La encrucijada regional
Por Sergio Abreu
El País, Montevideo
El escenario global en su cambio acelerado nos enfrenta a una transnacionalización de la economía, a través de las empresas, a un crecimiento del comercio en porcentajes más altos que el Producto Bruto, a marcos regulatorios cada vez más multilaterales, tanto en el ámbito político como comercial, y un activo rol del capital financiero internacional.
Esta multipolaridad incide sobre la región. Quién hubiera pensado hace 20 años que la China fuera a ser el factor desnivelador del comercio mundial, y que la crisis del socialismo real fuera capaz de replantear una nueva forma de competir y de relacionarse externamente.
Sin embargo, parece que el fin de la guerra fría no es una noticia para la región. Desde Venezuela se reviven los viejos enfrentamientos que antes representaba Cuba y comienza a presionar sobre los otros países, imponiendo una división que no se justifica. La fragmentación, la intervención y el conflicto en la región vienen sustituyendo al tradicional esquema de relacionamiento. La encrucijada planteada por el Presidente Chávez, entre un Eje Monroe y un Eje bolivariano se nos muestra como una visión antagónica de definir contra quién estamos, en lugar de decidir a favor de qué estamos. Lejos de ser una discusión teórica, se concreta en un modelo de confrontación permanente, de descalificaciones políticas y de alineamientos que profundizan el enfrentamiento y apuntan a excluir a aquellos Estados que rescatan una visión propia.
La realidad de América Latina nos muestra que es el continente con mayor desigualdad social y que su profundización no sólo potencia el conflicto sino el descreimiento en las instituciones democráticas. Un tema serio que necesita múltiples actores para encontrar una respuesta. Y si bien ella no será fácil, todos sabemos que la solución no proviene de propuestas populistas o de expresiones binarias que condicionan cualquier opción. Menos aún, cuando los proyectos de país se fragilizan frente a un posicionamiento facilista y demagógico, con un destino de fracaso asegurado.
Hemos retrocedido. No es necesario tener muchas ideas para desestabilizar la región. El espíritu de la URSS ya no alienta revoluciones, menos aún el marxismo y el maoísmo como fogoneros de los movimientos guerrilleros. La desestabilización avanza sin sustento filosófico. El discurso populista, la chequera gorda y el gesto airado alcanzan para que muchos postergados sueñen con una solución que en estas condiciones se les volverá a negar; sobre todo, cuando comienza a verse nuevamente al Estado como un actor principal para reparar inequidades, mientras la inversión privada siente la desconfianza que muchos gobernantes de la región alientan.
El entorno no exige mucho más. Por eso surgen nuevos “traficantes de sueños” amparados en el olvido de los actores globales principales que se preocupan de sus periferias cuando el agua les llegó al cuello.
Una competencia por el liderazgo en la región tiene una nueva dimensión. El Brasil continental, de visión pacifista y proteccionista, comienza a ser desafiado por un nuevo protagonista, cuya simplificación maniquea de los temas, no busca ni admite soluciones. Simplemente, porque su objetivo es la concentración de poder disfrazado de propuestas socialistas y revolucionarias que ya han probado su fracaso.
¿Por qué tenemos que elegir? ¿Acaso lo hace Chile? ¿El propio Brasil? e ¿incluso la Argentina con su horizonte de nuevo Gobierno? ¿Lo hace la propia Venezuela con el Presidente Chávez, que pelea durante el día con Estados Unidos y duerme tranquilo de noche con los dólares que factura por la venta de su petróleo? Parece más importante recordar los 40 años de la muerte del Che por una utopía, que plantearse un desafío para el mediano plazo, con mayores probabilidades de conseguir una mayor justicia social.
La región ha perdido mucha de su credibilidad. Más por dualidades que por ausencia de definiciones. Y, fundamentalmente, porque la política y la economía de muchos países no se resignan a abandonar lo que el mundo hace tiempo dejó de lado.
La encrucijada que se le plantea a la región es muy seria. En especial, para los países más pequeños. La ambigüedad es una irresponsabilidad, porque tanto los hombres como los Gobiernos tenemos la necesidad de sentir que pertenecemos a algo; que nos definimos ante nosotros mismos, aunque eso nos imponga sacrificios. Que no nos suceda lo de aquel Alcalde franquista, citado por Savater, que frente a los cambios políticos de España decía “fíjate cómo estarán las cosas que yo ya no sé si soy de los nuestros”.
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