En Cuba, de eso no se habla
Por Angel R. Vega
La Nación
La noticia, realmente sorprendente, pareció conmocionar sólo a los turistas. Era la noche del lunes 31 de julio y CNN reflejaba en las pantallas de los televisores de un hotel, en el paradisíaco complejo turístico cubano de Varadero, que Fidel Castro había sido operado de urgencia y que nada se sabía sobre el resultado de la intervención. Paralelamente, mostraba caravanas automovilísticas de exiliados en Miami que celebraban el final del dictador cubano.
Nunca había estado en Cuba y, por supuesto, no conocía a los cubanos. Suponía que, a la mañana, Varadero sería un hervidero de rumores y conjeturas. Sin embargo, en el desayuno del martes 1°, los únicos interesados en comentar la impactante novedad éramos los turistas, en particular, argentinos y españoles. Algunos habían comenzado a preocuparse por cómo sería el regreso si algo le sucediera al comandante. Imaginaban un aeropuerto con miles de cubanos que podrían intentar el abandono de la isla, y vuelos suspendidos. Un caos que no se condecía con la tranquilidad aparente de los locales. El personal del hotel daba la impresión de no tener conocimiento de lo que estaba pasando. No pretendía que hablaran abiertamente con los turistas, pero esperaba, por lo menos, algunos comentarios entre ellos. Sin embargo, la consigna parecía ser «de eso no se habla».
De hecho, pese a la amabilidad que mayoritariamente muestran los cubanos, es muy difícil hablar sobre la vida en la isla, y cuando se logra avanzar en el tema, parecen tener un casete. Su caballito de batalla es la salud y la educación. «Somos un pueblo tan instruido que tenemos un solo hijo, que es lo que podemos criar», coinciden en sus respuestas. «El matrimonio que tiene dos es porque tuvo mellizos», amplían irónicamente, aunque sin dejar traslucir una queja. Tal vez el factor determinante para comprender esa uniformidad es que el 70% de la población nació después de la revolución. La mayoría no tuvo oportunidad de conocer otra forma de vida. Algunos turistas que estuvieron antes dicen que ahora los cubanos viven un poco mejor. Una de las causas sería la gran influencia española -comercial, sobre todo- después de la desaparición de la Unión Soviética.
Dos cubanos dieron visiones diferentes sobre sus probabilidades de viajar al exterior. Una joven peluquera contó que una hermana suya que vive en Italia le envió el pasaje -admitió que ella no tenía medios económicos para adquirirlo- y que no tuvo ningún problema en salir de la isla. «En cambio -explicó-, tengo otra hermana en Canadá que también me mandó un pasaje. Sin embargo, me negaron la visa porque tuvieron temor de que me quedara a vivir allá. Entonces, ¿es Fidel que no te deja salir, o son los otros que no te dejan entrar?», preguntó pícaramente.
La contracara fue el mozo de un excelente restaurante: «En teoría, se puede salir de Cuba, pero en la práctica son tantas las trabas burocráticas, que te desalientan. Siempre falta un trámite».
El salario promedio de los empleados del hotel es de 30 dólares mensuales, aunque los cubanos manejan el peso moneda nacional. Para los turistas existe el cuc, una moneda convertible que vale más que el peso norteamericano. La cotización fija por un dólar es de 80 centavos de cuc, mientras que el euro está entre 1,10 y 1,11 cucs.
«El pantalón de un niño sale 12 dólares. Es imposible sobrevivir con 30 dólares. Pero los cubanos tenemos rebusques», se animó a revelar una de las camareras del hotel. El «rebusque» tiene que ver con las propinas, la venta de cigarros y las recomendaciones de lugares para ir a comer, entre otros.
La falta de reacción por parte de los cubanos, en Varadero, ante la impactante noticia, me hizo creer que a lo mejor se trataba de un microclima y no descarté que La Habana, a la que iba a llegar el viernes 4, fuese realmente la caja de resonancia. Una vez más, comprobé que seguía sin conocer a los cubanos. «De eso no se habla», seguía vigente, y sólo la suspensión de la celebración del carnaval y de los festejos por el cumpleaños de Fidel delataba que algo estaba pasando. Pero así como no hubo reacción en la población cubana cuando se informó sobre la intervención quirúrgica, tampoco la hubo al darse a conocer el comunicado del convaleciente dictador en el que anunciaba que retornaría pronto a las funciones que, por entonces, había delegado en su hermano Raúl. Los cubanos no salieron a las calles y continuaron con el mismo ritmo e igual actitud que en los días anteriores. Es muy difícil reconocer el sentir de un pueblo en una semana. Pero la imagen que me quedó es la de ciudadanos más resignados que agobiados.
La guía de turismo nos había advertido de que, si bien habría mucha policía, la seguridad no sería la misma en La Habana que en Varadero. Nos recomendó tener cuidado y no andar con joyas. No tuve la sensación de que hubiera robos o arrebatos. No vi un solo homeless ni tampoco gente mal vestida. Sí, en cambio, debí soportar y observar a pedigüeños que no se cansaban de seguir a turistas por la plaza de la catedral, donde funciona la feria más grande de Cuba. Los pedidos van desde la remera, camisa o pantalón que uno tiene puesto, hasta biromes, chicles, jabones y dinero.
La Habana me provocó sensaciones encontradas. Supongo que hace 60 años debió de haber sido una ciudad espectacular. La catedral y el fuerte, en la parte antigua, transmiten un encanto muy particular. En cambio, frente a la costanera, o malecón, hay casas destruidas que afean un lugar privilegiado. Dicen que están trabajando en la reconstrucción. Deseo que así sea y espero poder constatarlo en mi próxima visita a Cuba, con Fidel o sin él.
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