Sobre la libre empresa
Por Vicente Carrillo-Batalla
CEDICE
Las sociedades de los países industrializados del siglo XXI, viven bajo signos evidentes de prosperidad y bienestar general. En estas naciones se han alcanzado importantes niveles de vida, tanto como elevados índices de inclusión social, ciertamente los más significativos en perspectiva histórica global. Naturalmente, sobre ellas también gravitan problemas de diversa índole acaso el verdadero costo del desarrollo que en mayor o menor medida motivan preocupaciones en la dirigencia y el pensamiento de nuestro tiempo.
Pero en esta breve reflexión, nos interesa acercarnos al modelo económico escogido por las referidas sociedades, aquel que les ha permitido cosechar, a punta de grandes esfuerzos y sacrificios, tan buenos resultados.
El origen de tal prosperidad, podemos encontrarlo en el desarrollo y consolidación de un sistema económico basado en la libre empresa y la competencia hoy arbitrada por instituciones publicas auditables y permanentes aquí se da por descartado el concepto de la “mano invisible” del Mercado. Pero en esencia, la libre empresa se desdobla en estímulo a la creatividad de los actores en el proceso, quienes movidos por intereses particulares, toman decisiones adecuadas a las circunstancias de tiempo y lugar que se plantean a los diversos sectores de la economía.
Otro aspecto relevante en la evolución del sistema económico en comentarios, ha sido el desarrollo del capitalismo moderno por virtud del cual el aporte de numerosos inversionistas se aglutina en torno a iniciativas que requieren cuantiosos recursos materiales y humanos. De aquí surge, por ejemplo, la llamada empresa “pública” norteamericana, europea o asiática en la que miles de accionistas asumen el riesgo y comparten las ganancias de grandes proyectos. Muchas de ellas son empresas multinacionales de singular tamaño y complejidad inimaginables en otros tiempos.
Podríamos añadir otro concepto de indiscutible importancia a los efectos del somero análisis que precede. Se trata del afianzamiento de genuinas formas democráticas de gobierno, bajo las cuales se garantiza un clima de respeto a la Ley y de sana convivencia apoyada en la tolerancia y la inclusión de todos los ciudadanos. De aquí precisamente la gobernabilidad que comúnmente se aprecia en países desarrollados, donde a pesar de errores y diferencias, los gobiernos se instalan, cumplen su período constitucional y dan paso democrático a nuevos actores y planteamientos incluso en el plano ideológico.
Lo antes dicho contrasta con aquello que apreciamos en muchos países en desarrollo, algunos de ellos todavía empeñados en acusar al “imperialismo” como única causa de todos los males que aquejan a sus respectivas sociedades. Sin duda las relaciones de intercambio han sido desfavorables y la influencia hegemónica de grandes centros de poder sobre zonas de menor desarrollo socioeconómico, ha sido igualmente perjudicial. Pero de allí a descartar las bondades de la libre empresa y del capitalismo moderno, hay un trecho que no debemos recorrer. Si a las pruebas hemos de remitirnos, allí están los ejemplos de países como Francia, Inglaterra, Alemania, Japón, Estados Unidos, Italia o España, donde ese modelo de desarrollo produjo los resultados proyectados por sus conductores. La libre empresa, el capitalismo moderno y la democracia como sistema de gobierno, seguirán siendo, mientras no aparezcan mejores alternativas, las únicas vías para alcanzar bienestar y prosperidad.
Publicado Diario El Universal 09/09/06
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