El miedo y el duque
Por Alvaro Casal
El País, Montevideo
Una encuesta ha revelado que la mitad de los periodistas venezolanos sufrió algún tipo de agresión en el último año mientras realizaban su trabajo y que uno de cada cinco teme ser víctima de ataques físicos a causa de las coberturas periodísticas que realizan. También tienen miedo de que los medios para los cuales trabajan sigan el camino del canal de Radio Caracas Televisión, borrado de un plumazo por el presidente Chávez.
Esta es sólo una de varias noticias recientes dentro del escenario que se le plantea a periodistas y que en poco tiempo ha tenido una agria vuelta de tuerca en áreas latinoamericanas. Sin olvidar la persistente situación cubana que suele inspirar a alguno que otro mandamás de la región. En Cuba, sencillamente no se puede informar en forma independiente.
No hace muchos años, la libertad de expresión parecía bien encaminada en América Latina. Hace apenas una década, Caracas solía ser refugio de periodistas que huían de Cuba. Ahora, esa capital es nada menos que base de operaciones de Chávez, no disimulado émulo de Fidel Castro. De quien no está de más agregar que son también amigos varios otros primeros mandatarios sudamericanos.
Este fenómeno palpable, significa poner en marcha atrás la civilización. Acercarse a épocas más sombrías. Por ejemplo, hoy en día, el Reino Unido es uno de los países donde resplandece con mayor intensidad la libertad de prensa. Pero no siempre fue así y allí los periodistas podían pasarla bastante mal.
A comienzos del siglo XIX estaba prohibido por ley publicar los debates parlamentarios. El Duque de Wellington era sólo uno de muchos legisladores que sostenían que el pueblo inglés no tenía derecho a enterarse de lo que se dijera en las Cámaras. Dicha prohibición luego se tornó meramente formal, pero en 1832, a los cronistas parlamentarios todavía se les entorpecía su labor. Charles Dickens, que por ese entonces empezó a desempeñarse en dicha tarea, tenía que tomar notas furtivamente desde la barra. Cierta vez, cuando ya era famoso recordó: “Desgasté mis rodillas escribiendo sobre ellas en la vieja barra de la vieja Cámara de los Comunes y desgasté mis pies escribiendo parado, en la vieja Cámara de los Lores donde solíamos estar apretados como ovejas”.
Chávez, como vemos, se aproxima a los sentimientos del Duque de Wellington.
Cierta vez, E. M. Forster, en una audición radial anti-nazi, dijo que “el escritor debe sentirse libre pues de lo contrario puede encontrar difícil ser creativo y realizar un buen trabajo. Si se siente libre, seguro de sí mismo, sin temores, está en condiciones favorables para el acto de la creación… (y) el escritor necesita algo más, concretamente, la libertad de decirle a la demás gente lo que está sintiendo”. Forster no dejaba de mencionar asimismo que “El público, por su parte, debe tener libertad de leer, escuchar y mirar.”
La libertad no garantiza la producción de obras maestras, las cuales han sabido ser producidas en ámbitos no libres, como ocurrió con los escritos de tantos autores, desde Racine hasta Solzhenitsyn. Pero eso no significa que sea bueno quitarle a los ciudadanos de países libres el privilegio de recibir toda la información que deseen. Esto los hace más fuertes, en contraposición con la debilidad de los estados totalitarios cuyos gobernantes le temen a la diversidad de opiniones y actúan en consecuencia.
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