¿Qué ocurrirá tras la muerte de Fidel Castro? Conversación en los funerales del Comandante.
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El diálogo que sigue pudiera ocurrir en el velorio del Comandante. Incluso, es muy probable que ocurra, pero no entre dos interlocutores, sino entre muchos, en voz muy baja y de manera fragmentaria. Mientras lloran, se abrazan, y expresan signos de consternación −muy importantes para sobrevivir políticamente en un momento tan dramático−, y mientras manifiestan la inquebrantable lealtad a los ideales y enseñanzas del caudillo desaparecido, la conversación se desviará por otros vericuetos más comprometedores e interesantes. Unos dirigentes, muy discretamente, hablarán de Raúl, de los chinos y de los venezolanos. Otros centrarán sus observaciones en Estados Unidos y en los problemas que afronta el socialismo real, o en las necesidades de cambio económico y político, o en el camino de incertidumbre que se abre ante el país. Todos, llenos de ansiedad, estarán conscientes de que en Cuba se inicia una nueva etapa y querrán adivinar lo que les deparará el futuro.
Éste análisis dialogado es el primero de una serie de PRONÓSTICOS concebidos para tratar los temas más importantes de la actualidad mundial. Se publicarán cada dos meses y servirán como punto de partida para una serie especial de televisión que lanzará MEGA tv en horario especial. Obviamente, había que comenzar por Cuba.
EL HEREDERO
¿Sobre qué bases reales se asienta el poder del general Raúl Castro?
Raúl, en gran medida, tiene el control del aparato policíaco-militar y del Partido Comunista. Durante muchos años ha ido colocando a personas de su entorno en puestos de importancia. Sin embargo, su peso en la Asamblea Nacional del Poder Popular, en los sindicatos, en el aparato cultural y en las otras organizaciones de masas es considerablemente inferior.
Por onda corta, Internet, y por medio de diversas formas de impresión, este texto es simultáneamente difundido dentro y fuera de Cuba. El autor, periodista y escritor, reside en Madrid desde 1970 y publica una columna semanal que aparece en decenas de diarios de Europa, Estados Unidos y América Latina.
¿Es indiscutible su liderazgo?
No. Raúl fue designado por su hermano como heredero, y nadie le niega “méritos revolucionarios” −su destacada participación en la ya remota lucha contra Batista−, ni ciertas dotes como organizador, o su carácter de buen padre de familia, dato desconcertante que carece de importancia cuando recordamos que Adolfo Hitler era una persona cariñosa con sus allegados, pero la percepción general es que es una persona mediocre y sin ideas, aunque menos caótico que su hermano. Raúl, no obstante, es un ser humano con cierto balance emocional que le permite conjugar la dureza contra sus enemigos con una dosis afectiva genuina por sus allegados, sin ese detestable narcisismo que caracteriza al Máximo Líder. Naturalmente, no posee la fuerte personalidad ni el carisma de Fidel. Además, a lo largo de casi medio siglo se ha granjeado la antipatía y el rencor de muchos de los miembros del aparato que fueron marginados de la cúpula en medio de las luchas burocráticas. Nadie le discutía a Fidel el liderazgo político del país, o el derecho a castigar o premiar a quien deseara sin dar explicaciones, pero hay numerosos dirigentes que creen tener más méritos y talento que Raúl, y que no aceptan sus decisiones sin que antes o después tenga que justificarlas. Esa es la diferencia entre un
caudillo indiscutible y un mero jefe.
¿Quiénes, por ejemplo, cuestionan el liderazgo de Raúl?
Potencialmente, muchísimas personas. En las Fuerzas Armadas, todos los oficiales que pasaron por las buenas academias soviéticas y luego se foguearon en Angola y Etiopía. Para éstos, Raúl es un militar improvisado. Los tecnócratas como José Luis Rodríguez, Francisco Soberón o Abraham Macique podían aceptar las imposiciones de Fidel en el terreno económico, porque Fidel era un sabelotodo, aunque a ciencia cierta no fuera más que un diletante temerario afectado por una irreprimible tendencia a experimentar, pero a Raúl no lo respetan en ese terreno. Lo mismo le sucede en los asuntos diplomáticos en su relación con Ricardo Alarcón o en los culturales desde la perspectiva de Abel Prieto, Roberto Fernández Retamar o Eusebio Leal. Nadie en la cúpula se subordina intelectual y emocionalmente a Raúl Castro como lo hacían con Fidel. Esa diferencia no es irrelevante.
¿Interviene en este fenómeno el factor psicológico?
Por supuesto. Ese aspecto es vital. Fidel Castro le ha impuesto su sello personal al gobierno cubano hasta extremos increíbles. Las instituciones no han servido para nada durante su prolongado mandato. Jamás ha habido una administración colegiada, pero toda la clase dirigente ha aceptado esa situación sin protestar porque se trataba de Fidel. Un hombre como Carlos Lage, que es un administrador laborioso, austero, razonablemente eficiente (aunque sin destellos de genialidad) en medio del desastre general del país, ha vivido y aceptado durante veinte años la arbitraria jefatura de Fidel, por el character excepcional del Comandante, pero la de Raúl la tomaría, como dice la frase latina, “con un grano de sal”. A Fidel le suponían genialidad, inteligencia, memoria, formación e información cultural, y le atribuían la proeza de haber descabezado la dictadura de Batista y sobrevivido a la hostilidad norteamericana, aún tras la desaparición de la URSS, pero Raúl es otra cosa. Otra cosa menor concebida a una escala humana. A Raúl no le reconocen ningún síntoma de grandeza. Ni siquiera los hombres de confianza de Raúl −Abelardo Colomé Ibarra, José Ramón Machado Ventura, Jaime Crombet, Julio Casas Regueiro− acatan su jerarquía como consecuencia de la (limitada) admiración que les despierta, sino como resultado de un sistema de amistad personal y apoyos mutuos basados en la conveniencia recíproca.
¿Y qué sucede con los jóvenes talibanes?
Ése es un liderazgo muy débil fundado en la selección arbitraria de Fidel, dado que muchos de ellos provenían del llamado Grupo de apoyo al Comandante. Desaparecido Fidel, el peso de estos jóvenes, más allá de que tengan o no talento, se desvanece y deben establecer una trama de alianzas para sobrevivir políticamente. Felipe Pérez Roque, Otto Rivera, Hassan Pérez, Juan Contino Aslan, Carlos Manuel Valecianga apenas tienen anclaje en las instituciones y, desde luego, significan muy poco para la opinión pública. Es una situación parecida a la de Randy Alonso, Lázaro Barredo, Reinaldo Taladrid y Rogelio Polanco, los usuales contertulios de Castro en la Mesa Redonda: son estrellas mediáticas coyunturales sin peso específico propio ni leyenda personal acreditada, aunque algunos procedan del Ministerio del Interior, como sucede con Taladrid y Barredo.
Pero quedan los viejos Comandantes
Todos con setenta y cinco años, ancianos y achacosos, atados a la antigua leyenda de la Sierra Maestra. Ni Juan Almeida, Ramiro Valdés o Guillermo García hicieron aportes significativos a la labor de gobierno a lo largo de medio siglo. A ninguno de ellos se le tiene por especialmente talentoso. Ramiro, por otra parte, que fue Ministro del Interior durante mucho tiempo, es percibido como un represor, como el Beria cubano, y ése es un papel escasamente atrayente. Los tres, además, sotto voce son acusados por sus compañeros de haber vivido como millonarios en un país en el que las limitaciones materiales a veces afectaban a la propia clase dirigente. En un gobierno que ha predicado la austeridad y el igualitarismo hasta la exasperación, y en el que la pobreza y la escasez son la tónica reinante, molestaban las casas suntuosas, los yates de recreo y el uso de los recursos de la nación para complacer a las ex esposas o ex compañeras sentimentales de estos personajes.
