Colombia en peligro
Colombia debe prepararse para la soledad total. Es muy probable que, a medio plazo, la ayuda militar de Estados Unidos desaparezca en medio de la batalla entre republicanos y demócratas. Tal vez el presidente Uribe está ganando la guerra en las selvas colombianas, pero la está perdiendo en Washington. No es cierto que los dos partidos se unen patrióticamente ante los grandes temas de política exterior. Eso forma parte de la mitología americana. Si hay alguna ventaja electoral en tirar por la borda a un aliado extranjero, o en sostenerlo, republicanos y demócratas van a tratar de hacerlo. El único principio inconmovible es que hay que ganar las elecciones a cualquier costo y con cualquier pretexto.
Tampoco los colombianos deben esperar la menor solidaridad de los "hermanos latinoamericanos". Ése es otro mito. Los sentimientos que prevalecen en la región son la indiferencia o la satisfacción ante los peligros que se ciernen sobre la democracia colombiana. Los países del cono sur son indiferentes. Brasil ¿pese al refinamiento de su clase dirigente?, es un gigante con los pies de barro y una pelota de fútbol en la cabeza. Los gobiernos de Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y, por supuesto, Cuba, se alegran. Panamá, que fue provincia colombiana, teme las consecuencias, pero, dado su limitado peso específico, es muy poco o nada lo que puede hacer. México, con la Doctrina Estrada de "no intervención en los asuntos de otro Estado", conquistó hace muchos años la insignificancia total en política exterior y la ha defendido tercamente.
Por otra parte, Hugo Chávez se frota las manos. Tiene su plan. La inteligencia colombiana lo conoce. Parece que convenció a las guerrillas narcoterroristas de orientación comunista de colaborar en una estrategia que conduzca a la victoria electoral del llamado Polo Democrático en las próximas elecciones. El coronel venezolano está dispuesto a gastar lo que haga falta: diez millones de dólares, cincuenta, cien. El chorro de petrodólares alcanza para costear esos espasmos imperiales. Con el triunfo en Colombia, Perú caerá por su propio peso en las próximas elecciones, tal vez de la mano de Ollanta Humala, y se habrá completado la conquista del arco andino: cien millones de seres humanos.
Chávez, en fin, tras enmendarles la plana a Lenin y a Fidel Castro, se propone repetir en Colombia la experiencia venezolana, hoy convertida en teoría universal para la toma del poder: se ganan las elecciones, se redacta una constitución que destruya los fundamentos de la estructura republicana y borre cualquier vestigio de derechos individuales, se silencia progresivamente a la oposición, se estatiza el aparato productivo, se militariza a la población bajo un diluvio de consignas revolucionarias, y se pasa a formar parte del glorioso socialismo del siglo XXI, versión en guayabera y boina roja, del manicomio soviético, felizmente sepultado el siglo pasado.
¿Podrá resistir Colombia, sin aliados, el huracán que se avecina? Todo depende del sentido común de la clase política democrática. La experiencia previa no es muy alentadora. En Venezuela, Ecuador y Nicaragua la clase política democrática se suicidó. Fue al matadero. Era preferible quedarse ciego con tal de sacarle un ojo al rival político, aunque perteneciera a la misma familia democrática. Al final, cuando todos estaban ciegos, el enemigo de los valores republicanos se apoderó del poder.
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