Al Qaida extiende sus alianzas
Por Luis de la corte Ibáñez
ABC
Como ya sucediera en abril, la capital argelina se inflamaba ayer de ardor yihadista mientras el hedor de nuevos cadáveres inocentes infectaba dos de sus barrios principales. Las autoridades argelinas están convencidas de que los inductores de la matanza forman parte del antiguamente denominado Grupo Salafista para la Predicación y el Combate.
No obstante, para comprender cuál es el verdadero alcance de las más de 400 muertes infligidas por aquel grupo sólo durante este último año en Argelia, es necesario volver la vista a la más amplia y difusa organización de la que forma parte desde el pasado mes de enero: la escurridiza Al Qaida.
A estas alturas no hará falta volver a detallar el origen de Al Qaida, su gestación a lo largo de la década de 1990, su consolidación al abrigo del régimen talibán o su responsabilidad directa sobre numerosos atentados, algunos fallidos y otros trágicamente culminados, como los del 11 de septiembre de 2001. Quien haya seguido con cierta atención las múltiples informaciones producidas sobre la organización fundada por Osama Bin Laden habrá tenido oportunidad de toparse con algún que otro vaticinio sobre su supuesto declive definitivo, juicio éste que ha llegado a convertirse en moda y signo de rigor entre ciertos expertos en terrorismo. Sin embargo, la evolución de los últimos años parece jugar en contra de esas conjeturas.
Ciertamente, el actual terrorismo de inspiración salafista no es responsabilidad exclusiva de Al Qaida, sino que se reparte entre diversas agrupaciones radicales de tamaño desigual que conforman el llamado «movimiento yihadista global». Aunque la operación «Libertad Duradera» en Afganistán neutralizó buena parte de sus fuerzas, sus líderes no apresados o muertos lograron retener una cierta capacidad operativa que ha venido incrementándose en años posteriores, gracias a la protección prestada por varias tribus que se asientan en la borrosa frontera entre Afganistán y Pakistán.
Durante los primeros años de mera supervivencia (2002-2003), algunos miembros de Al Qaida ejecutaron atentados, o lo intentaron, en países como Túnez, Pakistán, Turquía, Arabia Saudí o Marruecos. Posteriormente, militantes suyos prestaron el apoyo técnico y operativo necesarios para que los talibán dieran inicio a una nueva fase ofensiva sobre Afganistán. Asimismo, Al Qaida ha podido estar implicada de alguna forma en varios complots terroristas tramados durante los últimos años en Europa. Aunque la sentencia del 11-M no pudo probar nada al respecto, lo cierto es que algunos de los ejecutores de los atentados de Madrid tuvieron trato o amistad con personas que pertenecían a Al Qaida, como Amer Azizi, o a alguno de sus grupos asociados (como el Grupo Islámico Combatiente Marroquí). Los indicios son aún mayores en el caso del atentado perpetrado en Londres el 7 de julio de 2005 y el intento frustrado en el aeropuerto de Heathrow en agosto de 2006, en los que parece probada la colaboración de varios de los miembros de Al Qaida que residen en Pakistán.
Además, el intrincado tapiz de alianzas yihadistas que Bin Laden tejió antes del 11-S ha resistido al paso del tiempo, e incluso se ha ampliado. Las alianzas se extienden desde el sudeste asiático, pasan por Asia Central, cruzando al cuerno de África y Oriente Medio hasta llegar al Magreb. Como mínimo, esas coaliciones entrañan el compromiso con un mismo proyecto para la yihad global, alimentado de diversas formas de cooperación, y sin excluir el desarrollo de campañas terroristas como las libradas en Arabia Saudí y Egipto entre 2002 y 2004. El proyecto ha creado un entorno de guerra civil en Irak, y favorece la integración de diversas formaciones yihadistas del norte de África bajo el paraguas del Grupo Salafista para la Predicación y el Combate, hoy transformado en Al Qaida en el Magreb.
La intensa labor propagandística desplegada por Al Qaida desde 2002 ha sido erróneamente interpretada por algunos como síntoma de su debilidad. Sin embargo, es difícil exagerar los efectos potenciales de toda esa acción comunicativa.
Además de difundir la ideología salafista-yihadista a escala global, sus comunicados proporcionan orientación estratégica, táctica y operativa a sus socios, así como a la amplísima colección de grupúsculos e individuos radicalizados que funcionan de manera autónoma (redes yihadistas de base), y que quizá constituyan la mayor fuente de futuros riesgos terroristas para las sociedades occidentales.
En suma, y para desgracia de occidentales y musulmanes, la amenaza de Al Qaida aún subsiste seis años después de su acción más monstruosa. Los ciudadanos de Argel volvieron a comprobarlo ayer mismo. Mañana nos podría pasar a nosotros.
- 23 de enero, 2009
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