Cómo EE.UU. perdió Latinoamérica
Por Gavin Esler
BBC Mundo
Vienen problemas para el tío Sam en su propio patio. Y no son menores.
Se trata de una de las más importantes y aún poco cubiertas noticias del mundo en 2006. George Bush perdió América Latina.
Mientras el gobierno de Bush se ha dedicado a emprender guerras en Irak y Afganistán, las relaciones entre Estados Unidos y los países de Latinoamérica se han convertido en un dolor de úlcera, el peor en muchos años.
Virtualmente cualquiera que preste atención a los sucesos que han ocurrido en Venezuela, Nicaragua, Perú, Bolivia y de distintas maneras en México, Argentina y Brasil, llega a la misma conclusión: hay una ola de profundo sentimiento antiestadounidense que se extiende desde la frontera con Texas hasta la Antártica.
Y casi todos creen que las cosas pueden empeorar.
El presidente Bush asumió el poder declarando que América Latina era una prioridad. Eso no es sorprendente. Ha sido una prioridad para cada gobernante estadounidense desde James Monroe en 1823, cuya «Doctrina Monroe» estableció que los países europeos debían mantenerse al margen de los asuntos de la región.
En la búsqueda de sus propios intereses, la Casa Blanca derrocó o socavó la autoridad de unos 40 gobiernos latinoamericanos en el siglo XX.
Por su parte, el presidente Bush hasta sugirió que EE.UU. no tenía un aliado más importante que… México.
Pero nada de eso sobrevivió los ataques del 11 de septiembre de 2001.
¿Más úlceras?
Bush lanzó su llamada «guerra contra el terrorismo» y redescubrió la utilidad de aliados como el Reino Unido.
Mientras la atención de Washington se volcó en al-Qaeda, el Talibán, Irak y ahora Irán, los votantes latinoamericanos han estado eligiendo gobiernos de izquierda.
A veces se trata de la implacable izquierda «antigringos», que no simpatiza con la visión de mundo de George Bush, y que refleja a un continente con la mayor diferencia entre ricos y pobres.
El próximo país que podría quedar en manos de un político populista y antiestadounidense es Perú.
Los votantes van a las urnas el próximo 9 de abril para elegir presidente y Congreso.
Ollanta Humala es el candidato que encabeza las preferencias, un ex militar que lideró un frustrado levantamiento en octubre de 2000.
Con todo, las encuestas en Perú no son completamente confiables porque en ocasiones no representan la opinión de los votantes pobres que viven en las zonas agrícolas.
Pero ése es el punto. Los peruanos de bajos ingresos que habitan el campo constituyen la columna de apoyo de Humala y precisamente por eso Humala está confiado en que puede llegar a la presidencia.
Y si eso ocurre, habrá más úlceras en Washington.
Sombras de rojo
Como el presidente Hugo Chávez en Venezuela y el presidente Evo Morales en Bolivia, Humala habla contra el malévolo «modelo económico neoliberal que ha fracasado en beneficiar a nuestra nación».
Él desestima el rol de las compañías multinacionales porque «no ofrecen beneficios» a la gente de Perú y habla de una división en el mundo.
Alguna vez Fidel Castro habló de los colonizadores y los colonizados. Hoy Humala ataca la globalización calificándola como un complot para minar la soberanía nacional de Perú y benefeciar sólo a los ricos con el esfuerzo de los pobres.
«Algunos países globalizan y otros son globalizados», son los términos que utiliza Humala.
«El tercer mundo pertenece a la segunda categoría», precisa.
Todo esto podría desalentar la inversión extranjera, pero es un discurso más bien moderado en comparación con Chávez, quien comparó al presidente Bush con Hitler.
«La actiud imperialista, genocida, fascista del presidente de EE.UU. no tiene límites», dice Chávez.
«Creo que Hitler podría ser un bebé al lado de George Bush».
Si pusiéramos colores a un mapa sobre el sentimiento antiestadounidense en Latinoamérica, Cuba utilizaría el rojo más profundo en los últimos 50 años.