TRES SOFISMAS Y UNA VERDAD OCULTA
En definitiva, ¿qué mantiene unida a la clase dirigente?
El discurso oficial establece tres sofismas que se repiten hasta la fatiga con el objeto de crear una suerte de legitimidad moral a la dictadura, pero en los que ninguna persona sensata parece creer seriamente:
• Que las fuerzas Armadas y, en general, los revolucionarios o simpatizantes del sistema son los continuadores de la lucha de los mambises del siglo XIX, quienes supuestamente fueron traicionados por los políticos de la corrupta “república mediatizada”.
• Que si los revolucionarios “se dividen”, Estados Unidos, junto a los cipayos exiliados en Miami, unos despreciables anexionistas, establecerían en la Isla una colonia de los yanquis vendida a los intereses capitalistas.
• Que el fin de la revolución significaría el fin de las llamadas “conquistas revolucionarias”: la educación, la salud y cierto grado de igualdad racial que hoy existe en la sociedad cubana. Simultáneamente, una nube de codiciosos exiliados dominados por los deseos de venganza descendería sobre la indefensa sociedad cubana para apoderarse de las viviendas y recuperar los bienes confiscados tras el triunfo, convirtiendo a los cubanos de la Isla en verdaderos cautivos de extranjeros y desterrados.
De acuerdo con estas falsas premisas se monta una especie de silogismo: revolución, patria, nación, partido comunista forman parte de una misma ecuación (en la que antes, por cierto, incluían al propio Fidel). Si el gobierno comunista (la revolución) desaparece, también desaparecen la patria y la nación fagocitadas por la maldad de unos enemigos siniestros que esclavizarían al pueblo, empobreciéndolo en el plano material hasta niveles haitianos.
Pero, ¿hay algo de verdad en estos planteamientos?
Ni una pizca. Esas son sólo las coartadas para mantenerse en el poder.
• Es una obscenidad intelectual plantear que los revolucionarios de hoy, unos señores que invocan el marxismo leninismo como fuente de autoridad ideological y el estado soviético como modelo de organización, son los continuadores de la lucha de José Martí y los mambises. Aquellos cubanos, como no podía ser de otra manera, eran unos liberales del siglo XIX −en el sentido que se le daba a esa palabra en aquellos tiempos− que aspiraban a crear una república clásica, democrática y con respeto por la propiedad privada, que nada tenían que ver con los experimentos totalitarios puestos en marcha en la Rusia de 1917.
• Estados Unidos, a principios del siglo XXI, no tiene el menor interés en anexionar a Cuba. Por el contrario, su principal objetivo es que en la Isla se establezca un sistema democrático y próspero para que los cubanos no emigren clandestinamente a territorio norteamericano. Tampoco es relevante la cuestión económica. Para una economía como la norteamericana, que se acerca a los trece trillones de dólares, el paupérrimo mercado cubano carece totalmente de importancia. Por el contrario, Estados Unidos, que cuenta en su seno con una notable minoría cubano-americana a la que debe tener en cuenta, volcaría todo su peso económico sobre la Isla, e invitaría a Europa y a Japón a que hicieran lo mismo, con el objeto de mejorar intensa y rápidamente la calidad de vida de los cubanos y así evitar una crisis migratoria.
• Los cubanos exiliados, según las encuestas más solventes, no van a regresar masivamente a residir en Cuba (si las condiciones son favorables lo hará un 10%), ni van a desalojar a nadie de unas casas miserables que se están cayendo a pedazos por culpa de la incuria socialista. Los exiliados cubanos, no obstante, si hay garantías jurídicas, sí acudirían masivamente como turistas e inversionistas, y
se convertirán en una fuente de desarrollo y prosperidad para beneficio de todos, poniendo fin a una hostilidad artificialmente alimentada por el gobierno. Eso es lo que reflejan todas las encuestas y focus group que se realizan. El sur de la Florida y, en general, los sitios donde se concentran los exiliados, se convertirían en motores económicos que impulsarán enérgicamente la reconstrucción y el desarrollo de la Isla. En cierto modo, la diáspora sería la provincia más rica de Cuba y la que más contribuiría a la prosperidad de los cubanos.
Si esto es así, ¿hay alguna razón oculta que explica el inmovilismo de la clase
dirigente cubana?
Por supuesto: la clase dirigente cubana teme perder el poder y con éste los privilegios que comporta. La nomenclatura es víctima de la natural incertidumbre que provoca el riesgo de ver reducida su importancia social y laboral. Quienes pueden tomar decisiones temen por la suerte de sus hijos y el destino de la familia. Sienten miedo al cambio, y el miedo, a veces, es un fuerte cohesivo, pero un pésimo consejero.
LAS RAZONES DEL CAMBIO
¿Y qué sucede con las convicciones ideológicas?
Parece que son muy débiles. El testimonio confidencial de los hijos y parientes de numerosos dirigentes no deja lugar a dudas: en la intimidad de sus casas se reniega del sistema y se admite el total desastre en que vive el país. El derrumbe del socialismo real y el cambio de signo del modelo chino, sumados a la experiencia de casi cincuenta años de colectivismo en suelo cubano, han convencido a la clase dirigente de que ese sistema no es capaz de generar riqueza y bienestar para el pueblo. Los dirigentes tendrían que estar ciegos para no darse cuenta de que el comunismo es tremenda e irremediablemente ineficiente: lo ha sido en todas las latitudes y culturas donde lo han entronizado. Y aún si ellos estuvieran ciegos, sus familiares, especialmente sus hijos y nietos, se encargan de recordarles que están defendiendo un grave error intelectual que genera terribles consecuencias morales y materiales para el conjunto de la sociedad.
¿Y por qué mantienen el sistema si no creen en él? ¿Por qué no intentan cambiarlo?
• Esencialmente, por tres razones. Primero, porque el colectivismo era una caprichosa imposición de Fidel Castro y nadie se atrevía a contradecir al Comandante en Jefe. Fidel, como los reyes antiguos, ha sido el dueño del país durante medio siglo y les ha impuesto a los cubanos sus convicciones, más o menos como en el pasado la religión del monarca era la que debían aceptar sus súbditos. Sin embargo, al menos desde los años setenta siempre ha habido reformistas lúcidos que han intentado alejarse del comunismo o atenuar sus peores consecuencias, pero Fidel invariablemente los ha liquidado.
• Segundo, porque los privilegios y el ejercicio de la autoridad están muy ligados a la existencia de esa rígida burocracia en la que el Partido Comunista y la administración del Estado se entremezclan. En la estructura gubernamental soviética, que es la impuesta por Fidel Castro a los cubanos, coexisten y se solapan dos burocracias paralelas, el Partido y el aparato administrativo de gobierno. El fin del sistema significa que el Partido perdería su control sobre el gobierno. Por otra parte, desmontar el colectivismo es darle poder a la sociedad civil y a individuos que no necesariamente responden a la nomenclatura. Eso
aterroriza a una parte de la clase dirigente.
• Tercero, porque la presión efectiva en dirección de los cambios se circunscribe a la postura de Estados Unidos y (en menor medida) la Unión Europea, a lo que se agregan las acciones de los demócratas cubanos de la oposición interna y externa, y, hasta ahora, estos factores no han sido suficientes para impulsar las transformaciones.
Pero, ¿el pueblo desea o no los cambios?
