El “Caracazo”: ¿Epopeya o tragedia?
Por Diego Márquez Castro
Correo del Caroní
“No puede olvidarse esto cuando hayan pasado los tiempos difíciles”. Max Weber
La semana que termina ha estado signada por la verborrea y la violencia. Se han cumplido diecinueve años del fatídico 27 de febrero de 1989 conocido como el “Caracazo” y este aniversario, particularmente, la fecha ha puesto en evidencia una tendencia no nueva en nuestro país que ha consistido en destacar momentos de nuestra historia para justificar ideas y acciones de los regímenes de turno.
Así sucedió con las autocracias del siglo XIX especialmente la de los Monagas y Guzmán Blanco, y en el siglo XX las dictaduras de Castro, Gómez y Pérez Jiménez. Hubo igual tentación durante el trienio 1945-1948 tratando de equiparar la Revolución de Octubre con la “segunda Independencia”. Cuando ya creíamos superada tal situación nos encontramos con que en estos tiempos retrosocialistas desde la cúpula única se trata de convencernos de que las cosas no sucedieron tal como las vimos y sentimos sino de una manera distinta, sesgada y reconstruida por los aprendices de historiógrafos oficialistas. Así, hechos como el 27 de febrero han sido presentados como una “insurrección popular” contra “el imperio y sus lacayos”, sin abreviar ataques contra la “oligarquía”, los empresarios, los partidos políticos no afectos al proceso, etc. Análogamente ha ocurrido con otras fechas que han tratado de ser homologadas con gestas de nuestra historia patria mediante la manipulación torcida de datos y momentos.
Sin buscar caer en maniqueísmos que tanto daño han causado al venezolano contemporáneo, conviene a estas alturas reflexionar sobre el 27 de febrero tratando de extraer de dichos sucesos experiencias que nos ayuden a crecer como sociedad democrática con visión de futuro, en vez de anclarnos en un pasado que con sus luces y sombras no puede obviarse. A los efectos conviene leer un conjunto de pensamientos de ese gran venezolano que fue Arturo Uslar Pietri de quien, por cierto, se cumplieron siete años de su fallecimiento el pasado 26 de febrero, sin que no hubiese ningún tipo de mención por parte de los funcionarios que manejan la cultura desde las estructuras del Estado.
En un artículo de prensa escrito después de la dramática fecha, el intelectual manifestó. “En pocos días Caracas ha pasado violentamente de ser una especie de capital de la democracia latinoamericana a transformarse inesperadamente en una ciudad saqueada por sus propios habitantes (…) Lamentablemente ha ocurrido lo peor. Muchos años de disciplinado esfuerzo serán necesarios para borrar la imagen negativa que acabamos de proyectar ante el mundo”. Habría que preguntarse en pleno 2008 si realmente existe la intención de superar dicha imagen. Basta con observar lo que ocurrió esta semana respecto al atentado contra la sede de Fedecámaras, la “toma” del Palacio Arzobispal por parte de grupos violentos que proclamaron su lealtad al líder y la “vigilia” frente a Globovisión, canal al cual conminaron a “bajar el pico” o sea, doblegarse y callarse, y señalaron como “objetivo revolucionario”… ¿Nos favorecen estas situaciones ante la comunidad internacional?
Uslar mantuvo su tesis consistente en que una desacertada administración de la riqueza emanada de la explotación del petróleo llevaría a Venezuela a situaciones indeseadas como el 27 de febrero; en ese sentido expuso sus puntos de vista: “Durante los años de la bonanza petrolera la actividad económica del país distinta del petróleo pudo mantenerse gracias a las más variadas formas de subsidios, rebajas y bonificaciones. Desde la gasolina hasta los alimentos se vendían por debajo de sus costos reales, gracias a los subsidios que en muchas formas daba el Estado. Se creó economía artificial, sostenida sobre bases frágiles y falsas que no podía sostenerse sin el inmenso subsidio proveniente de la renta petrolera. Sobre esa base falaz se creó una actividad económica y social artificial”. Más adelante, el escritor agregó que “Venezuela entera se convirtió en un país subsidiado por el petróleo. Al disminuir la fuente de subsidios, el modelo tenía que colapsar. Una economía artificial que creó una estructura social también artificial, con grandes desniveles, desvinculada de la producción verdadera de riqueza.” ¿Estamos lejos de una situación similar?
En ese orden de ideas vale la pena no desestimar el estado actual de Pdvsa sobre el cual el experto petrolero Alberto Quirós Corradi advirtió hace pocos días: “En el mundo internacional hay la percepción de que Pdvsa es una empresa quebrada a corto plazo” y sobre la desviación de la misión y la visión de esta industria a la pregunta: “Actualmente importamos alrededor de un 80% de los alimentos que se consumen, y Chávez acaba de constituir a Pdval, empresa de Pdvsa que se encargará de surtir de alimentos al país. ¿Cuáles serían las consecuencias para Venezuela?”, respondió: “Un desabastecimiento total. Hambre”.
Coincidiendo con estas declaraciones, el economista Domingo Maza Zavala expresó en una entrevista: “Las transformaciones no se ven. En Venezuela hay necesidad de cambios profundos en la vida económica, política, institucional, social y cultural. La gran crisis que este país arrastra por años sigue persistiendo”. En tal sentido puntualizó lo siguiente: “Gracias al incremento de las cotizaciones del crudo hubo un aumento del ingreso social, que no se ha correspondido con un crecimiento real de la producción. Esto plantea una brecha entre la capacidad de consumo y de producción. Brecha que toma la forma de escasez de artículos esenciales de consumo, en especial alimentos. Y todo ello con alta inflación”. Siendo interrogado sobre las consecuencias de una baja en el precio del petróleo fue enfático: “Los pobres serían más pobres que antes.
Esa forma de repartir los ingresos petroleros no convierte a los subsidiados en productores y consumidores. Tanta dádiva ha traído descomposición moral. La gente espera recibir ingresos sin esfuerzos. Personas que antes trabajaban han dejado de hacerlo”.
Retomando las ideas de Uslar Pietri hace casi veinte años atrás es fácil advertir que seguimos siendo, merced a una nefasta gerencia de la industria petrolera “una nación fingida, sin vitalidad, mantenida por dádivas del Estado”. Y lo peor de todo es que ayer como en estos momentos “no se hizo nada para remediar ese mal amenazante, sino que se le agravó hasta extremos suicidas de dependencia del petróleo”, la cual ha sido extendida a países del exterior donde la “petrochequera” funciona comprando gobiernos y conciencias.
¿Qué nos dejó el 27 de febrero de 1989? El intelectual respondió con términos que deben hacernos meditar sobre el camino que habremos de recorrer como sociedad y país: “La lección que no puede olvidarse de estos dolorosos sucesos es que el país debe emprender de inmediato la rectificación a fondo de las políticas facilistas que nos han llevado a este trágico desenlace. Hay que terminar con la economía subsidiada, la complacencia paternalista, la ciega dependencia del petróleo, para crear una economía nacional sana y competitiva, y para ello realizar una nueva política de solidaridad social fundada en el estímulo al trabajo y al esfuerzo individual, que forme a un venezolano menos dependiente de la ayuda gubernamental y más dueño de sí mismo.
Poner fin de una vez por todas a la tolerancia cómplice con la corrupción y comenzar a castigar a tanto delincuente en insolente y ostentosa impunidad. En una palabra, habrá que empezar a construir un país nuevo sobre bases distintas que nos han llevado a este triste desenlace”. Frente a la tragedia sobran la retórica epopéyica, el discurso gastado de tanto ser repetido, la consigna redundante y el fanatismo ciego.
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