El gran negocio de la pobreza
Por Orlando Viera Blanco
El Universal
LA POBREZA es un fenómeno que ha generado grandes tratados sin que a la fecha haya emergido una verdadera cruzada para erradicarla. Crece y se acentúa sin que tal expansión alarme. Pareciera por al contrario que hay interés en mantenerla por ser parte de una perversa dinámica retroalimentaria que hace de ella un verdadero negocio y un eficaz legitimador de poder.
Hace algunos años sostuve una conversación con un valioso sociólogo venezolano, Emil Alvarado. Estando en Washington nos detuvimos a revisar el tema de la pobreza más allá de lo causal, es decir, como instrumento de poder. Durante décadas autoridades de los organismos multilaterales en ciudades-Lobby han visto extender muchas manos pidiendo en nombre de desposeídos. Pero es sabido que el día que descienda la estadística de los descamisados, ahí quedará el gran negocio de centenares de ONG’S y personalidades encorbatadas, que «mendigan» en su nombre (culminando también la gestión diplomática de los oficiales acreditados). Y nos preguntamos si la pobreza es «deal» o «no deal»!?
Venezuela no escapa de esta visión del asunto. El mesianismo descansa en los pobres su razón de ser. Su grito de guerra: injusticia social, desigualdad, abandono. ¿Y después, se mantiene la lucha?… Llegar al poder supone conservarlo mas no desgastarse en combatir lo que perciben como un aliado. Al pueblo no se le enseña a salir de su miseria, sino se le «educa» para seguir sumergida en ella, ¡eso sí con el mínimo de conciencia para votar! La ignorancia según nuestros gobernantes y clases adeptas garantiza privilegios y dominio.
Es claro que hay factores palmarios de la pobreza. La sumisión histórica a las jerarquías, al estatismo. La carencia de un plan educativo promotor de valores de autorrealización. La resistencia por formar una sociedad compasiva, contributiva, sensible; y en fin, la exaltación de lo material como caldo de cultivo de egoísmos que nublan la voluntariedad hacia el esfuerzo, resaltando lo vivaz (corrupción). Pero intuyo que subyace un pacto avieso entre poder y liderazgo que hace de la pobreza una suerte de apología de la miseria, que victimiza y busca inhabilitar/dividir, dando cuenta del espíritu e ímpetu autogestionario de las masas. Así tal agente de control externo se convierte en un vínculo de supervivencia y dependencia, donde el Estado es un órgano de control más (no el único).
La «intermediación de la pobreza» también da grandes réditos a gestores populares. Muchos buscan salir de ella hendidos en la más profunda miseria intelectual, sirviendo de «mulas» comunitarias hacedoras de «zapatas» de reparto. Jugosas comisiones se obtienen de una innoble mediación entre la desgracia/el dolor ajeno y la esperanza, ofertando en su propio barrio, casitas, bloques, comidillas, chequecitos o cargos, gracias a sus «contactos» con las cumbres del poder.
La pobreza contiene sensibles incoherencias. Es un drama que ha devenido en negocio para una obscenidad política y social donde ni los vecinos de los barrios se salvan, porque su desgracia es sinónimo de una retorcida rentabilidad.
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