Florecen ‘bancos de los pobres’ en EE.UU.
Las herramientas de trabajo de cientos de obreros hispanos han dejado de sonar en los talleres para atiborrar y adornar los brillantes escaparates de las casas de empeño.
El desempleo, el peor en casi cuatro años, la crisis hipotecaria y el alto costo de la gasolina, han orillado a cientos de obreros a recurrir a los llamados Pawn Shops, o en español, casas de empeño, en busca de dinero que los ayude a salir del bache económico en el que han caído, afirmaron expertos.
«Somos los mejores testigos de lo mal que van las cosas. Si alguien quiere saber la realidad de la economía, sólo hace falta pasearse por las casas de empeño; aquí hay gente que deja algo hasta por 15 dólares para la gasolina. Es realmente deprimente, lo peor que he visto en años», dijo Reed Hadley, propietario de la casa de empeño Mission Jewelry & Loans, en Ontario.
El incremento de personas que intentan obtener dinero a cambio de sus herramientas ha sido de casi un 30% en los últimos meses y ha obligado a cientos de prestamistas a negarse a continuar aceptando estos artículos, pues dicen, no tienen la capacidad de seguir sustentando este tipo de créditos. Lo único que aceptan ahora son joyas y aparatos domésticos.
«Fue demasiado. Tuvimos que volvernos selectivos y aceptar sólo los equipos más caros, porque la gente está dejando perder sus cosas y eso tampoco nos conviene a nosotros», dijo Richard Carpenter dueño de la empresa Rich’s 2nd Jewelry & Loans, en Ontario.
Con su taladro en mano, Marco Antonio Peña, un inmigrante guatemalteco de Inland Empire, platicó que ha visitado más de nueve casas de empeño buscando quién le preste dinero a cambio de su herramienta.
«Ya no sé a dónde ir. Todos me dicen que ya no están agarrando herramientas, que me vaya a una tienda de San Bernardino, que ahí sí me prestan por el taladro pero y luego, si me voy para allá y ahí tampoco me quieren dar nada, ni lo que gasté en gasolina», platico Peña, quien trabajaba en una compañía de construcción de casas móviles que se fue a la quiebra.
En California, la industria de la pignoración sobrevive gracias a los hispanos, quienes conforman 75% de los clientes de esta industria, afirmó Carpenter, miembro de la Asociación Nacional de Prestamistas.
«Para miles de latinos, esta es la única alternativa con la que cuentan para tener un préstamo sin necesidad de tener empleo, historial de crédito o aval, y como está la economía actual, somos su única oportunidad de ayuda», apuntó.
Sin embargo, aunque son los clientes más asiduos, los inmigrantes indocumentados deben recurrir a prestanombres para empeñar sus artículos, debido a que reglamentos estatales y federales prohíben los préstamos monetarios a personas indocumentadas.
«Es bien triste cuando ves a gente que llega queriendo dejar sus cosas y se va con las manos vacías porque no tiene papeles. Nosotros no podemos prestar a gente con matrícula consular o pasaportes de otros países, es la ley, a los bancos les permiten aceptar gente con matrícula consular, a nosotros no. Es una medida para regularnos que no aceptemos mercancía robada», explicó Isabel Téllez, empleada de The Golden Exchange, en Huntington Park.
Pero desde mediados del año pasado, otro sector de la sociedad ha comenzado a resurgir y es que aunque por décadas muchos estadounidenses han considerado la pignoración como el último recurso para obtener dinero, esta tendencia se ha transformado ahora en un mito.
«Desde que las hipotecas subieron, empezamos a atender clientes de clase media que venían a dejar sus joyas para pagar las mensualidades de sus casas. Cuando la gente comienza a deshacerse de sus pertenencias más sentimentales, es porque la economía está podrida», indicó Reed.
Esta nueva tendencia también transformó la industria del empeño, que generalmente solía cubrir prestamos de 15 a 50 dólares en promedio y ahora realiza empeños de 500 hasta miles de dólares.
«La crisis está moviendo toda la industria, no sólo cambiaron las cantidades, sino también las extensiones que damos para que el cliente recupere su mercancía, antes era de 90 días, ahora tenemos hasta por 120 días», destacó.
Por el tiempo que lleva dedicada a este negocio, Guadalupe Guadiana puede reconocer de inmediato cuando un cliente viene por primera vez a empeñar.
«Llegan con la cabeza agachada, nerviosos, les da vergüenza y miedo preguntar. Muchos ni siquiera quieren entrar; apenas llegan a la puerta, se regresan. Después, ya hasta se vuelven amigos» platica la joven.
En Estados Unidos, los negocios de préstamo de dinero realizan anualmente un promedio de 280 millones de transacciones que generan 78,000 millones de dólares al año en ingresos brutos, es decir, casi cuatro veces más la cantidad que recibe México por concepto de remesas en un año.
Como resultado de este crecimiento, la Asociación de Prestamistas de California ha pedido que se apruebe la iniciativa de ley 264 que autorizaría a los prestamistas a incrementar los cargos y comisiones que cobran por sus servicios.
«El cambio sería mínimo, estamos hablando de un dólar o dos, pero nos ayudaría a todos los que dependemos de esta industria», explicó Charles Kusein prestamista del área de Huntington Park y parte de las 600 casas de empeño con licencia que operan en California.
La manera tradicional como trabajan los «bancos de los pobres»,
como suele llamarse a las tiendas de empeño, es de acuerdo a la valoración de la mercancía. El prestamista hace una oferta, usualmente del 50% de la cantidad en la que se vendería el artículo. El cliente firma un acuerdo en el que acepta pagar el préstamo con intereses y, por tres meses, el dueño del negocio conserva la mercancía. Si en ese tiempo el deudor incumple el pago del crédito, el prestamista se queda con la mercancía y la vende.
Los latinos, además de ser los mejores clientes, tienen otra característica en común, dice Carpenter, y es que más del 90% de ellos regresa por la mercancía empeñada, lo que significa un gran atractivo para los prestamistas, quienes logran obtener mayores ganancias, ya que por cada «extensión de tiempo» se hace uncargo extra.
«A los latinos no les gusta perder sus cosas y siempre, tarde o temprano, vienen por la mercancía. No es aventurado decir que si estos negocios existen, es gracias a los latinos, y ahora mas que nunca», dice Carpenter sin titubear.
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