Occidente alimenta el terrorismo
Por Benazir Bhutto
Clarín
Estados Unidos y Gran Bretaña admiten dictaduras en Pakistán mientras se muestren dóciles a sus objetivos en la región y sin importarles que sean caldo de cultivo de los peores extremismos.
El inquietante vínculo entre las conspiraciones terroristas, los atentados contra Occidente y la República Islámica de Pakistán puede parecer irrelevante y casual a los ojos de algunos. Para mí tiene una triste relevancia y es consecuencia directa del hecho de que Occidente permite que los regímenes militares paquistaníes repriman las aspiraciones democráticas del pueblo de Pakistán siempre y cuando los dictadores apoyen los objetivos políticos de la comunidad internacional.
A fines de los años 70, el gobierno electo de Pakistán que dirigía mi padre, Zulfikar Ali Bhutto, fue derrocado. El general Mohammad Zia ul-Haq, entonces comandante en jefe del ejército, encabezó el golpe.
En un primer momento, la comunidad internacional exigió el restablecimiento de la democracia y la celebración de elecciones libres. Una vez que se autoproclamó presidente, Zia prometió convocar a elecciones en noventa días, luego en otros noventa, después en un año. Occidente manifestó frustración e impaciencia pero, poco después de la invasión soviética a Afganistán, los llamados a un retorno a la democracia cesaron. Los Estados Unidos veían la oportunidad de usar los acontecimientos del sudoeste asiático para poner trabas a la Unión Soviética.
Washington proporcionó asistencia y entrenamiento a los mujaidín fundamentalistas a través de Pakistán, y específicamente a través de los organismos de inteligencia militares paquistaníes que Zia había creado para consolidar su gobierno de fuerza.
Esa alianza no sólo brindó tecnología y armas modernas a los mujaidín, sino que transformó mi país, que dejó de ser una nación pacífica y se convirtió en una sociedad violenta de Kalashnikovs, adicción a la heroína e interpretación radicalizada del Islam. Armas y secuestros reinaban en las calles de Karachi, y la transferencia de recursos del sector social al militar tuvo graves consecuencias en la sociedad paquistaní.
A medida que el gobierno abandonaba sus responsabilidades en las áreas de educación, salud, vivienda y servicios sociales, la gente empezó a buscar apoyo en otro lado. La manifestación más clara fue la expansión de las madrasas políticas en todo el territorio de Pakistán. Esas escuelas explotaron el nombre del Islam para transmitir a sus alumnos un mensaje intolerante acompañado de instrucción paramilitar. Se convirtieron en un caldo de cultivo de odio, xenofobia, extremismo y terrorismo.
Cuando los soviéticos se retiraron de Afganistán, Occidente abandonó la democracia en ese país y dejó detrás de sí a los elementos más radicalizados de los mujaidín. Pakistán y Afganistán se convirtieron en centros de un movimiento extremista político y religioso que dio lugar a los talibanes y luego a al-Qaeda.
Jamaat ud Dawa, el nuevo tipo de organización híbrida caritativa/terrorista, puede haber utilizado —según indican artículos periodísticos actuales— el modelo de las madrasas políticas para canalizar fondos que, en lugar de servir como asistencia luego del terremoto paquistaní, terminaron en manos de los organizadores del plan terrorista de derribar aviones comerciales sobre el Atlántico que se descubrió días atrás.
Veinte años después del golpe de Zia contra la democracia en Pakistán, otro comandante en jefe del ejército dio un nuevo golpe contra un gobierno civil. El dictador paquistaní, el general Pervez Musharraf, sigue en el poder. Halagó a Occidente y brindó un apoyo calculado, pero en última instancia falso, a la guerra global contra el terrorismo, con lo que consiguió que los Estados Unidos y Gran Bretaña no lo presionaran en el plano político. Así las cosas, se dedicó a detener y exiliar a los dirigentes opositores, a diezmar los partidos políticos, censurar la prensa y hacer retroceder una generación las causas de los derechos humanos y de las mujeres en Pakistán.
Con el argumento de que había partes de la frontera paquistaní que eran ingobernables, el régimen de Musharraf dejó que los talibanes y al-Qaeda se hicieran cargo de las mismas. No es extraño que no se haya detenido a Osama bin Laden, un hombre que suministró fondos para derrocar mi gobierno. Transmite mensajes con impunidad bajo las narices de la dictadura militar paquistaní, protegido por sectores militares intransigentes y grupos militantes de las zonas tribales de Waziristán que el régimen de Musharraf no controla.
La idea de que esas grandes zonas de Pakistán son ingobernables es absurda. Durante mis dos gestiones como primera ministra, mi gobierno impuso la voluntad del Estado por medio de la administración pública y tropas paramilitares.
La dictadura de Musharraf hace gala de un ostensible apoyo a la guerra contra el terrorismo, que dosifica con gran cuidado, a los efectos de seguir en buenas relaciones con Washington. Al mismo tiempo, encabeza una sociedad que alienta y protege a los militantes extremistas a expensas de los moderados. Las peligrosas madrasas políticas, que me dediqué a desmantelar durante mi gobierno, ahora florecen bajo la dictadura militar de Islamabad.
Un Pakistán democrático, libre de la opresión de dictaduras militares, dejaría de ser la guarida del terrorismo internacional.
Copyright Clarín y Global Viewpoint, 2006.
Traducción de Joaquín Ibarburu.
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