. Había pertenecido al brazo político militar de ETA; tenía ideales, pero en cuanto vio sangre de todas partes, se salió. Yo le dije que ya los había perdonado a todos, y que ojalá él pudiera influir en toda esa gente para que no siguiera matando. Hay tantos huérfanos que han quedado en España, tanto dolor Transmitir la idea del perdón es lo que más ayuda a las víctimas a superar atentados. Poder contarlo, sacarlo afuera, es la única forma de sanar.
-El perdón casi como una herramienta terapéutica… Pero, ¿lo ves separado de la idea de justicia?
-Pues, claro que no, esa es nuestra demanda básica. La asociación de víctimas del terrorismo en España tiene tres pilares: memoria, dignidad y justicia. Pero la justicia no es para que el terrorista se jorobe en la cárcel, esa no es esa mi forma de pensar, sino para que el que venga detrás lo piense dos veces antes de asesinar. Si un asesino está en la calle, un alumno de él volverá a matar. Yo veo más la justicia como algo ejemplificante y porque es la base del estado de derecho. Como decía Gandhi: no hay caminos para la paz; la paz es el camino.
-¿Y qué es primero, el perdón o la justicia?
-El perdón viene antes que la justicia. Sin perdón, pides justicia con odio, y eso no sirve, entonces primero tienes que sobreponerte Mira, yo escribí dos libros; en el segundo, S.O.S víctimas del terrorismo , donde hablo de la resiliencia, digo que si una víctima no perdona, jamás va a poder ser feliz ni recuperar su propia libertad.
-¿Por qué?
-Bueno, pues, porque el perdón es bueno sobre todo para el que lo siente. Libera, ¿sabes? El que hace daño es porque siente rabia y quiere que tú sientas lo mismo. El odio lo alimenta. Mi padre, cuando yo quedé mutilada, quería ir a tirar tiros al País Vasco y yo, que tenía 12 años, le digo: ´¿para qué? Tienes una hija sin piernas y, si te vengas, encima vas a ir a la cárcel, ¿qué ganamos? . Mira, yo creo que mi cara, mis conferencias, le han hecho mucho daño a ETA.
-¿Crees que, de algún modo, tu actitud ayuda a deslegitimar la lucha armada como vía para conseguir objetivos políticos?
-A muchos los mueve el dinero, no los ideales. En Colombia, a las FARC las mueve básicamente el dinero. Entonces, tú piensas que te quedaste sin piernas porque alguien prefiere secuestrar para ganar dinero antes que trabajar de camarero. Pero, volviendo a tu pregunta, creo que conmigo se han equivocado, realmente, porque yo hablo de derechos humanos, de igualdad, de pedir independencia, pero en el Parlamento, no matando. Si hay una mayoría que quiere la independencia, pues, que luchen por ella, pero sin violencia. Puedo escuchar a tanta gente nacionalista que hay en el País Vasco y eso me parece estupendo, porque el pensamiento es libre, pero las personas también lo somos y nadie puede venir a pegarnos un tiro en la nuca.
-¿Quién te enseñó sobre resiliencia?
-Me río porque un amigo mío, psicólogo, dice que, sin saberlo, soy la resiliencia viviente; yo lo llamo inteligencia emocional. Creo que fue mi madre quien, también sin saberlo, me lo enseñó. El día de la bomba, mi madre creyó que yo había muerto porque a ella la trasladaron a un hospital y a mí a otro, y estuvo tres días sin preguntar nada, con ese miedo, hasta que en un momento mi abuelo le dice, sorprendido, ´¿cómo, no preguntas por Irene? Así fue como se enteró de que yo estaba viva y ya no le importó más; si tenía piernas o no, pasó a ser un hecho anecdótico: su hija no había muerto.
– Pero, ¿cómo fue que te transmitió la idea de la superación, si es que existe un mecanismo semejante?
-Con su actitud. Un día vino al hospital, mientras yo estaba hecha una porquería: ´Aquí hay dos opciones, Irene -me dijo-: vivir toda la vida amargada, maldiciendo a los terroristas y ser una infeliz, o decidir que has nacido sin piernas, que esto es lo que tienes, que no hay nadie a quien odiar, que no hay nadie a quien culpar y que estás dispuesta a empezar de cero. La que decides eres tú .
-Y por lo que veo decidiste que naciste sin piernas.
-Sí, al otro día le dije a mamá: “Mira, ya lo he decidido, he nacido sin piernas”. Y con ese pensamiento tan sencillo, todo lo que vino después fueron retos y logros. Empezar a andar, a viajar sola, a bucear, a competir en esquí. Siempre con esa actitud: no tener rabia y quererse mucho. Porque yo, la primera vez que me vi, me asusté ¿esa niña mutilada soy yo? No me aceptaba.
-Con todas las cosas que te atreviste a hacer en la vida, pensaba cuánto más influyen las mutilaciones de adentro que las de afuera, ¿no?
-Yo siempre voy a todos los sitios confiando en que todo va a salir bien, y así sale. Aquí, en la calle Florida, ya me conozco al que pide, al que vende, al que te abre la puerta del auto Yo les sonrío y, si puedo, los ayudo. Si, en cambio, tú vas por la vida pensando que te van a robar o que te va a pasar algo malo, bueno, eso es lo que estás atrayendo. En Londres, estuve con víctimas de Irak; pero ahora me gustaría viajar a Estados Unidos. Es que, sabes, yo creo que la libertad está en la mente, en la actitud y, más que nada, en tu corazón.
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