Cuarenta años después
Por Observador
La Prensa, Buenos Aires
A lo largo de casi todo el mes de mayo de 1968 estudiantes parisinos encabezaron una rebelión callejera que derivó en una huelga de amplios alcances y en la caída del gobierno.
Fue una estudiantina con pretensiones de revuelta histórica que tuvo mucha mayor repercusión en los medios que en la sociedad o en la política local e internacional.
Cuarenta años más tarde nada queda de esa rebelión que no le hizo mella ni al capitalismo ni a la sociedad burguesa. Después de profetizar alegremente el fin del sistema, sus líderes consiguieron hacerse un lugar en la política, la vida universitaria o los negocios como legisladores del partido verde, “nuevos filósofos” o directamente hombres de negocios.
La frivolidad intelectual tuvo un papel central en todos aquellos lamentables episodios, cuya principal cosecha fue un puñado de frases inspiradas por el lenguaje publicitario y más hijas del márketing que de la filosofía como “prohibido prohibir” o “la imaginación al poder”.
La izquierda “seria” o integrada los descalificó desde el principio. Francois Mitterrand definió a los estudiantes como “poujadistas amaestrados” y Andre Malraux consideró que no tenían ninguna calidad revolucionaria. La noticia elevada a espectáculo por la televisión o las revistas ilustradas constituyeron su único éxito, pero periodistas y medios que simpatizaban con los estudiantes y la izquierda disfrazaron lo ocurrido con un tono épico que ignoraba la realidad. También tomaron en serio Ño pretendieron hacerle creer a todo el mundo que los tomaban en serioÑ a los que prometían el apocalipsis de las instituciones y enviaban despreocupadamente las más apocalípticas visiones del futuro la imprenta.
En realidad pretendieron comparar la rebelión con el alzamiento de masas de 1789 o las rebeliones obreras de 1848 o 1871. Pero nada de eso era posible ni en Francia ni en el mundo desarrollado a esa altura de la historia. Casi no había desempleo y los trabajadores franceses recibían las retribuciones más altas que podían recordar. Abandonaron a los estudiantes apenas consiguieron aumentos salariales satisfactorios y la “revolución” se desinfló a toda velocidad. Los estudiantes se quedaron solos y sus cabecillas comenzaron a buscar mejores destinos.
Pero los “sesentayochistas” dejaron un legado que se difundió después del colapso del comunismo, un colapso que el fracaso del mayo francés había prefigurado. Eliminados los viejos jerarcas de los partidos europeos que manejaba la Unión Soviética por control remoto y domesticados los socialistas de la tercera vía, la única izquierda que resiste es la “radical”.
Esa izquierda “de culto” es antiglobal, ecologista o feminista, pero no tiene líderes, intelectuales destacados, financiamiento, ni futuro. Tampoco puede apelar a la violencia. Sólo al recuerdo de aquellas jornadas que cuarenta años después muestran con toda crudeza su verdadera naturaleza de revolución de opereta.
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