Historia de un diario
Por Gina Montaner
El NUevo Herald
Recuerdo haberlo leído en un par de noches. Tendría unos catorce años cuando me regalaron el Diario de Ana Frank y lo apuré con el entusiasmo y la entrega que sólo se tienen con las lecturas de juventud. Aquella prodigiosa niña había iniciado su diario a los trece años, coincidiendo con la ocupación nazi en Holanda. Había sido un regalo de cumpleaños pero, al final, el cuaderno se transformó en una válvula de escape durante un encierro que duró dos años en un ático de Amsterdam.
Otto Frank, el cabeza de familia, pretendía salvar a los suyos de una muerte segura. Con los años y el conocimiento que se tuvo de los horrores del Holocausto, podría parecer ingenuo esconderse en una ciudad sitiada y bajo la constante vigilancia de los chivatos y la policía. Una verdadera locura el anhelo de salvarse tras los visillos en un edificio habitado de día por oficinistas. ¿Acaso la familia Frank no pudo hallar otra solución?
En verdad, pecamos de incautos los que nunca hemos corrido peligro y no podemos alcanzar a comprender la dimensión de algo tan monstruoso como la instauración del nazismo en un continente viejo y refinado. Ahora se ha sabido por medio del Instituto Yivo de Nueva York que el señor Frank, como tantos otros judíos, luchó denodadamente para sacar del país a su esposa y sus dos hijas. Pero todo fue inútil.
Ana Frank murió en el campo alemán de Bergen-Belsen sin saberlo. Al principio de su diario es una chiquilla inquieta que quiere divertirse. Poco después sus padres le informan que han de trasladarse a un escondite a orillas de uno de los hermosos canales de la capital holandesa. A pesar de la gravedad del asunto, aquella adolescente de coletas y ojos grandes se dirige al ático como quien se embarca en una aventura imaginada por Julio Verne. No tardaría la precoz muchacha en sentir el peso de la soledad en el encierro de los días y las noches. Si no fuera por Kitty, la amiga invisible a la que le escribe en su diario, apenas podría soportar la idea de que la vida se le escurre en esa cárcel improvisada que, paradójicamente, es su salvación.
Ahora sabemos por las cartas que el Instituto conserva de Otto Frank que entre abril y diciembre de 1941 este buen hombre escribió a familiares, conocidos y funcionarios en busca de una escapatoria para su familia. Alemania le había declarado la guerra a los Estados Unidos y no había tiempo que perder. El padre de Ana Frank exploró la posibilidad de llegar a Portugal vía España. Intentó, sin éxito, obtener visas para viajar a París e incluso hizo gestiones para embarcar rumbo a Estados Unidos o Cuba. Cuando agotó todos los recursos, contó con el apoyo incondicional de amigos que durante los más de dos años de reclusión les facilitaron víveres y provisiones para sobrevivir en su guarida, hasta que la SS los descubrió en 1944.
Tras la liberación, Otto Frank, que fue el único superviviente de su familia, pudo leer el diario de su hija y partir a de ese momento se dedicó a dar a conocer una obra que llegaría a convertirse en un clásico y un testimonio de la indefensión frente a la barbarie. Hasta el día de hoy me pregunto cómo pudo sobreponerse a tanto dolor mezclado con la dicha de tener una hija cuya fama es universal. Un tema que el novelista Philip Roth, con su inmenso talento, indagó en El escritor fantasma. Su personaje, Nathan Zuckerman, llega a una casa donde hay una misteriosa y atractiva joven. Zuckerman descubre que se trata de Ana Frank, quien en realidad ha sobrevivido al campo de concentración pero, al ver que su diario se ha convertido en un símbolo frente al antisemitismo, comprende que debe permanecer en el anonimato y se resigna a que su padre crea que está muerta.
Como todos sabemos, los hechos fueron mucho más mezquinos que la fértil imaginación de Philip Roth. Europa se convirtió en una trampa mortal para los judíos y lo que durante siglos había sido su hogar y patria se reveló como un erial de exterminio. Otto Frank peleó lo indecible por salvar a sus seres queridos. Sólo logró un triste pasaporte a un ático junto a un hermoso canal.
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