Los desea, pero “el pueblo” no tiene cauces de expresión en las sociedades totalitarias. En
el modelo político cubano, calcado de la Unión Soviética, las instituciones son establos
en los que se encierra a la sociedad para transmitirles los deseos e instrucciones de la
clase dirigente. Ni el parlamento, ni los sindicatos, ni las organizaciones juveniles
oficiales dan cabida a puntos de vista que no respondan a la línea oficial decidida por la
cúpula. Cuando alguien protesta dentro de las instituciones, lo amonestan, lo separan del
cargo o lo marginan totalmente. Si lleva la protesta a las calles, le lanzan las turbas
mediante pogromos o “actos de repudio”, o, simplemente, lo encarcelan. El cacareado
centralismo democrático que se practica en el Partido Comunista, pese a la retórica de la
participación de las masas en el proceso de toma de decisiones, no es otra cosa que un
ritual vacío para imponer la voluntad de la jerarquía instalada en los órganos superiores
de gobierno, y, en última instancia, de quien esté a la cabeza.
¿Y si el pueblo tiene poca capacidad para demandar cambios, y si Estados Unidos,
la Unión Europea y los demócratas de la oposición interna y externa tienen una
limitada capacidad para demandar cambios, ¿cómo y por qué van a llegar esos
cambios?
Van a llegar por varias razones que podemos deducir de la experiencia:
• Porque la sociedad cubana posee una centenaria tradición de modernidad y eso no se ha evaporado con el comunismo. Carece de sentido suponer que los cubanos van a estar permanentemente sujetos a un arcaico sistema de gobierno que ha desaparecido en todas partes del mundo como consecuencia de su ineficiencia. Hoy parece difícil que en Cuba se produzcan cambios, pero más extraño sería que no se produjeran. No puede olvidarse que las naciones evolucionan en grupo siguiendo corrientes históricas: estamos en una era en la que la democracia y las libertades económicas se imponen en todas partes. Cuba no puede ser la excepción a esta tendencia de forma permanente.
• Porque hay dos factores psicológicos que están presentes en todos los procesos de cambio y en Cuba son fácilmente observables: de una parte, es obvio que existe un profundo desencanto e indiferencia con la revolución en el seno de la sociedad cubana. Por la otra, los dirigentes ya no se perciben como los protagonistas de una hazaña histórica positiva, sino como los agentes de un sistema torpe y cruel que ha demostrado una total incapacidad para mejorar las condiciones de vida del pueblo. A ninguna persona mentalmente sana le resulta gratificante formar parte de un grupo repudiado por la sociedad y criticado en el seno de la familia.
• Porque entres esos cubanos de la clase dirigente tiene que haber un notable porcentaje que desea que mejoren los estándares de vida de la sociedad, y que están cansado de fingir devociones que no siente y de defender posiciones que les parece equivocadas. Si en la nomenclatura de todos los países comunistas de Europa central existían estos reformistas dispuestos a impulsar los cambios y a abandonar los errores, ¿por qué en Cuba va a suceder de otro modo? El argumento de que en Cuba persiste el comunismo por la supuesta amenaza norteamericana no es más que un pretexto sin fundamentos.
• Porque en los últimos cuarenta años, desde el posfranquismo español comenzado a fines de 1975, hasta el desmantelamiento de las dictaduras comunistas de Europa central, los cubanos del poder y de la oposición han podido comprobar en veinte países que es posible una evolución política pacífica, sin revanchas ni atropellos, que pone fin a un sistema agotado y le da paso a una nueva etapa en la que casi todos salen ganando. Para cambiar el signo político del país no es necesaria una revolución violenta, ni la humillación de quienes salgan derrotados en la confrontación, sino una transición pactada hacia el multipartidismo y la libertad, en la que todos o casi todos salen ganando, como ha sucedido en el resto del mundo. La teoría de juegos lo confirma: las decisiones se inclinan, racionalmente, hacia el escenario que resulta más conveniente para la mayoría de acuerdo con los incentivos que estén presentes.
LA ALTERNATIVA BOLIVARIANA
Sin embargo, el gobierno cubano −o al menos una parte− no parece creer que es inevitable la transición hacia la democracia y la economía de mercado. Fidel Castro deja como herencia la tarea de continuar la revolución de la mano de Hugo Chávez para construir lo que el venezolano llama “la revolución bolivariana y el socialismo del siglo XXI”
Es cierto. La alternativa al cambio que Fidel Castro propone al final de su vida es continuar con la “revolución bolivariana y el socialismo del siglo XXI”. ¿En qué consiste esa propuesta? Consiste en conquistar políticamente a los países de América Latina para enfrentarlos a Estados Unidos y al primer mundo mientras se desarrolla alguna variante del colectivismo en las sociedades que consigan reclutar para esta peligrosa aventura.
Felipe Pérez Roque lo explicó en un discurso pronunciado en Caracas en diciembre de 2005. Vino a decir que La Habana y Caracas habían asumido la responsabilidad de dirigir la revolución en el mundo, sustituyendo en esa tarea a la desaparecida URSS y a la fatigada Europa, ya corrompida por el capitalismo. Poco antes, Carlos Lage afirmó que Cuba tenía dos presidentes: Fidel Castro y Hugo Chávez. Sin embargo, no parece probable que Raúl Castro se empeñe seriamente en esa tarea.
¿Por qué Raúl rechazaría esta tarea legada por su hermano y mentor?
Porque el pueblo cubano, y muy especialmente la clase dirigente, saben que el país ya
perdió cuarenta años inútilmente “haciendo la revolución” y persiguiendo utopías
inalcanzables. La búsqueda del hombre nuevo condujo a sembrar la sociedad de
ciudadanos hipócritas escondidos tras una doble moral. Los cementerios cubanos en África no sirvieron para nada. Las guerrillas en Sudamérica y todos los esfuerzos subversivos sólo contribuyeron a empobrecer a los cubanos. Se tergiversa la historia de la guerra en Angola o de la independencia de Namibia (y se silencia la aventura en Somalia) para justificar los absurdos sacrificios impuestos al pueblo cubano, pero nadie ignora que esos son los pretextos de Castro para ocultar su napoleonismo caribeño y su voluntad de clavarse en la historia a cualquier precio. Los experimentos económicos destruyeron los fundamentos de la producción nacional, incluida la centenaria industria azucarera. ¿Quién en sus cabales puede reeditar esas pesadillas de la mano nada menos que de Hugo Chávez, medio siglo más tarde? Raúl, que ya pasó la rubéola ideológica, aunque no tiene
el menor instinto democrático, está más cerca de la cínica madurez de los chinos y vietnamitas, decididos a globalizarse, a privatizar (dentro de ciertos límites) y a hacer buenos negocios con Estados Unidos y el Primer Mundo, que del infantilismo pendenciero del chavismo. Ya Cuba y ellos mismos −exceptuado Fidel− superaron la fase del “internacionalismo revolucionario”.
¿En qué se parecen o se diferencian el socialismo de los soviéticos y el castrochavismo bolivariano?
En primer lugar, en el método para llegar al poder. Los “bolivarianos” abandonan la
lucha de clases, las protestas obreras y la convocatoria a una huelga general definitiva
con que soñaban los marxistas-leninistas (que no sucedió en ninguna parte, por cierto).
También renuncian a las guerrillas campesinas a lo Mao o, en alguna medida, a lo Castro.
El método chavista, deducido de la experiencia venezolana y hoy elevado a estrategia
universal, es recurrir a las elecciones, plantear una constituyente que concentre el poder
en las manos del Ejecutivo, fomentar el clientelismo de los más pobres mediante medidas
populistas efectivas, pero de alcance real limitado, y luego comenzar a desmantelar el
Estado de derecho y la economía de mercado, imponiendo, finalmente, una suerte de
dictadura dirigista.
¿Y qué ocurre en el plano internacional?
