El petróleo a US$100 por barril dibuja un nuevo mapa geopolítico del mundo
Por Neil King Jr., Chip Cummins, Joseph B. White y Russell Gold
The Wall Street Journal
El alza imparable del precio del petróleo, que ayer llegó a superar por un momento los US$100 el barril, promete alterar la riqueza e influencia de países e industrias en todo el mundo.
El encarecimiento del petróleo, que pasó de US$10 a US$100 el barril en el transcurso de una década, ya está causando importantes cambios en las industrias automotriz y aérea. Además, está intensificando las políticas de cambio climático y haciendo más urgente la búsqueda de nuevas reservas de crudo y fuentes alternativas de energía.
Los precios cada vez más altos también presentan dolorosos desafíos para los países más pobres del mundo, a la vez que los productores de Medio Oriente, Rusia y Venezuela seguirán llenándose los bolsillos. Su creciente fortaleza tiene una contrapartida: el declive en la influencia que Estados Unidos ejerce en muchas partes del mundo.
Nadie sabe a ciencia cierta si este auge en la cotización del crudo, parte del boom de una amplia variedad de materias primas, desde el oro al trigo, está aquí para quedarse. La mayoría de expertos concuerda en que el período de 20 años en que el petróleo era consistentemente barato no volverá durante un buen tiempo. La sed mundial de crudo no muestra ninguna señal de saciarse y los grandes descubrimientos de nuevas reservas son escasos.
Algunos creen que el crudo puede subir mucho más. Otros, en cambio, sospechan que la especulación, además de un bache económico en EE.UU. o Irán, podría causar la caída de los precios a corto plazo.
Ayer, los contratos a futuro del petróleo alcanzaron un récord de US$100 por barril durante la jornada, antes de cerrar en US$99,62, un alza de 3,8%. El crudo, sin embargo, aún está lejos de la máxima real de US$102,81 por barril, alcanzada en abril de 1980 en medio de turbulencias políticas en Irán y la inquietud generalizada en el resto de Medio Oriente.
El que el petróleo supere la barrera de los US$100 el barril intensifica la presión sobre la economía estadounidense, que ya está sintiendo el impacto de la desaceleración del sector inmobiliario.
Cuando el crudo registró su máximo histórico en 1980, la economía sufrió las consecuencias. Pero hasta ahora, no se ha visto una desaceleración comparable, y EE.UU., que consume un cuarto del petróleo mundial, conserva su predilección por los autos grandes y los hogares devoradores de energía. Eso se debe en gran parte a que la economía de EE.UU. es más eficiente y la mayoría de sus habitantes dedica una menor parte de sus ingresos disponibles en gasolina (aproximadamente un 4%) que en 1980, cuando ese gasto ascendía al 6%.
La escalada de los precios del crudo tiene un impacto más discreto en la demanda europea. El petróleo, de partida, representa una menor parte del precio de un litro de gasolina debido a que los impuestos europeos son más altos. Además, los europeos gastan en euros, una moneda que se ha fortalecido mucho frente al dólar, divisa en la cual se fijan los precios del crudo.
Mientras que el precio del crudo expresado en dólares subió 63% el año pasado, el precio en euros sólo registró un incremento de 46%.
A su vez, la robustez de las economías de Asia, especialmente China, las ha hecho sobrellevar con relativa facilidad el auge del petróleo. El motivo es que la subida se debe, en gran medida, al aumento de la demanda dentro del mundo emergente, y no a límites al suministro inducidos por razones políticas, tal como fue el caso en los años 70 y 80.
Sin embargo, empiezan a aparecer señales de tensión. China, en un intento por controlar la demanda y reducir los subsidios que el gobierno concede a sus consumidores, anunció en octubre un incremento de casi 10% sobre los precios locales de la gasolina y el diesel. Otros países que también controlan el uso de combustible, como Irán y Venezuela, sufren a medida que los precios siguen escalando.
De momento, los mayores cambios se están viendo en Oriente Medio. Los grandes productores como Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos están utilizando sus miles de millones en ganancias para construir carreteras, escuelas, aeropuertos y ciudades enteramente desde cero. Se espera que el valor de las exportaciones de hidrocarburos de Medio Oriente y Asia Central alcance los US$750.000 millones, casi cuatro veces el nivel de 2001, según el Fondo Monetario Internacional.
La nueva riqueza de la región ha provocado un frenesí de acuerdos. McKinsey & Co. calcula que los mayores inversionistas del mundo de petrodólares, incluyendo los denominados fondos soberanos, gestionan actualmente hasta US$3,8 billones (US$3,8 millones de millones) en activos. El Abu Dhabi Investment Authority, que según McKinsey tiene un portafolio de US$900.000 millones en activos, se encuentra entre los mayores protagonistas del mercado financiero del mundo, con un tamaño comparable al Banco de Japón.
En un ejemplo del nuevo poderío económico de la región, Abu Dhabi, a través de su fondo soberano, salió al rescate de Citigroup con una inyección de capital de US$7.500 millones. Incluso antes de que se concretara la inversión en Citi, Bahrain, Kuwait, Omán, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos habían invertido unos US$124.300 millones en los últimos tres años, comprando empresas, bienes raíces y otros activos en el extranjero, según los datos de la firma londinense de datos Dealogic.
Venezuela, por su parte, seguirá valiéndose de su producción petrolera, quizá con más agresividad que cualquier otro país. En 2006, en uno de sus golpes contra EE.UU., el presidente Hugo Chávez empezó a ofrecer combustible para calefacción a precios rebajados a vecindarios enteros en el nordeste de EE.UU. También ha utilizado los precios del petróleo para ganarse a Fidel Castro y encontrar nuevos aliados en Sudemérica.
Para las naciones pobres que no producen crudo, los últimos años han sido un absoluto shock petrolero.
La subida de los precios sólo añade otro obstáculo a su intento por proveer energía moderna a los aproximadamente 1.600 millones de pobres que no tienen acceso a electricidad y los 2.400 millones de personas que cocinan con fuentes tradicionales de energía, como madera y carbón.
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