Inercia perversa
Por Hugo J. Faría
CEDICE
Todas las políticas económicas generan ganadores y perdedores.
Todas las políticas económicas generan ganadores y perdedores. Esta realidad contribuye a explicar la permanencia en el tiempo de políticas que a todas luces perjudican a un gran número de venezolanos, mientras favorecen a pocos. Por ejemplo, la devaluación del bolívar beneficia al Gobierno porque le genera más ingresos, y también favorece a algunos empresarios en el sector industrial al destruir competencia. ¿A quién perjudica la devaluación? Al ciudadano de a pie que ve reducido coercitivamente el fruto de su trabajo. En virtud de que a estos ciudadanos no se les preguntó si consentían en ganar menos, la devaluación es un robo y como tal representa una violación de derechos humanos.
Supongamos que adoptamos un modelo de libertad monetaria en virtud del cual los venezolanos podemos ganar en dólares o euros y asumamos que desaparece de circulación el bolívar. ¿Quién pierde? El Gobierno porque no puede generar ingresos vía devaluación, los políticos por la disminución de poder y los empresarios ineficientes y sus trabajadores, que para sobrevivir se les imposibilita destruir competencia a través de la devaluación. ¿Quién gana? El ciudadano común porque ve protegido el fruto de su trabajo. Es decir, gana porque deja de perder al evitar el atraco de la devaluación.
En virtud de que todas las políticas generan costos y beneficios, vale la pena preguntarse: ¿cuál debe ser el diseño óptimo de políticas económicas? Respuesta: las políticas que producen el mayor número de ganadores a sabiendas, sin embargo, de que siempre habrá perdedores. En otras palabras, las políticas idóneas son aquellas que crean beneficios dispersos con costos concentrados. Las políticas perversas, por el contrario, engendran beneficios concentrados con costos dispersos.
Entonces, ¿por qué generamos inflación y devaluamos la moneda? Porque los beneficiarios de estas políticas hacen todo lo que esté a su alcance para preservarlas. Observemos la asimetría en cuanto al peso específico en la sociedad de los ganadores y perdedores de la devaluación. Ganan líderes políticos y empresariales. Pierde el ciudadano promedio quien en medio de su ignorancia racional no sabe con certeza cuál política beneficia más a las personas, además de disponer de escasa influencia en el proceso político.
Un análisis similar podríamos hacer en materia de comercio internacional. Con las barreras ganan unos pocos, muy influyentes, y pierde la mayoría, difícil de organizar y coordinar para inducir a protestar y presionar por un cambio. Igual que con los efectos de la devaluación: beneficios concentrados financiados con costos dispersos sobre el ciudadano común. El estatus se mantiene porque la mayoría es incapaz de coordinar esfuerzos y una acción colectiva, mientras la minoría privilegiada sí es capaz de una acción unida porque es relativamente pequeña y, además, se beneficia intensamente de las políticas perversas, mientras sufre, también intensamente, con políticas idóneas.
¿Qué podemos hacer? Sugiero apelar al empresariado eficiente del país que sí se beneficiaría de la libertad monetaria, libre comercio, bajos y simplificados impuestos, carga reguladora ligera, flexibilidad laboral, en fin de reducción del costo de hacer negocios en Venezuela. Este empresariado debe organizarse y convertirse en un grupo de presión efectivo capaz de contrarrestar al empresariado ineficiente.
El empresariado eficiente debe condicionar su financiamiento a líderes políticos a que implementen una agenda de políticas beneficiadoras de las mayorías. Igualmente, cuando anuncien en los medios de comunicación políticas incorrectas, pedir simultáneamente la diseminación de información relativa a la conveniencia de políticas idóneas, para así superar el problema de ignorancia racional en materia económica que aqueja a los consumidores. Este es el gran objetivo del proyecto Misión Riqueza: propiciar que nuestro empresariado eficiente sea capaz de acción colectiva para presionar por la adopción de políticas idóneas.
Termino con unas palabras lapidarias de Maquiavelo en El Príncipe, que me las enseñó Nicomedes Zuloaga, las cuales sintetizan esta discusión: “No hay nada más difícil de emprender, más peligroso de conducir, que asumir el liderazgo en la introducción de un nuevo orden de cosas, porque la innovación tiene como enemigos a todos aquellos que lo han hecho bien bajo las antiguas condiciones y tibios defensores a aquellos que lo harían bien bajo las nuevas”.
Publicado Diario El Universal 07/05/07
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