Martin Luther King
Por María Julia Pou
El País, Montevideo
Se cumple en estos días aniversario del asesinato del líder afronorteamericano por los derechos civiles, episodio que marcó un punto de inflexión en la vida de la comunidad negra de su país.
Nacido en 1929 en Atlanta, Georgia, Martin Luther King, el hijo de un ministro bautista que a su vez estudió teología en la Universidad de Boston, desde muy joven tomó conciencia de la situación de la segregación social y racial que vivían los negros en su país y en especial en los estados sureños que tan bien conocía. Cuando convertido ya en pastor se hizo cargo en 1954 de una iglesia en la ciudad de Montgomery -Alabama- ya se hicieron evidentes su carisma y su firme decisión de luchar por los derechos civiles con métodos pacíficos, inspirado en la figura del Gandhi y en la teoría de la desobediencia civil de Henry David Thoreau. Cuando en 1955 Rosa Parks viajaba en un ómnibus de regreso a su casa y había logrado un asiento para descansar, no imaginaba que sería protagonista de un incidente que cambiaría con el tiempo el rumbo de su raza en EE.UU. Para que se sentara un joven blanco que estaba de pie pero que no reclamaba un asiento el conductor exigió a cuatro personas negras que se levantaran y fue entonces que Martin Luther King llamó a un masivo boicot de los autobuses de Montgomery por un año. A raíz de este episodio fue arrestado y encarcelado, su vivienda destrozada pero a fines de 1956 una orden del Tribunal Supremo que prohibía la segregación en el transporte público de la ciudad puso fin al bloqueo dándole así el primer gran triunfo.
En 1963 se puso al frente de una campaña a favor de los derechos civiles para lograr el censo de los votantes negros, acabar con la segregación y reclamar mejor educación y vivienda digna. Y en este tramo de su vida fue arrestado varias veces. Su capacidad de comunicación quedó para la historia cuando pronunció su famoso discurso en las escalinatas del monumento a Lincoln, hacia donde habían marchado en apoyo a los derechos civiles unas 200.000 personas. Resonaron allí las inolvidables palabras “yo tengo un sueño…” Queremos hoy recordar alguno de sus pensamientos que nos muestran que incluso antes de tener un sueño tuvo la visión del destino hacia donde quería dirigir a quienes le seguían. La esperanza está presente cuando expresa que “si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol”. Y la convivencia es añorada cuando expresa que “hemos aprendido a volar como pájaros, a nadar como los peces pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos”. Y su conocimiento del alma humana está revelado cuando dice que “nada se olvida más despacio que una ofensa y nada más rápido que un favor”…
Algunas de sus expresiones parecieran presagiar su final. “La violencia crea más problemas sociales que los que resuelve”; “si el hombre no ha descubierto nada por lo que morir, no es digno de vivir…” Pero él sí tenía claro por qué vivía y estaba dispuesto a dar su vida, aun sabiendo que los conceptos de desobediencia civil, resistencia y protesta pacificas que pregonaba no eran siempre comprendidos.
La cruzada por los derechos civiles y la resistencia pacífica a los prejuicios raciales en los EE.UU. lo llevaron al Premio Nobel de la Paz. Pero antes de la marcha del 4 de abril de 1968 en un balcón de Memphis -Tennessee- fue asesinado. Acabaron con su vida pero no con su prédica y mucho menos con su sueño.
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