Como especulaba Lenin en el 17 (tras el análisis de Trotski), o Castro desde el 59 hasta
nuestros días, Chávez está convencido de que “el socialismo del siglo XXI” que se
propone implantar en Venezuela sólo puede sobrevivir si crea una vasta red de
complicidad internacional para enfrentarla a lo que llama “el imperialismo”, y muy
especialmente a Estados Unidos. No cree posible que su socialismo del siglo XXI pueda
sobrevivir en un solo país. Aunque los métodos para tomar el poder son diferentes a los
empleados por los soviéticos, los objetivos son los mismos: destruir al primer mundo
capitalista y reemplazarlo por una sociedad igualitaria y solidaria en la que ni siquiera sea
necesario el uso del dinero porque los trueques y los impulsos filantrópicos reemplazarían
al dinero y al individualismo egoísta. Chávez, como Castro, son dos utópicos armados
con pistola.
Pero podría suceder que el castro-chavismo tuviera éxito y, finalmente, se
consolidara un eje bolivariano en América Latina que le sirviera de sostén a una
Cuba empeñada en el colectivismo.
Eso es muy improbable. Hasta ahora hay unos cuantos países muy pobres que van
camino de convertirse en protectorados de Venezuela. Este es el caso de Bolivia y tal vez
Nicaragua marche por la misma senda de la mano de Daniel Ortega. Está por verse lo que
hará el señor Correa en Ecuador. Pero si la URSS, que es era el país mayor y
potencialmente más rico del planeta, junto a naciones viejas y sabias como Alemania del
Este, Checoslovaquia, Hungría y Polonia, se hundieron en la ineficiencia y la mediocridad,
¿qué puede esperarse de un frente revolucionario integrado por Venezuela,
Bolivia, Cuba, Nicaragua y, llegado el caso, Ecuador? Las probabilidades de que ese
experimento fracase son casi todas.
Pero Venezuela es muy importante como fuente de subsidios petroleros y financieros
Así es. Los ciento ocho mil barriles diarios de petróleo que Caracas dona a La Habana
(aunque disfrace esas transacciones de intercambios), más el generoso financiamiento de
numerosas compras, son una ayuda importante para el gobierno cubano, pero la cúpula
dirigente sabe que el precio de acompañar a Chávez en sus delirios de conquista
planetaria es demasiado oneroso y comprometedor. Nadie en los círculos de poder
respeta realmente a Chávez (en privado le llaman “el Loco” y se ríen de él), y muy poca
gente cree que ese país desorganizado, controlado por un gobierno profundamente
corrompido, claramente rechazado por la mitad de la sociedad, puede convertirse en la
estable metrópolis revolucionaria del mundo. Lo probable, pues, es que ese fallido
experimento venezolano en algún momento termine mal y abruptamente, lo que
significaría un golpe mortal para el gobierno cubano en la medida en que dependa de
Caracas. Si algo aprendieron los dirigentes cubanos tras la debacle de la URSS y sus
satélites, es que una sociedad no puede confiar su destino a factores ajenos alejados a su
control. El fin del chavismo −que llegará en algún momento como consecuencia de la
propia naturaleza caótica del gobierno y de su líder− significaría la muerte súbita de la
revolución o el inicio de otro agónico periodo especial. Sólo alguien muy irresponsable
podría jugarse el futuro de Cuba a esa carta de dudoso destino.
EL MODELO CHINO
Queda, sin embargo, la opción del modelo chino, que parece gustarle a Raúl Castro
Sí, pero primero hay que entender qué no existe ese supuesto modelo chino. Tras la
muerte de Mao, que era, como Fidel, un visionario terco totalmente indiferente a la
realidad, los reformistas chinos, que conocían los “milagros” económicos de Taiwán,
Hong Kong y Singapur, protagonizados por chinos como ellos, entendieron que debían
poner fin a la locura colectivista, permitir y estimular la empresa privada, sacar
paulatinamente al Estado de las actividades económicas y vincularse intensamente al
mundo desarrollado. En último análisis, eso era lo que habían hecho los tigres asiáticos.
Ellos −la China continental− podían convertirse en el mayor tigre asiático del mundo,
pero tenían que abandonar las supersticiones del marxismo.
Pero esas reformas partieron de un modelo
No, partieron de una convicción melancólica que se resume en una frase escueta: “el
colectivismo marxista no funciona”. A partir de ese punto comenzó un proceso de
reformas improvisadas que no fijaba límites ni calendarios en el terreno económico, y que
se iba acelerando en la medida en que se hacían evidentes los logros obtenidos. El país
crecía en torno al 10% anual como conjunto, pero había zonas que crecían al ritmo del 20
y el 25, mientras se ampliaba el círculo de las actividades privadas. Tan importante como
el hecho de que existan numerosas empresas capitalistas era el florecimiento de decenas
de miles de escuelas privadas y el abandono de las comunas campesinas en beneficio de
las explotaciones agrícolas privadas. Sólo había una zona en la que (por ahora) estaba
prohibida la actividad de los individuos: la lucha política.
Sin embargo, se seguía venerando a la figura de Mao
Pero como un ejercicio retórico sin ningún contenido real. Si se renunciaba a las comunas
campesinas y a la penetración política en el tercer mundo; si se entronizaba la propiedad
privada, se limitaba drásticamente el peso del Partido Comunista en la dirección de la
economía y se cooperaba con las naciones de Occidente en todos los terrenos, ¿qué
quedaba del maoísmo? Lo único que falta es denunciar públicamente a Mao como el
terrible déspota y genocida que fue, pero eso aún tomará cierto tiempo.
¿Hasta dónde llegaría Raúl Castro si toma el camino chino?
Insisto: el camino chino no tiene fin. Es un camino, no una meta. Una vez que se entra en
un proceso de reformas como el emprendido por los chinos los resultados y las
coyunturas van ampliando los horizontes, lo que, a su vez, precipita a los dirigentes a
improvisar sobre la marcha. Son procesos abiertos. En todo caso, la distancia cultural,
demográfica, geográfica e histórica entre China y Cuba es abismal. Raúl puede tomar la
decisión de abrir sustancialmente la economía cubana y todos lo aplaudirían, pero los
resultados, aunque alivien la miserable forma de vida de los cubanos, no serían
semejantes a los de China.
Pero las reformas que Fidel Castro autorizó en los noventa (y luego revocó
comenzado el nuevo siglo) ¿no forman parte de una visión china? Raúl puede
retomar ese camino
Fracasaría. En los noventa Fidel Castro se limitó a hacer unas reformas menores con el
objeto de capear el temporal, no de cambiar el sistema. Lo que logró con esos mínimos
cambios fue lo peor de ambos mundos: desigualdad sin desarrollo. Los chinos permiten la
desigualdad como parte del costo del desarrollo, pero en el colectivismo híbrido diseñado
por Castro sólo se enriquecen unos pocos, mientras se practica el más repugnante apartheid
contra los cubanos. Por otra parte, los inversionistas serios que se acercaron a
Cuba en la década de los noventa comprobaron los riesgos de invertir en un país en el que
la ley no significa nada. Ese sistema de inversiones conjuntas entre el Estado y los
capitalistas extranjeros para la común explotación de los trabajadores cubanos no puede
reeditarse como fórmula para lograr salir de la miseria ni para ilusionar a una sociedad
que ya comprobó sus pésimos resultados.
¿Y no estarían los chinos interesados en invertir en Cuba y captarla para su bando?
No tendría sentido. Los gobernantes chinos del siglo XXI no ven el mundo como un
campo de batalla entre Oriente y Occidente. Estados Unidos es el mayor socio comercial
de China. China posee novecientos mil millones de dólares en reserva. Pekín entiende
que lo que le conviene es que Estados Unidos tenga una economía saludable para que
siga consumiendo productos manufacturados en China. Hace cierto tiempo, cuando el
presidente brasilero Lula da Silva trató de reclutar al Primer Ministro chino para
incorporar a ese país junto a la India y Sudáfrica en un eje más o menos antioccidental, se
encontró con una cortés negativa. China no está interesada en pugnar con Estados
Unidos, Japón o Europa. Lo que quiere es formar parte del primer mundo, no destruirlo.
