Democracia ¿Retroceso o consolidación?
Una de las concepciones filosóficas más combatidas por el cristianismo, desde tiempos de los romanos, es que cada ser humano tiene trazado un destino desde que nace, y el cual puede conocerse mediante un análisis de los astros, como todavía afirman los creyentes de los signos del zodíaco. En la realidad cada quien forja su destino según sus actos y omisiones. Sin embargo, por siglos el determinismo ha estado latente no sólo en astrólogos, sino también entre científicos.
Con base en las leyes de Newton, de la gravedad, de la atracción universal y de la inercia (1687), que demostraban movimientos previsibles del sistema solar, el físico y astrónomo Pier Simón de la Laplace formuló la llamada filosofía mecanicista, que predominó hasta finales del siglo XIX. Según esa concepción del mundo, todo está predeterminado, no hay sorpresas en el futuro. Ese mecanicismo determinista en las ciencias físicas fue trasladado a las ciencias sociales.
Carlos Marx sostuvo en su determinismo histórico, al que consideraba científico, el inevitable triunfo del socialismo y la caída del capitalismo. Si partimos de las teorías deterministas todo lo físico, lo biológico y lo social, que incluye la conducta del hombre, es completamente previsible. Todo es cuestión de analizar los fenómenos con las herramientas científicas adecuadas.
Dos grandes científicos del siglo XX, Max Planck con su física cuántica (1900) y Albert Einstein, con la teoría de la relatividad (1905), echan abajo las tesis mecanicistas de Newton y de Laplace. De las teorías de Max Planck y de Einstein se deriva que aún en las ciencias físicas no se puede predecir exactamente lo que sucederá en el universo. El análisis de fenómenos físicos, como la luz al nivel molecular y de átomos, muestra que hay variaciones observadas microscópicamente que no son constantes ni su conducta futura puede ser predeterminada.
Esas consideraciones nos llevan a la conclusión que ni en las ciencias físicas hay un determinismo completo. Hay moléculas que no observan un comportamiento predecible. Aunque imperceptibles a simple vista o en cortos períodos de tiempo, las conductas de esas moléculas pueden provocar coaliciones o resultados inesperados. Eso también sucede en los partidos de fútbol o en las elecciones. El voto impredecible, marginal, de pequeños grupos de ciudadanos en una elección presidencial, como sucedió en México, puede determinar el desenlace final.
DEMOCRACIA A CONVENIENCIA
La democracia, tal como la conocemos, es un sistema nuevo en el mundo. Todavía en el siglo XIX era rechazado por la mayoría de los políticos e intelectuales y en el siglo XX sólo una minoría de países vivieron en democracia. Los países demócratas fueron los que alcanzaron los más altos niveles de vida y terminaron con menos pobres el siglo pasado.
Las verdaderas democracias, que implican un Estado de derecho, permiten un mayor progreso debido a que crean los mecanismos y las instituciones para cambios incruentos del poder. En ausencia de democracia, normalmente los relevos de gobernantes se realizan a través de golpes de estado o revueltas, que paralizan y dañan la actividad económica.
En las dictaduras y los absolutismos el poder se obtiene o pierde en las calles, en guerras o en revoluciones; en las democracias se gana o se pierde pacíficamente en las urnas.
La democracia implica que instituciones independientes del grupo gobernante organizan las elecciones, donde quien obtiene más votos es el ganador. Es parecido a un partido de fútbol. Los equipos juegan conforme a reglas escritas, y hay árbitros que las aplican. Gana quien mete más goles.
Sólo los más fanáticos no aceptan la derrota de su equipo y provocan desórdenes. En las democracias hay equipos que se dicen demócratas sólo si les favorece el marcador, pero cuando pierden descalifican al árbitro y gritan ¡fraude!, sin pruebas, como ha sucedido en las elecciones presidenciales en México.
