El liberalismo, la desigualdad y la historia
Por Eduardo Mayora Álvarado
Siglo XXI
No existe algo así como un recetario, un manual de instrucciones o incluso un credo único.
Quizás el criterio más claro que hasta la fecha haya leído para diferenciar el Liberalismo del Neoliberalismo sea que este último consiste en el conjunto de medidas, reformas y políticas públicas que, en general, se requerirían para poner en vigencia, en cualquier país, los principales aspectos del llamado “Consenso de Washington”.
Este último es una especie de recetario de cosas tales como el seguimiento de cierta disciplina fiscal; la liberalización de las tasas de interés y de cambio; la liberalización del comercio internacional; y la privatización y desregulación de ciertas áreas de la economía, para no mencionar sino las más importantes.
El Liberalismo, en cambio, sería una filosofía política y económica según la cual el individuo tiene ciertos derechos anteriores al Estado, cuyo libre ejercicio este último debe garantizar por medio de sus leyes e instituciones.
Más allá de eso, de la defensa de la soberanía nacional y de cierta injerencia para proveer a la seguridad, la sanidad y el orden públicos, las funciones gubernamentales se consideran más bien contrarias a la naturaleza de las cosas. Pero como se trata de una filosofía política y económica, no existe algo así como un recetario, un manual de instrucciones o incluso un credo único.
Muchos liberales no entienden la igualdad, por ejemplo, más que en términos jurídico-formales: igual trato para todos bajo leyes generales. Otros, sin embargo, estiman que en planos tales como el de la educación elemental, por ejemplo, el Estado juega un rol legítimo (aunque no fuere como educador sino sólo como financista). Afirmar, entonces, que las desigualdades sociales que se acusan en Guatemala han sido prohijadas por el liberalismo o por el neoliberalismo, carece del menor sustento histórico.
En efecto, las sociedades precolombinas que poblaban lo que hoy es Guatemala no desarrollaron, hasta donde se sabe, instituciones que, a su vez, hayan generado condiciones extendidas de igualdad social y nada tenían que ver con el Liberalismo. Durante el régimen colonial se generaron otro tipo de desigualdades que, en general, difícilmente pudieran considerarse derivadas de la existencia de un régimen más o menos liberal.
Éste entra en escena alrededor de los movimientos de emancipación política de España pero, como bien es sabido, las incesantes hostilidades del período independiente inicial dieron al traste con la Federación y lo que de liberal tuviera. El segundo liberalismo, el de la Reforma, tuvo más de racionalista y anticlerical que de económico, con todo y lo cual creo que puede afirmarse que ciertas desigualdades se atenuaron, generándose otro tipo de problemas en el ámbito laboral.
Durante más de seis décadas los mercados financiero-bancario, de seguros, laboral, de los servicios de transporte, de la energía, de las telecomunicaciones y muchos otros han sido fuertemente regulados, cuando no totalmente asumidos por el Estado. Su liberalización muy reciente ha sido sectorial, a veces, parcial otras. Los derechos de las personas realmente nunca se han protegido por instituciones jurisdiccionales verdaderamente independientes y robustas.
Así, echarle la culpa de las desigualdades actuales al liberalismo, al neoliberalismo, o a la UFM, no encaja con el récord histórico ni con la lógica.
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