¿Quién le pone el cascabel al gato? Oscar Arias
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Después de la Segunda Guerra, cuando Stalin se lanzó a la conquista de Europa, Harry Truman le hizo frente. Con la ayuda del diplomático George Kennan diseñó lo que entonces se llamó »la estrategia de contención». Ahí se inscriben desde la creación de la OTAN y los acuerdos económicos de Bretton Woods, hasta el Plan Marshall y el lanzamiento de Radio Free Europe. Ese fue el comienzo de la Guerra Fría, formalmente ganada por Estados Unidos cuarenta años más tarde, en 1989, cuando los alemanes derribaron el Muro de Berlín y poco después se desplomó todo el bloque del Este, incluida la propia URSS, que asombrosamente acabó por desaparecer.
A una escala diminuta, con algunos rasgos grotescos y sin la peligrosidad del armamento nuclear, América Latina hoy vive una experiencia similar, pero nadie parece darse cuenta o a nadie parece importarle. El señor Hugo Chávez, desde Caracas, con el astuto consejo de La Habana –grandes expertos en la fabricación de cárceles– y apertrechado con miles de millones de petrodólares, hoy pretende ser el Moscú del siglo XXI y se ha lanzado con cierto éxito a la conquista política del subcontinente latinoamericano. Ya ha cosechado unos cuantos triunfos –Bolivia, Ecuador y Nicaragua–, mientras pone sus ojos en Paraguay, Guatemala y El Salvador, los próximos países colocados en la mirilla de su infatigable fusil neopopulista.
El problema es que Chávez no tiene contrincante. Estados Unidos no puede ni desea tratar de frenarlo. Los objetivos esenciales de Washington en la región son sólo tres: intentar impedir el flujo migratorio ilegal, reducir el narcotráfico y poder adquirir algunas materias primas a precio de mercado si buenamente se las venden. Si los latinoamericanos se empeñan en suicidarse como los lemmings, esos roedores que periódicamente se ahogan por millares en el mar, no se sabe muy bien por qué, es algo que no le quita el sueño a casi nadie en Estados Unidos.
Brasil tampoco quiere jugar el rol antichavista. Brasil nunca ha sido un poder regional real. Lula, además, vive en medio de la disonancia ideológica más aguda. Es un gobernante prudente y razonable, pero creció coreando los disparates de la izquierda. Como esa gente que nace con los cromosomas trastocados, Lula posee un alma radical y colectivista alojada en un cuerpo democrático que reconoce las virtudes del mercado.
Con Argentina sucede lo mismo. Néstor Kirchner es peronista y Perón es el abuelo ideológico de Hugo Chávez. Todas las tonterías y disparates ensayados por Perón hace más de medio siglo hoy han resurgido mágicamente de la mano del venezolano. Seguramente Kirchner piensa que Chávez es un insufrible papagayo tropical, pero no puede adversarlo sin traicionar sus propios orígenes.
Por razones distintas, el mexicano Felipe Calderón también optará por ignorar a su incómodo colega venezolano. Llegó al poder muy debilitado en la lucha electoral contra López Obrador. No querrá abrir un frente de combate internacional contra la vociferante izquierda carnívora mientras intenta derrotar a las poderosas bandas de narcotraficantes que operan en el país. Son demasiadas guerras para librarlas simultáneamente.
Los países grandes de América Latina, pues, se van a cruzar de brazos. ¿Hay alguien que pueda dar un paso al frente y encabezar la resistencia latinoamericana ante este empobrecedor y peligroso espasmo imperial antidemocrático? Tal vez hay uno: Oscar Arias, el presidente de Costa Rica. Arias tiene suficiente talento y formación como para darse cuenta de que los riesgos son enormes. La expansión del chavismo aumentará exponencialmente la pobreza y la conflictividad en la región. Y Arias tiene el valor y la entereza que se necesita para enfrentarse a un adversario mucho más poderoso. En 1987 obtuvo el Premio Nobel de la Paz por imponer con éxito su plan de paz para Centroamérica frente al criterio y las amenazas de Estados Unidos. Quien no se arredró ante Ronald Reagan no puede temerle a Hugo Chávez.
Costa Rica, naturalmente, no tiene recursos para dar esta pelea en solitario, pero Arias posee suficiente liderazgo y reconocimiento como para convocar a la resistencia democrática a otros gobernantes preocupados por los avances del chavismo, políticos del peso de Uribe, García, Saca, Berger y, tal vez, Bachelet, la prudente presidenta de los chilenos. Todos saben que el incendio se apagará en unos años, pero la sensatez aconseja hacerle frente colegiadamente, sofocar las llamas entre todos y tratar de impedir que se propague. Es así como se comportan los gobiernos responsables. Por eso Occidente ganó la Guerra Fría.
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