La chica de tus sueños
Por Gina Montaner
El Nuevo Herald
Lo que le ocurrió a Patrick Moberg el pasado cuatro de noviembre se llama ”flechazo”. Este joven ilustrador que vive en Nueva York hace un llamamiento general en su blog al pedir al público que lo ayude a encontrar a una desconocida que en torno a las nueve y media de la noche de aquel domingo se cruzó en su vida a bordo de un vagón de metro.
Bajo el sugestivo título de ”Esta noche he visto en el metro a la chica de mis sueños”, Moberg se hace un autorretrato y junto a él esboza otro dibujo de la muchacha que desde entonces le ha quitado el sueño. Se trata de una joven que viste deportivamente con un pantalón corto y en el pelo lleva una flor. El dibujante la describe con mejillas sonrosadas y de cabello castaño. El objeto de su deseo portaba una libreta en la que podría ser un diario. Ambos coincidieron en la estación de Union Square y se bajaron en Bowling Green, donde él le perdió la pista. Ahora Patrick Moberg, quien con humor se declara mentalmente competente, recurre al poder de difusión de internet con la esperanza de reencontrarse con esta aparición divina que, según él, le ha cambiado la vida.
Los más desconfiados ven la mano oculta del marketing en esta ingeniosa maniobra de un artista neoyorquino que por medio del ciberespacio podría aspirar a ser ”descubierto” por un agente o potenciales compradores de sus obras. Pero los más románticos prefieren creer que en verdad este alto y desgarbado chico está bajo los efectos del amour fou después de haberse topado con quien pudiera ser la mujer que siempre esperó hallar.
Aunque nunca me atreví a anunciarlo en un blog porque en mi juventud todavía no había tan avanzados inventos y aún escribíamos en máquinas eléctricas antes de la era de los ordenadores, juraría que en más de una ocasión creí haberme tropezado con el hombre de mis sueños en el metro. En el autobús. Incluso en la cola de un cine. Un cruce de miradas. El leve roce de la ropa en la hora punta. Descubrir con interés que aquel desconocido lee un libro que te apasiona. La certeza de que la coincidencia en el gusto por la película que estamos a punto de ver es una clara señal de afinidad.
Bastaría con un gesto coqueto, una sonrisa a tiempo o intensificar el poder del contacto visual para intercambiar unas palabras con ese individuo que, seguro, podría haber sido, como en el caso de Moberg, el chico de mis sueños. Ese que los conocidos se refieren a él como ”el hombre de tu vida que nunca apareció”. Amigos bienintencionados que viven bajo la falsa impresión de que para cada uno existe un ser ideal e irrepetible que, si la vida no se moviera en espiral, está destinado a arribar como un regalo de Navidad.
Está visto que, echando por tierra la teoría de los que creen en la predestinación sentimental, es tan grande la probabilidad de conocer varios hombres de tu vida a lo largo de los años como la de tropezarse con amores platónicos e imposibles en los andenes del tren, los vuelos trasatlánticos o en las aceras de una gran ciudad. O sea, es la historia del monógamo en serie, también expuesto al azar de los tropiezos una noche en una galería de arte. A última hora haciendo la compra en el supermercado del barrio. En el bistro de la esquina. En la terminal de un aeropuerto a punto de embarcar en aviones con rumbos al desencuentro mutuo. Porque están las historias de amor reales y las otras. Las que viven en nuestra fértil imaginación y se nutren del zig-zag diario y el tránsito infinito de almas y rostros que se cruzan diciéndoselo todo sin una palabra por medio. Bonitas y poéticas historias que se quedaron en el aire como la del joven ilustrador y la bella chica de la flor en el pelo.
Puede que Patrick Moberg encuentre a la muchacha. Digo, con la que se topó el pasado domingo cuatro de noviembre a eso de las nueve y media de la noche en Union Square. Porque no sabemos qué pasó el lunes, el martes o el miércoles siguiente. Cuando continuó sus viajes diarios en metro a la búsqueda, como todos, de la chica de sus sueños.
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