En todas las casillas, ciudadanos elegidos por sorteo (más de 900 mil), por el organismo autónomo responsable del proceso electoral (IFE), junto con representantes de los diversos partidos, cuidaron que votaran únicamente los que tenían credencial de elector y les marcaron un dedo con tinta indeleble para que no volvieran a votar.
Al terminar la jornada electoral, esos ciudadanos contaron manualmente voto por voto en presencia de los representantes de los partidos y firmaron un acta en donde aparece la suma de los votos. Ese proceso fue supervisado por periodistas y observadores internacionales, quienes no reportaron irregularidades mayores y calificaron la elección como limpia y transparente.
El partido que ganó fue el que cubrió menos casillas con sus representantes. El que obtuvo el tercer lugar, entre los grandes, ya aceptó su derrota, y fue quien cubrió más casillas; pero el partido que quedó en segundo lugar insiste en que ganó, sin presentar pruebas sólidas de su dicho.
Avalar un proceso electoral, formar parte de la institución que lo organiza y comprometerse a aceptar los resultados mientras se cree que se va a ganar y no admitir la derrota si se pierde, significa o no entender la democracia o ser demócrata a conveniencia.
¿REGRESO A LA LUCHA DE CLASES?
En una sección de cartas de los lectores, publicada en un periódico mexicano durante la campaña presidencial, uno de ellos se quejó que por traer en su carro una calcomanía a favor del candidato del PAN le gritaron “ricos rateros”. Esa persona aclaró que es de clase media, paga impuestos y con muchas dificultades compró su auto. Dicho episodio parecería sin importancia si no hubiera habido un partido que basó su campaña en la obsoleta tesis marxista de la lucha de clase: pobres contra ricos, trabajadores contra capitalistas, países desarrollados contra subdesarrollados.
Esa tesis sirvió de excusa durante el siglo XX a grupos políticos, autodenominados defensores y liberadores de los pobres, para iniciar revoluciones, golpes de Estado, guerrillas y centralizar el poder económico en manos de un partido en los llamados “capitalismos monopólicos de Estado”.
Los resultados de esos regímenes el siglo pasado fue más miseria. Parecía que con el fracaso de esos sistemas en la Ex URSS, Europa del Este y China, entre otros países, quedaban enterradas esas tesis, pero ahora las volvimos a escuchar como principal retórica de un partido en el pasado proceso electoral.
Si le decimos a los pobres que los ricos, entiéndase los empresarios o capitalistas, no pagan impuestos y gozan de privilegios, se genera un ambiente de enfrentamiento entre sectores sociales como el vivido durante varias décadas del siglo pasado en México y en muchos países del mundo.
Ningún gobernante que llegó al poder con ese discurso logró reducir la pobreza. Culpar a los empresarios o capitalistas del atraso, no resuelve ningún problema social, sólo genera odios, resentimientos y ahuyenta a los inversionistas.
En Venezuela, el Presidente Hugo Chávez polarizó a la sociedad con el enfrentamiento verbal de pobres contra ricos. Ese planteamiento también lo proyectó en la esfera internacional. Revivió la vieja tesis leninista del imperialismo. Hasta el Presidente Fox salió salpicado con esa retórica, al ser calificado por el “demo dictador” venezolano como un “cachorro del imperialismo yanqui” por defender el libre comercio entre los países de América.
Basar una campaña política o un programa económico en el enfrentamiento de pobres contra ricos, genera un retroceso y una mayor tensión social. Esa dialéctica es parecida a la usada por los políticos marxistas el siglo pasado.
ELECCIÓN DE ESTADO ¿CUÁNDO Y DÓNDE?
Una elección de Estado implica en primer término que el titular del Poder Ejecutivo, y en otro tiempo también la última palabra en el Legislativo y el Judicial, designe a su sucesor. En segundo lugar, significa la utilización de recursos públicos, tanto monetarios como humanos, para apoyar la campaña del candidato del partido del Presidente en turno.