Hace diez años la economía de China era del tamaño de la brasilera. Hoy es tres veces
mayor. Y esa exitosa estrategia no la va a comprometer respaldando a un gobierno
militante e infantilmente dedicado al antiyanquismo o a construir utopías ridículas. Si
Raúl Castro quiere seguir comprándole ollas arroceras o vendiéndole níkel a Pekín nadie
se lo impedirá, pero los chinos no convertirán esas exiguas relaciones comerciales en un
elemento de fricción con el primer mundo, y mucho menos con Estados Unidos.
LA APERTURA
Si la vía bolivariana conduce al fracaso, la china es un espejismo y el modelo cubano
de joint ventures demostró sus limitaciones y se agotó, ¿qué opciones reales le
quedan a la Cuba que hereda Raúl Castro a los 75 años?
Una opción, por supuesto, es no hacer nada. Poner más policías en las calles, intimidar
con mayor saña a la población, contemplar como la base material y moral del país se
degrada progresivamente, mientras los cubanos se vuelven más desilusionados y cínicos,
sin otra esperanza que “sacarse el bombo”, construir una balsa o seducir a un o una turista
para escapar de Cuba, como han hecho los hijos y familiares de tantos dirigentes, hasta
que algún día estalle una ola de violencia como consecuencia de las penurias y la
insatisfacción general. Otra opción, la más madura, sería abrir los cauces de participación
de la sociedad para, entre todos, buscar una salida consensuada a la situación en que se
encuentra el país. Ni siquiera hay que elegir expresamente el camino del cambio: por
donde hay que empezar es por reconocer que existen otras voces diferentes a la del
Partido Comunista (que en medio siglo no ha conseguido solucionar los problemas más
elementales de la población), y disponerse a escucharlas.
¿Se refiere usted al diálogo entre el gobierno y la oposición?
Sí, pero no sólo a eso. Desde 1989 una persona tan respetable como el desaparecido
Gustavo Arcos, entonces al frente del Comité Cubano de Derechos Humanos, propuso
crear una mesa abierta de discusión entre el gobierno y la oposición y la respuesta fue el
acoso político y el encarcelamiento de miembros de su grupo y de su familia. Una
verdadera apertura comienza por admitir que los cubanos creen legalmente asociaciones
políticas o de cualquier tipo y puedan reunirse entre ellos para discutir en total libertad.
En España, antes de la muerte de Franco, cuando las autoridades comprendieron que era
imposible seguir sosteniendo la ficción de que “el Movimiento” −el partido único del
franquismo− representaba a la totalidad de la sociedad, se aprobó una ley de asociaciones
y las agrupaciones políticas comenzaron a surgir dándole sentido y forma a diferentes
corrientes de opinión. Organizaciones como las Damas de Blanco, personas como
Osvaldo Payá, Vladimiro Roca, Héctor Palacios, Elizardo Sánchez, Martha Beatriz
Roque, Laura Pollán, Oscar Espinosa, Gisela Delgado, Dagoberto Valdés, Juan Carlos
Gnzález Leiva, Julia Cecilia Delgado, León Padrón, Miriam Leiva, Luis Cino, y tantos
otros, son cubanos inteligentes e instruidos que dirigen grupos que tienen mucho que
aportar para solucionar los graves problemas que afectan al país.
Pero el gobierno cubano alega que los disidentes son instrumentos de la embajada
norteamericana y, por lo tanto, se niega a hablar con ellos o a considerarlos como
una oposición respetable
Sí, pero ésa es una falacia para no tener que admitir que la sociedad cubana, como todas,
está compuesta por millones de personas que albergan diferentes puntos de vista y
pueden y deben agruparse en distintas tendencias. Si hay algo realmente contra natura es
la uniformidad impuesta por los gobiernos totalitarios. Es verdad que varias naciones
occidentales les prestan algún tipo de ayuda a los cubanos demócratas −ese mismo
fenómeno, por cierto, se observó en Europa central durante la época de la Guerra Fría−, y
más que ninguna Estados Unidos, pero ese tipo de solidaridad forma parte de la lógica del
estado cubano. ¿No reclama el gobierno de La Habana su derecho a ejercer el
“internacionalismo revolucionario”? En ese caso, la coherencia lógica debe llevarlo a
admitir el derecho al “internacionalismo democrático” que tienen sus adversarios. Si la
dictadura, durante décadas, les ha brindado todo tipo de ayuda a los grupos afines al
comunismo, ¿cómo es posible que les niegue a las democracias el derecho a hacer lo
mismo con los disidentes cubanos que intentan agruparse en asociaciones pacíficas para
solicitar pluralismo y democracia?
¿Qué harían esas asociaciones?
Las asociaciones hablan, publican papeles, comunican ideas, captan miembros. Es vital
que todos los cubanos puedan expresarse sin miedo a ser agredidos por las turbas o a ser
encarcelados. Pero no sólo se trata de los demócratas de la oposición. Dentro de las filas
del gobierno hay personas inconformes con la línea oficial que también deben tener
acceso sin miedo a las tribunas. Las hay en las universidades, en los claustros de
profesores y en el estudiantado. Las hay en los sindicatos. Sabemos que hay dirigentes
sindicales medios en Cuba que están dispuestos a defender públicamente que los
trabajadores cubanos puedan utilizar la moneda nacional al cambio oficial en todos los
establecimientos. Quieren acabar con el apartheid monetario porque les indigna que el
gobierno les pague a los trabajadores en una moneda inservible y que, además, les haga
trampas con un sistema cambiario que es una verdadera estafa. Nada extraordinario va a
suceder porque unas personas opinen de manera diferente al gobierno. Hoy, por ejemplo,
bajo la dirección del ingeniero Dagoberto Valdés, un grupo católico de Pinar del Río
publica la excelente revista Vitral −una excepción que confirma la regla de la censura
general−, y el régimen no ha colapsado: son sólo opiniones distintas, muy sensatamente
defendidas, que contribuyen a la comprensión general de los asuntos comunes y a la
solución de los conflictos. Ninguna sociedad puede progresar si se impide el libre examen
de los problemas generales.
¿Y los presos políticos?
En todos los países que han intentado una apertura se ha puesto en libertad a los presos
políticos de forma inmediata. En las cárceles cubanas hay gente valiosísima, como el Dr.
Oscar Elías Biscet, Héctor Maseda, Regis Iglesia, Jorge Luis García (Antúnez) y tantos y
tantos imposibles de mencionar. Son personas que pueden y deben contribuir
enormemente a la pacífica transformación del país. Tienen ideas y buena voluntad. Es
una vergüenza que Cuba sea el único país de América Latina en donde existen presos
políticos: más de trescientos según las denuncias de Amnistía Internacional. Y es
criminal la forma cruel en como son maltratados tanto ellos como sus familiares.
¿A dónde conduciría esa apertura?
La apertura no necesariamente significa transición, pero es un requisito previo. La
apertura es sólo el derecho a ejercer la libertad de asociación y de prensa, el fin del acoso
policial y de las turbas parapoliciales que realizan actos de repudio, más la excarcelación
de los presos políticos. Pero hasta ese punto todavía no se puede hablar de cambios ni de
transición. La apertura puede hacerse sin siquiera modificar la legislación de la dictadura.
Teóricamente, la vigente constitución del país garantiza estos derechos, aunque luego, en
la práctica, se conculquen ilegalmente.
¿CAMBIAR EN QUÉ DIRECCIÓN?
¿Cómo se pasa de la apertura al cambio?
