Por qué no regresamos
Nueva York — El frío pela la piel. Por más que se lleve camiseta, camisa, suéter, abrigo, bufanda, botas, gorra y guantes, el viento helado quema la nariz, congela la quijada y pica los ojos. Todo pensamiento cesa para hacerle caso a la única orden de sobrevivencia que nos manda el cerebro: cúbrete, busca un lugar caliente.
Las calles de Nueva York son un infierno en invierno. Y, sin embargo, están llenas de esos inmigrantes que vinieron de lugares más cálidos, de esos que quedan mucho más cerca de la mitad del mundo que del polo norte.
Ahí está el chofer de República Dominicana, el albañil de México, el mensajero de Ecuador, la peruana que cuida del estacionamiento, la colombiana que vende hot dogs o sombrillas sobre la banqueta. Todos medio escondidos en sus ropas y en sus líos migratorios. Todos extrañando al papá, a la novia, la casa, la playita, el monte, la esquina que dejaron atras. Todos muriéndose de frío. Entonces ¿qué hacen aquí? ¿por qué no se regresan a sus países de origen?
Primero lo obvio. El billete. Aquí hay trabajo y allá no. Lo que ganan aquí en una hora, lo ganan allá en un día. Y el que mantiene una familia aquí, también mantiene una o dos familias más allá. Por eso –sólo por eso– vale la pena la cruzada, la soledad, el frío.
En Estados Unidos hay una relación muy estrecha entre esfuerzo y resultados. Al que trabaja mucho, generalmente le va bien. Y no es que tenga una visión muy optimista de la sociedad norteamericana. Es una realidad. Yo he visto a campesinos latinoamericanos comprarse casa propia y a tortilleros y recogedores de basura convertidos en millonarios. En Estados Unidos, a pesar de sus guerras y fantasmas, te puedes reinventar.
Aquí conozco a mucha más gente con éxito que gente que fracasa. Es el éxito en su más simple definición: un lugar seguro donde vivir, un trabajo decente, escuela para los niños y cuidado médico. Los que llegan a Nueva York lo han hecho su hogar, con sus olores y sabores: Puebla York, Santo York, Quito York, Tocho York.
En cambio, conozco a gente que trabaja mucho más de 8 horas diarias en San Salvador, Guatemala, Oaxaca y Medellín y que morirán irremediablemente pobres. Allá está fracturada la relación entre esfuerzo y resultados. Sólo imagínense cómo ve el futuro un joven chiapaneco o jarocho que acaba de salir de la preparatoria o la universidad y se da cuenta de que el gobierno mexicano no puede crear un millón 300 mil trabajos anuales para emplearlo a él y a sus cuates.
América Latina es la región más desigual del mundo. Una pésima distribución del ingreso le da al 10 por ciento más rico casi la mitad de todas las ganancias económicas. Por eso Latinoamérica camina simultáneamente por dos caminos: creando a los ricos más ricos y multiplicando a sus pobres. América Latina sigue siendo la tierra de los monopolios y oligopolios, de los pocos que se reparten entre sí el pastel. Y mientras la fiesta no se abra para todos, la gente se seguirá yendo al norte. Nuestro principal producto de exportación son nuestros mejores trabajadores.
Para un muchacho latinoamericano es frustrante saber que todavía hay barreras de clase y de raza que ni la mejor educación pueden romper. ¿Regresar a eso? Por supuesto que no. Conozco a muy pocos que regresan.
Bueno, ni siquiera los cubanos del exilio regresarán en masa a Cuba con la muerte de Fidel Castro. Se vive mejor en Nueva Jersey, Orlando y Miami que en La Habana, Santiago y Holguín. Regresarán, sí, para visitar, turistear y hasta para invertir en un condominio en Varadero o frente al malecón. Pero no a vivir. El escritor y columnista cubano Carlos Alberto Montaner me dijo hace varios años que él no creía que más del 5 por ciento de los cubanos del exilio regresaría a una Cuba democrática. Y hasta donde yo sé, no ha corregido su pronóstico. El proceso sería, más bien, al revés.
La gente naturalmente prefiere vivir en una sociedad ya construida que en una que se está construyendo. La idea se la escuché al profesor de la Universidad de Miami Jaime Suchlicki, que hace poco nos hablaba de la posibilidad de una salida masiva de cubanos de la isla tras la muerte del dictador. ¿Quién quiere esperar 5 o 10 años al fin de los apagones, libertad de prensa y la llegada de supermercados para todos?
Los inmigrantes latinoamericanos que trabajan en las calles de Nueva York tampoco estaban dispuestos a esperar más. No les creyeron a los políticos que prometieron un gobierno sin corrupción y amiguismos. No tuvieron la paciencia de esperar mejores maestros en las escuelas públicas. No se arriesgaron a que un hijo fuera secuestrado por un narco o a que les robaran el cheque quincenal a punta de pistola frente a una patrulla. No se tragaron lo que decía la tele. No se quedaron al aumento que nunca llegó, al empleo que no se dio. Apostaron por el presente, no por el futuro.
Por eso se fueron y por eso no van a regresar. Aunque se mueran de frío en las calles de Nueva York. Lo sé. Yo vine sólo por un año y ya llevo 24.
- 31 de octubre, 2006
- 23 de enero, 2009
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