Tres de los países con mayor desarrollo económico -Brasil, Chile y Argentina- tienen ahora distintos tonos que varían desde el rojo al rosado.
Perú, si gana Humala, se uniría a Venezuela y Bolivia en un brillante rojo, con otros dos posibles candidatos para el futuro, México y Nicaragua.
¿Vuelve el «coco»?
Nicaragua está cerca de mi corazón. Lo que ha pasado ahí en los últimos 20 años resume las fallas de la política estadounidense en Latinoamérica.
Como joven reportero viajé a través de Nicaragua presenciando la caída del gobierno sandinista de izquierda liderado por el revolucionario Daniel Ortega.
Durante años Ortega fue el enemigo número uno de Washington, el último «coco».
El padre del presidente Bush, George Bush, fue un jugador clave en la lucha contra Ortega y los sandinistas.
Bush padre había sido director de la Central Nacional de Inteligencia (CIA) y el vicepresidente de Ronald Reagan, antes de convertirse en el jefe de gobierno de los Estados Unidos en 1989.
Durante el gobierno de Reagan se canalizaron recursos financieros -ilegalmente dicen los demócratas- hacia la «Contra» nicaragüense, un grupo en el que participaban anticomunistas entrenados por la CIA, paramilitares y matones.
El escándalo resultante, conocido como «Irán-Contra», casi le costó el gobierno al presidente Reagan.
George Bush padre sobrevivió al escándalo y como presidente logró que sus políticas tuvieran efecto, cuando los propios nicaragüenses sacaron del poder a los sandinistas en una elección democrática en 1990.
Luego que los recintos de votación cerraran en la capital, Managua, estuve en un conteo de votos al lado de una joven sandinista vestida con un traje militar.
Emocionada, se secó una lágrima mientras los votos se acumulaban en favor de la candidata de oposición, -apoyada por EE.UU.- Violeta Chamorro.
«Adiós muchachos, compañeros de mi vida», le dijo la joven a los sandinistas.
El problema del financiamiento
Eso ocurrió en aquel entonces. Esto está pasando ahora. El joven revolucionario sandinista, Daniel Ortega, está de vuelta y podría ser reelecto como presidente de Nicaragua.
¿Se lo pueden imaginar? El mismo hombre que sobrevivió a los complots de la CIA y los escuadrones de la muerte que operaban en la Contra, el mismo que le entregó el poder pacíficamente a la candidata de Washington, Violeta Chamorro, ahora está volviendo a la carrera presidencial.
Será una enorme vergüenza para George W. Bush, un símbolo de todo lo que ha ido mal con la política exterior estadounidense en el hemisferio. Y adivinen ¿quién predijo que iría mal?: la propia Violeta Chamorro.
La noche previa a su victoria electoral sobre Ortega, fui invitado a cenar en el amurallado recinto de la casa de Chamorro en Managua.
Me dijo que los políticos de Washington siempre podían encontrar dinero para guerras en América Latina, pero difícilmente podían hacerlo para mantener la paz en la región.
Dijo también que hasta con una porción de la plata utilizada para dar apoyo a las guerrillas anticomunistas «Contras» se podría contruir una nueva Nicaragua.
Pero predijo que, si ganaba en las elecciones, Washington declararía la victoria y después cortaría el flujo de dinero. Y tenía razón.
Potencial a la vista
¿Y ahora qué? Bien, la mayor parte de mis viajes por Latinoamérica en los años 90 eran para cubrir malas noticias: insurgencia en Perú, la invasión de Panamá por tropas estadounidenses, las matanzas de los Contras en Nicaragua, el régimen represivo de Fidel Castro en Cuba y la quema de la selva tropical en Brasil por parte de grupos armados.
Ya entonces el potencial de este maravilloso continente era evidente.
Ahora, en este siglo, las cosas están cambiando y el potencial está a la vista.
Con la excepción de Cuba y Haití, la democracia ha florecido en casi todas partes.
El electorado latinoamericano se ha deshecho de sus gobiernos y a menudo ha mandado a Washington a freir espárragos. Ésa es su prerrogativa.
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