República Dominicana: Anverso y reverso de un juego estadístico
Por Rissig Licha
El Nuevo Herald
Santo Domingo — A todas luces República Dominicana ha hecho importantes avances desde el descalabro financiero producto de la quiebra de su sistema bancario y del resultante crecimiento desmedido de su deuda pública, que sirvieron de estímulo para propiciar una rampante ola inflacionaria, una significativa devaluación de su moneda nacional y una aplastante derrota electoral en los comicios del 2004 de Hipólito Mejía, del Partido de la Revolución Dominicana (PRD), a manos de Leonel Fernández, del Partido de la Liberación Dominicana (PLD).
Los titulares que el aparato proselitista del oficialismo constantemente remacha en sus campañas presentan un cuadro optimista. El crecimiento macroeconómico –el monto total de bienes y servicios– reflejó, según el Banco Central, en el primer semestre del 2006 un incremento de casi un 12 por ciento. La inflación está por debajo del dos por ciento. La confianza de inversionistas extranjeros, y lo que es más importante aún la de Wall Street, se ha restablecido. El peso se ha mantenido estable frente al dólar.
El presidente Fernández y el PLD, que la semana pasada tomó control por vez primera de ambas cámaras del Congreso Nacional, ha sido el beneficiario de esos aires de progreso, alcanzando, justo a mitad de su término, una aprobación de un 55 por ciento, según la más reciente encuesta Gallup-Hoy.
A juzgar por ese cuadro, Fernández, quien tiene intenciones de reformar este año la Constitución de la República Dominicana para solventar su candidatura a la reelección, es una línea para repetir su triunfo electoral en el 2008. Pero la misma encuesta que publicó esta semana el diario Hoy le tira un balde de agua fría a todo el equipo de campaña que propulsa la reelección de Fernández al destacar que más del 62 por ciento de los encuestados cree que las cosas no están bien y no está de acuerdo con la forma en que el gobierno ha establecido prioridades y atendido los reclamos del pueblo dominicano.
La otra cara de la moneda de cómo van las cosas en la República Dominicana, en términos microeconómicos, que resulta ser una mirada más focalizada en cada agente –consumidor y productor, entre otros– que en conjunto componen la economía nacional es la responsable de que, aun cuando Fernández goza de la confianza del pueblo, éste último no comparta ni goce de las bondades macroeconómicas que el Banco Central anunció con bombos y platillos.
En dos años, para poder financiar grandes proyectos como el metro de Santo Domingo, iniciativa insignia de la administración Fernández, así como los subsidios energéticos que en el año en curso, nada más, se estiman en más de $700 millones, el gobierno dominicano ha triplicado la deuda pública, aumentando de paso el gasto público en 28 por ciento aun cuando los ingresos del Estado sólo aumentaron en un 16 por ciento. Esa receta administrativa, similar a la de otros gobiernos pasados fue precisamente la que utilizó como punta de lanza Fernández para desinflar las aspiraciones reeleccionarias de Mejía.
La gravedad del problema la puntualizó el mismo consultor sobre competitividad del gobierno dominicano, Michael Fairbanks –un connotado especialista de países en vías de desarrollo–, quien puso el dedo en la llaga al destacar en varios foros auspiciados por la Asociación de Industrias de la República Dominicana (AIRD) que en “un país en el que los salarios reales de los trabajadores siguen decayendo, con un modelo económico que depende de subsidios y de actividades económicas que requieren de mano de obra barata para ser competitivas no se puede aspirar a poder tener buenas perspectivas a largo plazo”.
Ese foco de infección de seguir sin atención presagia posibles contratiempos a las aspiraciones de Fernández, particularmente si las prioridades de las fuerzas vivas del pueblo dominicano permanecen engavetadas como lo es el gasto público dedicado a la educación y los programas de salud, amén del purgatorio diario de pagar la electricidad más onerosa del hemisferio y no contar con un suministro ni fiable, ni consistente.
Sin embargo, la agenda del nuevo Congreso parece estar encabezada por dos proyectos fundamentales –el primero, la reforma, por segunda vez en cuatro años de la Constitución de la República Dominicana, y el segundo, una nueva reforma fiscal, la cuarta en menos de tres años. Y ahí es que está el problema. Ni la primera ni la segunda de las reformas van a resolver el reclamo fundamental de las fuerzas vivas del país, que no es otro que la urgente necesidad de un proyecto de nación que engendre un modelo económico capaz de crear una mayor y mejor distribución de la riqueza, empezando por un incremento real en los salarios del pueblo trabajador.
Eso es lo que el pueblo espera de Leonel Fernández, un presidente progresista que, en la medida en que oiga y atienda bien esos reclamos, no debe tener problemas con su reelección. Si, por el contrario, estos problemas siguen sin atención, las simpatías y credibilidad que cuenta según las encuestas del momento pueden que se desvanezcan según se aproxime el 16 de agosto del 2008, fecha de la próxima elección presidencial.
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