Venezuela: Prohibida la palabra loco
Por Omar Estacio
Correo del Caroní
Una de las manifestaciones contra la libertad de expresión que, por pintoresca, llamó más la atención de la asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa celebrada la semana pasada en Caracas, fue la prohibición del sedicente gobierno revolucionario, de hablar de la salud mental del presidente Chávez.
El comunicado oficial, emitido el 13 de febrero, además de conminar a psiquiatras, psicólogos, sociólogos, terapeutas y demás estudiosos de la conducta, amenaza, también, a los que dragoneen sobre el tema, profesionales o no, “con las sanciones correspondientes”.
Pero no es nada más en lo que se relaciona con el jefe de Estado. A partir de este index librorum prohibitorum bolivariano, cualquier venezolano queda inmune de referencias similares. Así que en lo adelante se decretan proscritos de nuestro lenguaje coloquial expresiones como “¡Epa, mi loco!”, “¡Amarra tu loco!”, “¿Y vas a seguir con la loquetera?”, lo mismo que cualquier otra que, por muy cordial, querendona o descriptiva, aluda aunque sea de manera oblicua que alguien tiene, un principio o una verdadera madre de filtración en la azotea. Compatriotas legendarios, unos vivos, como “el Loco” Ardila, “el Chalao” Méndez, “el Orate” Errandonea y otros lamentablemente fallecidos, como “el Loco” Torres, “el Loco” Bermúdez y “el Loco” Lizardo, verán cercenados sus aportes al gentilicio, porque nadie los evocará a través de sus ocurrencias, casi siempre geniales, sino por medio de unos patronímicos inodoros, incoloros e insípidos.
Todo genio es un anormal, aunque todo anormal no es un genio. De modo que como medida en defensa de los locos sin mucho seso, la censura nos resulta odiosa, pero al menos caritativa.
La locura, es tragedia propia que despierta la carcajada ajena. Comprenderán los lectores, por qué cuando se expuso en la citada asamblea interamericana de editores y directores de medios, el caso de la prohibición de hablar de la salud mental de nuestro jefe de Estado, los delegados estallaron en sonora carcajada. El único que permaneció grave, circunspecto, sin dibujar siquiera una media sonrisa fue el expositor. Es que su condición compatriota lo convertía en doliente, por no decir sufriente, de una posible insania que deja de ser drama individual o familiar, para convertirse en hecatombe nacional.
Hace algún tiempo, J.R. Davison, K.M. Connor y Michael Swart, de la Universidad de Duke, Carolina del Norte, Estados Unidos, publicaron un enjundioso trabajo sobre los trastornos de conducta de varios presidentes de ese país. El estudio abarcó 37 jefes de Estado, desde 1776 hasta 1974. Una medición no muy satisfactoria, porque 49% resultó con “desórdenes psiquiátricos”, incluidos 24% depresivos, 8% con ansiedad, 8% bipolares y 8% alcohólicos, con el agravante que el ejercicio de la primera magistratura exacerbó sus problemas preexistentes. Ya lo decía el benemérito general Gómez: “Nada enferma más a un imbécil, que ponerlo de jefe civil”.
Entre los norteamericanos, el caso de Woodrow Wilson, quizá, ha sido el más grave. Está probado que durante su magistratura, sufrió un accidente cerebro-vascular, que fue aprovechado por su esposa y por una camarilla para secuestrarlo, en la práctica, porque hacían, deshacían y para justificarse declaraban ser portavoces del presidente disminuido.
Reagan, durante su presidencia fue caricaturizado por padecer supuesta demencia senil. En una oportunidad, él, mismo, solicitó evaluación psiquiátrica, solo que antes de practicársela le expresó en tono jocoso a sus médicos: “Hay tres cosas importantes que debo confiarles, la primera que tengo un pequeño problema de memoria, con respecto a las otras dos, no puedo recordarlas”.
Subdesarrollo puro, esto de prohibir o amenazar a quien ose comentar la posible insania de un jefe de Estado.
Síndrome De Tourette agudo, sociópata incurable o el calificativo científico que mejor calce. En lugar de censurar el tema, más bien habría que desmitificarlo. Sobre todo cuando se trata de un individuo que, para el columnista, no aguanta ni un electroencefalograma.
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