En defensa de la libertad
Por Marcelo Birmajer
La Nación
Los atentados que una veintena de fundamentalistas islámicos pretendían ejecutar contra aviones procedentes del aeropuerto de Heathrow, en el Reino Unido, fueron providencialmente neutralizados por las fuerzas de seguridad inglesas en la madrugada del 10 de agosto y afortunadamente no sumaron vidas humanas a la sangrienta cuenta que estos grupos terroristas facturan expansivamente desde el 11 de septiembre de 2001.
Sus matanzas indiscriminadas vienen desde más atrás en el tiempo, pero los medios masivos de comunicación se han centrado con rigor en su siniestra cosecha desde la masacre de las Torres Gemelas, y han seguido el reguero de barbarie por Madrid, en marzo de 2004, y Londres, en julio de 2005.
No hemos tenido que lamentar, decía, una nueva procesión fúnebre, esta vez de los deudos de miles de pasajeros, en todos los casos civiles e indefensos, que habrían sido aniquilados por medio de explosivos líquidos. Pero sí hemos vuelto a pagar un oneroso precio en lo que hace a nuestras libertades públicas.
Limitación en la libertad de movimiento, limitación en la libertad de consumo, demoras difíciles de soportar, controles de seguridad cada vez más molestos, pérdidas millonarias en el rubro económico.
Los terroristas saben perfectamente lo que están haciendo. Si no logran masacrar la mayor cantidad de personas, como es su objetivo original, se contentan con imponernos su principal objetivo político: la restricción de nuestras libertades públicas.
En última instancia, ésta es una lucha entre dos sistemas: el de las imperfectas democracias liberales, con su libertad de circulación internacional, sus libertades y garantías públicas, que a grandes rasgos rigen en toda Europa occidental, la mayor parte de Europa del Este, en América del Sur y en América del Norte, por un lado, y los perfectos sistemas totalitarios, como el Irán de Khomeini y sus sucesores, el fenecido Afganistán de los talibanes o la belicista Siria de los Assad.
Penosamente, no se percibe que la mayoría de los intelectuales que hoy disfrutan de sus libertades públicas en las amenazadas partes del globo donde estas libertades rigen se hayan unido en un clamor coherente contra la amenaza.
Atomizadas, dispersas, sólo unas pocas voces definen por su nombre a los terroristas que, este mismo mes, han infligido nuevas afrentas a nuestra libertad de movimiento y, por otro lado, mucho más suculento y concertado, atendemos a un coro de Casandras antidemocráticas que ridiculizan nuestros deseos de viajar libremente como “ansias pequeñoburguesas” (lo que sea que esta entelequia signifique), nuestros deseos de prosperar como pecados de egoísmo y nuestra necesidad de libre expresión como un delirio onírico que no contempla la necesidad de pan y agua de los oprimidos de la Tierra.
Este coro intelectual viaja libremente, pero desprecia el deseo del prójimo de viajar libremente. Este coro suele extraer sus salarios de los erarios de las distintas democracias occidentales, pero desprecia el deseo de la mayoría de prosperar en el sector privado. Este coro vive, precisamente, de la libertad de expresión, pero la relativiza cuando se trata de defenderla contra una amenaza concreta.
“Podríamos prescindir de la libertad de expresión –argumentan– a cambio de un mundo más justo.” Como si hubiera alguna contradicción entre la libertad de expresión y la búsqueda de soluciones al hambre y la pobreza. Como si las mejores soluciones contra el hambre y la enfermedad no hubieran provenido precisamente de las democracias liberales. Como si los científicos y los investigadores de las ciencias sociales más efectivos no hubieran buscado siempre como bases operativas a los países donde imperaban el derecho y las garantías públicas, junto con la vigencia de la libertad de expresión.
Puede haber todo tipo de discusiones acerca de cuál es la respuesta militar que las democracias liberales deben dar contra el azote mancomunado de grupos como Al-Qaeda, Hezbollah, Hamas y sus múltiples ramificaciones y la estrategia de contención contra sus sostenes nacionales, Irán y Siria, pero el triunfo final, de ser un triunfo, deberá ser político: la victoria de la libertad de expresión, la libertad de movimiento y el valor de la vida en oposición a la glorificación de la muerte y el oscurantismo.
Con relación a este fundamental triunfo político, la voz de los intelectuales, de los periodistas, de los artistas, es definitoria.
La triste realidad es que, provenientes del periodismo, el arte y la intelectualidad, es mucho más habitual escuchar quejas contra los gobiernos democráticos que señalamientos de la amenaza que el terrorismo representa para nuestra libertad y nuestra vida. En los medios de comunicación de los países democráticos es mucho más habitual encontrar ridiculizaciones contra líderes de países democráticos que contra los líderes y las agrupaciones del campo terrorista.
Ben Laden o Al-Zarkawi, el presidente de Irán, Mahmud Ahmadinejad, o el terrorista de Hezbollah Nasrallah no son blancos de los humoristas, escritores y artistas en la misma proporción en que lo son los líderes elegidos con legitimidad dentro de los sistemas que permiten la libertad de expresión.
