TLC con Perú: más comercio libre
Los países de América Latina renunciaron a integrarse a la etapa de fuerte expansión del comercio internacional tras el término de la Segunda Guerra Mundial. Por tanto, desaprovecharon la posibilidad de desarrollar sus economías y -exceptuados unos pocos años- crecieron a tasas inferiores a las del Sudeste Asiático, por ejemplo. Eso significó sacrificar el bienestar de generaciones de latinoamericanos.
La situación ha cambiado. Primero en Chile y luego en otros países de la región se ha entendido que el comercio internacional y la integración comercial son fundamentales para el progreso de las naciones. Este enfoque aún necesita sumar adeptos, y los avances hacia una mayor apertura comercial son todavía asimétricos, pero se observan nuevos bríos.
Sin perjuicio de sus alcances diplomáticos -que requieren un análisis por separado-, el TLC entre Chile y Perú permite dar un nuevo impulso a la tendencia de integración. Además, la anterior historia de desconfianzas mutuas le otorga un significado especial y constituye, en alguna medida, un modelo para la región sudamericana. Éste es el primer tratado de estas características que se celebra entre dos países del subcontinente.
Los intercambios comerciales entre Chile y Perú han sido afectados por malentendidos y presiones de grupos específicos, que han llevado a que los flujos sean menos significativos que en otras regiones del globo, lo que ha repercutido negativamente en su desarrollo. Una mayor integración comercial es, pues, un desafío pendiente que estas dos naciones están hoy abordando de manera ejemplar.
La base de este tratado está en el Acuerdo de Complementación Económica (ACE) de 1998, que estableció la desgravación inmediata de dos mil 600 productos y una gradual, hasta 2016, de otros cuatro mil 300, gran parte de los cuales ya no están sujetos a aranceles. Unos pocos productos quedaron excluidos del proceso de desgravación. En 2005, el volumen de comercio entre ambos países alcanzó a poco más de mil 800 millones de dólares. Durante el primer semestre de 2006 se han acumulado más de mil millones de dólares, y en esos dos años el saldo de la balanza comercial ha favorecido a nuestro vecino del norte. Cabe notar que los volúmenes de intercambio han aumentado consistentemente desde que se firmó el ACE. Seguramente, el TLC consolidará esta tendencia, por cuanto da un marco más estable a dicho acuerdo y perfecciona, además, los mecanismos de solución de controversias. Se otorgan, así, mayores certezas a los exportadores e importadores de ambos países.
Un mérito de este instrumento es que incorpora un convenio de inversiones que otorga mayor protección a las mismas. Las empresas nacionales han invertido hasta ahora un monto aproximado de cinco mil millones de dólares en Perú, y se espera que el tratado eleve aún más estas cifras. Las empresas peruanas parecen también interesadas en invertir más en Chile. Eso significa nuevos empleos en los dos países y, por tanto, un efecto adicional sobre el bienestar de ambos. Se estrechan así los lazos y se abre la oportunidad de abordar conjuntamente proyectos de integración, por ejemplo, hacia la cuenca del Pacífico. Este paso se da en el contexto de que el comercio mundial ha estado creciendo aceleradamente, y es posible augurar que esta tendencia continuará. La apertura comercial que nuestro país ha demostrado, y que este tratado viene a reconfirmar, unida a la solidez de la economía nacional, abre buenas perspectivas para Chile en los próximos años.
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