La elección de Estado fue una constante en el siglo pasado y todavía se ha dado en algunos gobiernos estatales y en el Distrito Federal, donde un mismo partido controla el Ejecutivo y al Legislativo y no han implementado una legislación de transparencia como el Gobierno Federal.
Una elección de Estado supone que con los recursos del Estado y de las empresas estatales, como PEMEX, el partido en el poder reparte dinero para aumentar el llamado “voto duro” o “clientelar”. Pide dinero a los contratistas y proveedores para apoyar la campaña de su candidato. También utiliza los programas de ayuda a los pobres o a los de la tercera edad para ganar simpatizantes, manifestantes y votos.
Una elección de Estado implica que un gobierno ofrece privilegios a un grupo, sindicato o corporación (cañeros, taxistas piratas o vendedores ambulantes) a cambio de que asistan a sus mítines y voten por sus candidatos. Una elección de Estado es cuando un gobierno inaugura una obra pública y convierte ese acto en un mitin político a favor de un candidato.
Al actual Gobierno Federal, aunque quisiera, le es difícil implementar una elección de Estado, pues no puede usar arbitrariamente los recursos al no controlar al Congreso, existir una ley de transparencia y un poder judicial independiente.
Por primera vez en la historia moderna de México, el Presidente en turno no determinó ni al candidato a Presidente de su partido. Los medios de comunicación y los analistas pensaban que Santiago Creel sería designado por el Presidente Fox como candidato de su partido, pero salió Felipe Calderón. Ni en el seno del nuevo partido en el poder hubo una elección de Estado sino democrática. El PAN fue el único partido que realizó elecciones internas verdaderamente democráticas.
Hay que distinguir entre utilizar recursos públicos para dárselos a un candidato, a difundir lo que ha hecho un gobierno. Difundir lo logrado por un Presidente no constituye una elección de Estado. En todos los países democráticos: Estados Unidos, Francia, Chile, Canadá, Alemania, el Presidente difunde sus avances y los electores deciden si son suficientes para votar por los candidatos de su partido en las siguientes elecciones.
CONCLUSIONES
1.- En los fenómenos sociales, entre ellos los políticos, donde la conducta del ser humano es el principal componente, no existe forma de vaticinar con exactitud sus resultados. Cada uno de nosotros, aunque modestamente, podemos ser determinantes con nuestra conducta en el desenlace final de un proceso social complejo, como lo es una elección presidencial.
Un país no está condenado al subdesarrollo, ni con el solo pasar del tiempo se desarrollará. Además de las instituciones, para progresar son determinantes los gobernantes elegidos por los ciudadanos y las conductas que sigan ya en el ejercicio del poder.
2.- La democracia moderna, aunque con sus imperfecciones, es el mejor de los sistemas políticos hasta ahora conocido y practicado en las sociedades humanas. México apenas está consolidando las instituciones necesarias para darle vigencia a dicho sistema; por lo tanto, es altamente dañino para el país que sin motivos de peso, sólo por haber perdido una elección, un partido trate de descalificar todos los esfuerzos para consolidar la democracia y mostrarnos ante el mundo como un país con instituciones democráticas sólidas.
3.- La elección de presidente del año 2000 y del 2006 en México nos llevan a la conclusión que las elecciones de Estado, es decir, las manipuladas por el gobierno en turno, son cosas del pasado. En México, aunque todavía en algunas regiones del país hay quienes parcialmente la siguen practicando, al no poner en vigencia leyes que les obligan a transparentar totalmente los recursos y mediante el control del poder legislativo, actualmente es casi imposible instrumentar una elección de Estado a nivel federal.
4.- Es altamente peligroso para la democracia que un partido trate de ganar una elección o institucionalizar programas con base en las viejas tesis marxistas de la lucha de clases: echarle la culpa de la pobreza a los ricos y convencer a los pobres que el gobierno les va a resolver todas sus carencias, con tal de ganar votos o popularidad.
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