Lamento sospechar que esto no resulta del hecho de que haya más quejas contra los propios líderes elegidos que contra los terroristas, sino de que los intelectuales y artistas están atemorizados: les temen a las bombas y las amenazas de los fundamentalistas islámicos y sus dictadores asociados. Saben que criticar a los líderes de las democracias liberales no les traerá ningún perjuicio, mientras que burlarse repetidamente de Nasrallah o de Mahmud Ahmadinejad puede derivar en una bomba, la quema de un edificio o el secuestro de un pariente.
Los intelectuales de las democracias liberales, supuestamente transgresores, no están lanzando sus dardos contra el verdadero peligro, como lo hicieron sus antecesores contra el nazismo, sino contra el más inocuo.
Por muchas críticas que les merezcan el presidente de Estados Unidos y el primer ministro de Inglaterra, ninguno durará más que un par de años en el poder; pueden reemplazarlos incluso con sus plumas, con sus cámaras, con sus micrófonos. Pero a Ben Laden, a Al-Zarkawi, a Mahmud Ahmadinejad, a Assad, que están allí para quedarse, a ésos les temen en silencio.
Cuando el prestigioso director Daniel Barenboim dirigió obras de Wagner en Israel, contra los deseos de un reducido grupo de sobrevivientes del Holocausto, fue tan sólo un escándalo mediático: no hubo ninguna medida represiva estatal contra su actitud. Pero ahora que Irán organiza un concurso de cómics para ridiculizar el Holocausto sería bueno que tanto Barenboim como muchos otros artistas amantes de la paz se movilizaran hasta Teherán para hacerles saber a los mulás iraníes su desacuerdo. ¿No sería realmente un acto transgresor, rebelde y pacifista escuchar a Barenboim dirigir a su orquesta interpretando una melodía en recuerdo del Holocausto, en Teherán, y luego en Damasco?
La triste realidad, nuevamente, es que en ese caso la libertad y la vida de Barenboim correrían peligro; padecería la misma ominosa saga de Salman Rushdie o la de cualquier intelectual disidente en dictaduras como la iraní o la siria.
Entonces, venimos a dar con artistas que sólo protestan o reclaman contra aquellos países que les garantizan poder protestar o reclamar sin peligros, mientras que omiten alzar su voz contra aquellas organizaciones y países que les harían pagar caros sus reclamos o disidencias.
Finalmente, buena parte del coro intelectual de las democracias liberales está copiando una de las novedades que nos propone el fundamentalismo de Al-Qaeda y compañía: el suicidio. Los intelectuales se están autodestruyendo al no alzar su voz contra la amenaza del terrorismo. Están dejando avanzar en el espacio más importante –el político– al enemigo más tenaz de nuestras libertades que hemos conocido desde la caída del nazismo.
Al relativizar el peligro que la amenaza terrorista representa, al relativizar la enorme ventaja que las democracias liberales representan, estamos relativizando nuestra propia existencia en libertad. Y si bien el 90 por ciento de las cosas del mundo valen la pena como para ser discutidas, el diez por ciento restante no debería ponerse nunca en duda: la certeza de la existencia de cada individuo y su derecho a la vida y a la libertad. Eso es lo que están poniendo en duda los terroristas: la verdad absoluta de la existencia de una persona, con su nombre e individualidad. Para ello, están mostrando tanto en la ejecución práctica de sus matanzas como en la difusión de sus desconcertantes doctrinas un ingenio que pocos enemigos han mostrado antes y que incluso ellos mismos son incapaces de mostrar en ninguna otra asignatura. La creatividad que estos criminales muestran para exterminar personas indefensas no han sido capaces de esgrimirla en ninguna de las disciplinas vinculadas con la salud o el trabajo: no nos ha sido dado conocer ningún aporte de los integrantes de estas agrupaciones terroristas, o de sus simpatizantes, a la continuidad de la vida dentro del campo científico o técnico.
En los años y meses previos al 11 de septiembre de 2001 la humanidad conoció una expansión de la libertad de movimiento y expresión como quizá nunca antes en su azarosa existencia. Recuperar al menos esa imperfecta conquista es una tarea, mucho más que de los militares, de los artistas, de los pensadores, de los comunicadores. No está resultando evidente en los medios de comunicación que preferimos esta imperfecta existencia en libertad a la perfecta propuesta del totalitarismo. Esta pueril pero imprescindible declaración de principios, de ser asumida por la mayoría de los artistas, pensadores y comunicadores de las democracias liberales, alcanzaría, en mi opinión, para decidir favorablemente el destino de esta guerra e incluso acortar su cruel durabilidad.
El autor es cuentista, novelista y guionista cinematográfico.
- 23 de enero, 2009
- 23 de julio, 2015
- 5 de noviembre, 2015
Artículo de blog relacionados
The Wall Street Journal La recesión, la caída en la demanda de viajes...
16 de julio, 2009Por Fernando Herrera Instituto Juan de Mariana Acabamos de asistir al nacimiento de...
16 de junio, 2008- 30 de marzo, 2012
Por Orlando Ochoa Terán Diario de América La teoría fue desarrollada por John...
20 de septiembre, 2008