La experiencia muestra que hay varias formas de pasar de la apertura al cambio. Una
forma sencilla es preguntarle al pueblo si desea cambios. De alguna manera, es lo que
sucedió en Chile con el referéndum que abrió el camino a las elecciones generales, y lo
que ha propuesto el ingeniero Osvaldo Payá en el Proyecto Varela con el respaldo de
miles de firmas. En España las cosas sucedieron de otro modo: el gobierno llevó a cabo
una suerte de discreto diálogo con la oposición y luego el parlamento modificó las leyes y
le dio paso al multipartidismo. En Polonia, el gobierno convocó a unas elecciones
parlamentarias en las que la oposición podía optar por un número limitado de diputados,
pero el respaldo a los demócratas fue de tal naturaleza que el régimen comunista se
desplomó.
¿Hay algún elemento común a todas las transiciones?
En general, todas las transiciones son diferentes y en todas se observa una clara e
inevitable tendencia a la improvisación, pero hay dos rasgos comunes que las vinculan:
primero, el reconocimiento de que existe una oposición o, simplemente, otras voces que
tienen el derecho a existir; y, segundo, la admisión de que estas personas pueden y deben
participar en la vida pública del país. A partir de la aceptación de estos dos elementos se
abre un sinfín de posibilidades, pero todas en algún momento necesitan legitimarse en las
urnas. En definitiva, sólo hay dos formas de organizar la convivencia: la imposición
arbitraria de la fuerza (que es lo que se ha hecho en Cuba durante casi medio siglo con los
nefastos resultados que todos conocemos), o mediante mecanismos democráticos de
consulta. La democracia es el método ideal para propiciar los cambios pacíficos. No suele
ser un método rápido ni es totalmente eficiente, pero es el mejor que se conoce.
¿Por qué los comunistas cubanos tolerarían un cambio de esa naturaleza?
Porque los comunistas cubanos no son muy diferentes a los checos, polacos o alemanes.
Ellos comprenden que también saldrán ganando en la medida en que cambien una manera
de actuar que ha resultado contraproducente. Los comunistas cubanos saben que en el
país hay una profunda inconformidad con el sistema. Una parte sustancial de los ex
comunistas polacos, rusos, rumanos y eslovenos se transformaron en socialdemócratas o
se integraron a otras corrientes ideológicas y eventualmente lograron volver el poder. Los
sandinistas consiguieron ganar las elecciones y regresar al gobierno dentro de las reglas
del juego democrático. La verdadera democracia no le cierra la puerta a nadie. Los
comunistas cubanos saben que hay vida más allá de la derrota política.
¿Y si el pueblo cubano deseara continuar con un sistema colectivista de partido
único?
En realidad, son muy pocas las sociedades comunistas que han insistido en el viejo
sistema si se les ha dado a las personas la oportunidad de elegir el pluralismo político y
las libertades económicas. Aparentemente, esto sólo ha sucedido en Moldavia, que es una
excepción muy particular, y en algún otro territorio ex soviético del Asia central. En todo
caso, el principio rector de la democracia es el acatamiento a la voluntad de la mayoría,
siempre que se ajuste a la ley y se respeten los derechos de las minorías. Lo importante es
que la totalidad de la sociedad cubana asuma el control de su destino.
Imagínese un escenario en el que comienzan los cambios
Con los presos políticos liberados y las asociaciones políticas legitimadas, la oposición se
presenta a las elecciones con candidatos propios y un número sustancial de demócratas
hace campaña y llega a la Asamblea Nacional del Poder Popular y a otros órganos
legislativos para luchar por el sistema político en el que creen. Esa es una variante del
modelo polaco.
Imagínese otro
La ANPP convoca a un referéndum para decidir si se admite un cambio de sistema, pero,
naturalmente, permite que la oposición acceda a los medios de comunicación y haga una
vigorosa campaña en defensa del cambio. Algo parecido ocurrió en Chile.
Piense en una tercera opción
La española: el propio parlamento hace los cambios necesarios y luego convoca a
elecciones generales y toda la variedad política del país queda reflejada en el parlamento.
¿Cuál es el mejor?
Nadie lo sabe. Todas estas opciones son imperfectas y están llenas de incertidumbre. Lo
importante es que los agentes de cambio no minen inútilmente el campo político. Lo
fundamental es recurrir a las soluciones racionales.
¿Bajo qué leyes se hace esto?
Bajo las que existen. Todas las transiciones acaecidas en el este de Europa se hicieron
enmendando constituciones muy parecidas a la cubana actual, dado que todas se
fundamentaban en el texto constitucional soviético de 1936. Una vez iniciado el proceso
de cambio y ya dotados de un parlamento plural se puede pensar en una nueva
constitución, como sucedió en España en 1978.
¿Y qué ocurriría con los ajustes de cuenta o las responsabilidades penales por los
atropellos cometidos durante la dictadura?
La experiencia en Europa, e incluso en América Latina, indica que las sociedades
posdictatoriales están más interesadas en salvar el futuro que en revisar el pasado. En
España, además de decretar una amnistía para los presos políticos, se practicó una especie
de amnesia voluntaria. También es posible, y quizás sea conveniente, convocar a un
referéndum para que la sociedad decida si quiere perdonar todas las violaciones de la ley
y los atropellos contra los derechos humanos desde 1952, cuando Batista dio su ilegal
golpe militar, hasta el momento en que se consulta a los cubanos. Lo probable es que la
inmensa mayoría opte por el borrón y cuenta nueva, aunque siempre quedará abierta la
puerta para juzgar crímenes incalificables de lesa humanidad, como el deliberado
hundimiento del remolcador “13 de marzo”, en el que murieron decenas de personas, y
entre ellas once niños, o el derribo criminal de las avionetas de Hermanos al Rescate,
cuando se vulneraron todos los acuerdos internacionales en materia de defensa aérea,
asesinando sin piedad a cuatro personas indefensas.
¿No es ésa una forma de estimular la impunidad?
No: es una forma de reconocer que la culpabilidad en los estados totalitarios recae sobre
tantas personas que hace imposible recurrir a los castigos. La línea entre verdugos y
víctimas es muy confusa. La víctima de hoy tal vez fue verdugo en el pasado. El verdugo
de hoy acaso era una persona movilizada por el miedo que anteriormente había formado
parte del grupo de las víctimas. Hay que empezar con rapidez la reconstrucción del país
sin empantanarse en una peligrosa batalla que pudiera descarrilar la transformación que
se necesita.
También se puede crear una comisión de la verdad
Se hizo en Sudáfrica con éxito, pero en Cuba acaso sea más difícil. En estos procesos hay
varias verdades conflictivas y contradictorias que se entrelazan y confunden. El que para
algunos es, por ejemplo, un héroe internacionalista, para otros puede resultar un terrorista
que intervino injustificadamente en los asuntos ajenos y asesinó soldados o policías
inocentes. El que para la oposición era un combatiente heroico, para el gobierno, en
cambio, era un mercenario. Esas interpretaciones subjetivas son irreconciliables, así que
lo más sensato es dejar que convivan paralelamente las dos historias sin tratar de imponer
una lectura única de unos hechos inmensamente complicados. Más que la creación de una
discutible “comisión de la verdad” es mejor estimular una absoluta libertad de prensa y
de pensamiento para que cada cual cuente la historia desde su perspectiva particular y ya
se encargará la posteridad de sacar sus propias conclusiones.
EL DESTINO DE LAS INSTITUCIONES Y DE LOS LOGROS
¿Qué pasaría, por ejemplo, con las fuerzas armadas y los cuerpos policiales?
De acuerdo con la experiencia de Europa del Este, de España, Chile, Argentina, Brasil,
Uruguay o Nicaragua −lo que da la medida de la amplitud del ejemplo−, es que las
instituciones militares pueden continuar sirviendo a una sociedad que se ha acogido a la
democracia. En algunos países centroamericanos, para viabilizar los procesos de paz, se
facilitó el pase a retiro de los oficiales que así lo solicitaron, y hasta se les garantizó el
pago de sus jubilaciones en divisas cuando manifestaron su deseo de residir en el
extranjero. Cuba, obviamente, seguirá necesitando cuerpos militares que garanticen el
orden, eviten la creación de mafias, combatan el narcotráfico y otras formas de
delincuencia y protejan la soberanía nacional.
¿Y el sistema judicial?
Tendría que adaptarse al concepto democrático de Estado de Derecho, si es eso lo que
decide la ciudadanía. Eso quiere decir que los jueces antiguos y nuevos deberán entender
que las personas tienen derechos naturales, y que las leyes deben aplicarse sin tener en
cuenta ideologías o partidos, porque todas las personas deben ser iguales ante la ley. En
algunos países del bloque del Este, y en España y Portugal, se demostró que el Poder
Judicial puede transformarse radicalmente, entre otras razones porque muchos de los
abogados que servían al antiguo régimen totalitario no estaban de acuerdo con la
naturaleza de su trabajo y abrazaron con entusiasmo la llegada de la democracia.
¿Qué sucedería con el sector educativo?
Lo mismo. Los profesores y maestros dejarían de servir a una ideología y continuarían
sus carreras docentes, más dedicados a la enseñanza que a la propaganda, mientras se
abandonaría esa obscena consigna de que “la Universidad es para los revolucionarios” y
la educación se abriría a la totalidad de la sociedad. Sería conveniente, por supuesto, que
la educación, una vez descentralizada, continuara siendo costeada por medio de la
recaudación del Estado −es decir, pagada por todos porque se trata de una inversión en el
fomento del capital social−, pero se enriquecería con la existencia paralela de enseñanza
privada que agregue un elemento de competencia y variedad.
En el terreno de la salud
El extendido sistema cubano de salubridad debe continuar y mejorarse, dado que hoy se
encuentra en un terrible estado de penuria. Todos los análisis de las percepciones de los
cubanos así lo indican. Es bueno recordar que ninguno de los países ex comunistas ha
desmantelado el sistema de salud creado durante el periodo socialista. Lo han mejorado
con la democracia y la libertad económica porque las naciones cuentan con más recursos
para sostenerlo. Uno de los mejores incentivos para propiciar los cambios es,
precisamente, poder sostener los “logros” de la revolución. El colectivismo y el
totalitarismo no generan suficiente riqueza para mantener buenos sistemas de educación y
salud. Es muy significativo que Fidel Castro deba recurrir a la sanidad pública española
para aliviarse sus dolencias o que Alicia Alonso acuda al extranjero a operarse los ojos.
La cultura
Naturalmente, el Estado dejaría de tener favoritos culturales escogidos por las afinidades
ideológicas. Sería la sociedad, libremente, la que escogería qué libros desea leer o qué
espectáculos u obras de arte le resultan interesantes. En otras palabras, en una Cuba
verdaderamente libre desaparecerían los comisarios que tanto daño le han hecho a la
cultura cubana con su pernicioso fanatismo y la odiosa censura.
Pero ¿no hay el peligro de una involución en el campo de la igualdad racial?
Por supuesto que no. El mundo, y no sólo Cuba, ha cambiado mucho en materia de
integración racial desde hace medio siglo a la fecha actual. Cuando comenzó la
revolución, todavía en Estados Unidos los blancos y negros vivían en mundos apartes.
Hoy Condoleezza Rice es la Secretaria de Estado del país y antes de ella ese cargo lo
había ocupado el general Colin Powell. Hoy un senador mestizo tiene una buena
posibilidad de convertirse en el próximo presidente de Estados Unidos. Ha sido muy
conveniente que se acelerara el proceso de integración racial en Cuba, pero un cambio
hacia la democracia y la libertad sin duda puede perfeccionarlo. La población negra y
mestiza cubana es más pobre que la blanca, pero el gobierno no permite que se hable de
ello, con lo cual tiende a esconder y perpetuar el problema. Lo mismo sucede con los
presos comunes: la inmensa mayoría son negros y mulatos, pero el gobierno prefiere
ignorar este incómodo dato. Un gobierno democrático y libre, más preocupado por la
sustancia y menos por la imagen, afrontaría estas diferencias sin temores y sin exigirles a
negros y mestizos una determinada militancia en nombre de la gratitud que
supuestamente le deben a la dictadura por haberles otorgado lo que les pertenece por
derecho propio.
LA TRANSFORMACIÓN ECONÓMICA
Un cambio de sistema económico significaría una pérdida del poder adquisitivo de
los cubanos
Ésa es una falsa premisa. En una transición a la democracia y a la economía de mercado,
lo que no va a faltar en Cuba es una impresionante fuente de capitales y ayudas. Estados
Unidos como gobierno, y, en general, el mundo empresarial privado de todas partes −
España principalmente−, se volcarán sobre la Isla para contribuir de manera enérgica a su
desarrollo. El problema más peliagudo que confrontarán los cubanos no es económico,
sino político. Hay que crear las instituciones adecuadas y fomentar un clima social de
paz, tranquilidad y seguridad jurídica en el que sea sensato invertir. Hay que normalizar
el país rápidamente.
Pero Estados Unidos está atado por la Ley Helms-Burton y no podrá ayudar
masivamente a Cuba hasta después de efectuados los cambios
Ésa es una equivocada lectura de la ley. La ley es muy flexible y el presidente tiene la
autoridad para poner el acento o para dejar sin efecto aquellas partes de la legislación que
estime conveniente con el objeto de estimular los cambios. Para esos fines, seguramente
contará con un fuerte apoyo bipartidista. Los dos senadores y los cuatro congresistas
federales cubanoamericanos −factores que la Casa Blanca (quienquiera que la ocupe)
siempre tomará en cuenta en sus decisiones− son políticos flexibles y hábiles,
acostumbrados a las negociaciones entre adversarios, que jamás se convertirán en un
obstáculo para la transición en la Isla, si eso es lo que manifiestamente desean los
cubanos. Por el contrario: desde los planes de ayuda a la democracia en Cuba
proclamados por el presidente Clinton, hasta la más detallada “hoja de ruta” formulada
durante la administración de George W. Bush, nunca un problema de la política exterior
de Estados Unidos ha contado con tanta cuidadosa previsión y sentido de la
responsabilidad, como sucede con el caso cubano.
¿Qué derecho tiene Wahington a intervenir en los asuntos cubanos?
De nuevo: Cuba, el país que paladinamente ha proclamado su derecho a ejercer el
“internacionalismo revolucionario”, no puede negarles a las demás naciones el que tienen
a practicar el “internacionalismo democrático”, especialmente porque en este caso no se
trata de intervenir militarmente, ni de medidas agresivas contrarias al derecho
internacional, sino de ayudar a los demócratas de la oposición con apoyos tan modestos
como darles material de lectura o acceso a Internet, gestos de solidaridad, por cierto, que
también muestran otros responsables países de la Unión Europea. Pero hay algo aún más
importante: el gobierno cubano ha sido el principal causante de este intervencionismo
norteamericano al generar las condiciones para que un veinte por ciento de la sociedad
cubana hoy viva en Estados Unidos. Tras provocar episodios como Camarioca (1965),
Mariel (1980) o el balserazo de 1994, y tras dedicar grandes esfuerzos subversivos a
afectar los intereses y la vida norteamericanos en todo el planeta −sin olvidar las
confiscaciones de los años sesenta, las mayores que ha sufrido la sociedad
norteamericana en toda su historia−, el gobierno cubano ha estado retando a Washington
y convocándolo a un inevitable e irresponsable enfrentamiento. ¿Cómo puede nadie
extrañarse de que Estados Unidos responda a esas muestras de hostilidad? La posición de
víctima que asume el gobierno cubano tal vez sirva como un ejercicio demagógico para la
galería, pero no resiste el más mínimo análisis.
Hay quienes opinan que el país también vive una aguda crisis moral de muy difícil
solución, aun cuando se cuente con la ayuda masiva de Estados Unidos
No lo creo. La conducta (una de las pocas cosas en las que Marx acertó) es un modo
racional de adaptación a la situación en que se vive. Los cubanos mienten porque decir la
verdad conduce a la cárcel. Los cubanos fingen porque la franqueza es el comienzo de un
calvario en una sociedad totalitaria que ha construido un discurso único, dogmático e
inflexible. Las cubanas se prostituyen porque el sistema les niega otras posibilidades
mejores de superación. Los cubanos roban porque no pueden ganarse la vida
decentemente con su trabajo. A ninguna persona normal −exceptuados los psicópatas− le
gusta mentir, fingir, prostituirse o robar. En Cuba no han desparecido las normas morales:
lo que ha sucedido es que las han hecho casi imposibles de cumplir. Tan pronto comience
a cambiar el clima social y económico del país la sociedad modificará su conducta
paulatinamente. Este fenómeno de readaptación voluntaria a las reglas éticas
convencionales está ocurriendo en los países que abandonaron el comunismo en Europa,
algo parecido a lo ocurrido cuando cicatrizaron las heridas de la Segunda Guerra
mundial.
Pero si cambia el sistema económico los cubanos de la Isla estarían en desventaja al
no tener capital ni experiencia
En desventaja están hoy, que ni siquiera tienen esperanzas de mejorar sus condiciones de
vida mientras sufran la comprobada incompetencia de semejante sistema. Además,
cualquier gobierno sensato que emerja de la transformación del país sin duda les
entregaría la propiedad real de las viviendas a las familias que las habitan. Hoy es falso
que las familias sean los dueños de las viviendas. No las pueden transmitir libremente.
No las pueden vender ni hipotecar. ¡Ni siquiera las pueden arreglar! La mera propiedad
real de las viviendas convertiría a todas las familias cubanas en poseedoras de un capital
de cuarenta mil dólares, si tomamos como cálculo el precio de la vivienda promedio en
América Latina.
Eso en cuanto a las viviendas, ¿pero qué sucede con las empresas y los medios de
producción?
Cualquier persona bien informada sabe que la transformación de una anquilosada
sociedad comunista en una moderna sociedad de mercado pasa por el traspaso de los
activos en manos del Estado a los individuos. En el Este de Europa se ha acumulado una
valiosa experiencia sobre cómo privatizar numerosas empresas con los propios
trabajadores. Las nuevas empresas unas veces se han convertido en compañías privadas
en las que los trabajadores son accionistas parciales o totales; en otras, se han constituido
verdaderas cooperativas voluntarias y libres preparadas para competir en el mercado. En
España, por cierto, una de las empresas más exitosas es un conglomerado de cooperativas
(Mondragón) que es uno de los mayores empleadores de la nación.
¿Y los inversionistas extranjeros?
Hay que darles la bienvenida. Es tonto rechazar al capital extranjero porque “juegan con
ventaja”. Esos son absurdos rencores sembrados por el igualitarismo comunista. El
capitalismo es un sistema abierto de tanteo y error que se expande en la medida en que
las personas van descubriendo oportunidades nuevas y aprendiendo de la experiencia. Sin
estar muy conscientes de ello, esto es lo que ocurría en la Cuba de los años cuarenta y
cincuenta, cuando la economía crecía a un ritmo de tigre asiático (en torno al diez y doce
por ciento anual), duplicando el PIB cada seis años, lo que no excluye que existieran
problemas. La pobreza de la economía centralizada y planificada deriva, entre otras
causas, de que esteriliza la imaginación y el impulso creativo de los individuos. Los
colectivistas dan por sentado que ellos conocen toda la realidad económica y pueden
planear el desarrollo. Quienes creemos en el mercado sabemos que no hay sustituto para
la creatividad individual porque cada persona tiene una particular información, una idea y
una intuición que le permiten ver oportunidades y crear riquezas insospechadas.
Pero eso crea desigualdades
Así es. El mercado crea desigualdades porque las personas son desiguales. Unas son más
inteligentes, laboriosas y tenaces que otras. Pero esas desigualdades no se alivian
prohibiendo las actividades privadas para evitar que algunos descuellen, sino propiciando
la educación y la productividad para construir clases medias dotadas de buena calidad de
vida. El Índice Gini que mide los niveles de desigualdad ha precisado que los países
capitalistas más desarrollados, donde predomina la empresa privada, son los menos
desiguales: Suiza, Suecia, Dinamarca, Canadá, Estados Unidos. Mientras tanto, los países
intervencionistas y populistas (Argentina, Uruguay, Brasil, por ejemplo), pese al discurso
populista, muestran peores desniveles entre las personas que tienen y las que no tienen.
Hace años un reformista chino lo expresó en una frase melancólica: “para evitar que un
chino anduviera en Rolls Royce condenamos a cientos de millones a desplazarse en
bicicleta”.
El gobierno dice que si el capitalismo se introduce en Cuba a los cubanos les espera
un destino haitiano
En realidad, es con el colectivismo autoritario con lo que Cuba se desliza hacia un destino
haitiano. Tras Honduras y Nicaragua, ya es el tercer país más pobre de Hispanoamérica.
Antes de la revolución era el tercer país más rico, tras Argentina y Uruguay. Una Cuba
libre en el terreno político y económico muy rápidamente daría un salto tremendo hacia la
modernidad y el progreso. Cuba tiene un capital humano extraordinario −cientos de miles
de graduados universitarios− y lo que necesita es inversiones y libertad para producir.
Todos los países que han realizado el “milagro” del desarrollo sostenido lo han hecho en
el curso de una generación: España, Corea del Sur, Irlanda, Chile. En Cuba debe suceder
lo mismo.
¿No se convertirían los ancianos y jubilados en personas excluidas de los beneficios
del cambio
Por el contrario, la tercera edad (y especialmente las mujeres de la tercera edad) son
quienes más sufren la incompetencia del socialismo. Cualquier gobierno que emprenda
con seriedad la transformación económica del país tiene que crear un fondo especial de
solidaridad para hacerle frente a la quiebra actual del sistema de pensiones y
proporcionarles a los ancianos la ayuda necesaria para cubrir sus necesidades básicas.
Tampoco faltarán recursos para esos fines. Al margen de las consideraciones
humanitarias, nadie ignora que del bienestar de los jubilados en gran medida depende la
estabilidad social del país.
¿Cuáles son las posibilidades de desarrollo con que cuenta Cuba?
Paradójicamente, en principio, las que identificó el gobierno cubano cuando comenzó el
llamado “periodo especial”: turismo masivo, inversiones extranjeras, biotecnología,
azúcar y etanol, servicios médicos, cibernética, transporte marítimo y aéreo y otra docena
de campos de acción. Pero para que estas actividades dieran resultados no podían llevarse
a cabo en el ámbito oficial y con el criterio paranoico y sectario con que se desarrollaron.
Tenían que emprenderse en el campo privado, con los cubanos como empresarios junto a
los inversionistas extranjeros. No hay que olvidar que la clave del desarrollo en las
sociedades prósperas está en que los Estados edificados por ellas se limitan a crear reglas
abstractas que permiten todo lo que no está expresamente prohibido. La miseria del
socialismo dictatorial proviene de que reglamenta todas las actividades y prohíbe y
persigue todo lo que no está reglamentado.
¿Cuándo pueden comenzar a ocurrir los cambios?
No lo sabemos, pero mientras más rápido se inicien menos va a sufrir la sociedad cubana.
Para Cuba, “ya es hora”.
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